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Fantasmas entre el hielo

Fantasmas entre el hielo

BORJA OLAIZOLA

Viernes, 13 de marzo 2015, 14:15

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Se conoce como la expedición perdida de Franklin y en los últimos 170 años ha alimentado tantos libros, canciones, relatos y poemas que podría decirse que alumbró un nuevo género, el de la leyenda ártica. La desaparición de los 129 hombres que zarparon en 1845 de Gran Bretaña a las órdenes del capitán sir John Franklin para descubrir el paso del Noroeste, el que comunica el Atlántico con el Pacífico a través del Ártico, fue una tragedia que ha permanecido hasta ahora envuelta en un halo de misterio debido a la ausencia de supervivientes. El reciente hallazgo en aguas polares del 'Erebus', uno de los dos barcos que participaron en la misión, arrojará previsiblemente luz sobre el enigma. La localización del pecio ha causado además tanta expectación que ha dado pie a la preparación de nuevas misiones en busca de los restos de otras expediciones polares de incierto final.

La conquista del Ártico tiñó buena parte de los siglos XIX y XX de un aliento épico que cuesta imaginar en nuestros tiempos. El desafío que representaba alcanzar el Polo Norte o descubrir la ruta del paso del Noroeste sembró los hielos de la parte más septentrional del planeta de héroes (pocos) y perdedores (muchos). Los británicos fueron los que con más ahínco se lanzaron a la empresa: si encontraban un atajo hacia el Pacífico (el Canal de Panamá no se abriría hasta 1914) no solo evitaban rodear todo el continente sudamericano, cuyas aguas estaban infestadas de naves enemigas, sino que además acortaban sustancialmente la ruta a Asia. Dueña y señora del océano tras la derrota de Napoleón, la muy poderosa Armada británica arrinconó sus cañones y se aprestó para misiones de exploración geográfica.

En Inglaterra existía la convicción de que el Ártico era navegable. Las observaciones de James Cook en el sentido de que los icebergs estaban formados por agua dulce les habían hecho creer que el mar no podía congelarse por mucho que bajase la temperatura. Eso explica que las primeras expediciones estuviesen muy mal pertrechadas para la climatología ártica y sufriesen atroces penalidades. Con el paso del tiempo las cosas mejoraron; a la altura de 1845, que es cuando partió la misión de Franklin, había ya un conocimiento bastante preciso de las extremas condiciones en las que transcurría la navegación entre hielos.

A Franklin, que ya había participado en dos expediciones previas al Ártico, le encargaron localizar y cartografiar el tramo final del paso del Noroeste. El Almirantazgo le asignó el mando de dos naves, el 'Erebus' y el 'Terror', veleros equipados con motores de locomotoras y con los cascos reforzados con láminas de hierro para el hielo. La expedición zarpó en mayo de 1845 de Inglaterra con provisiones para al menos dos años. Tras hacer una parada en Groenlandia, las dos naves pusieron rumbo al norte. Los últimos en avistarlas fueron unos balleneros que navegaban por la bahía de Baffin, un brazo del Ártico que baja hasta el Atlántico. Era principios de agosto y nunca más volvieron a ser vistas por ojos occidentales.

Todo lo que ocurrió a partir de entonces es una reconstrucción basada en los restos hallados posteriormente y los testimonios de los inuits. A partir de la localización de tres tumbas de otros tantos miembros de la tripulación, se cree que la expedición pasó el invierno 1845/46 en la isla Beechey. Con la llegada del buen tiempo reemprendió la navegación hasta que los barcos quedaron definitivamente atrapados en el hielo en septiembre de 1846 cerca de la isla del Rey Guillermo, al norte del actual Canadá.

Fue allí donde comenzó la parte más dura de la agonía: el capitán falleció en junio de 1847 y con él fueron cayendo de hambre y frío hasta cuarenta marineros. Los supervivientes, auténticos fantasmas de la banquisa, aguantaron en la isla hasta la primavera de 1848 y luego emprendieron una travesía desesperada a pie rumbo al sur que acabó con todos ellos. Ni siquiera el recurso al canibalismo -los forenses han encontrado en los huesos señales inequívocas de su práctica- les salvó de tan espeluznante final.

Testimonios de inuits

En el Almirantazgo británico, mientras tanto, crecía la inquietud por la ausencia de noticias. La prensa, que hacía un exhaustivo seguimiento de todo lo relacionado con las expediciones árticas, empujó a las autoridades a indagar sobre lo sucedido. Se organizaron tres equipos de rescate, dos por mar y uno por tierra, y se ofreció una muy generosa recompensa por cualquier noticia sobre Franklin y sus hombres. El paradero de la expedición pasó a ser una cuestión de estado. Lady Jane Franklin, la mujer del capitán, que pedía un mayor esfuerzo a las autoridades con la complicidad de todos los periódicos del país, inspiró baladas y poemas que aún perduran.

La movilización dio resultado. En el verano de 1850 había trece barcos rastreando el Ártico canadiense en busca de los desaparecidos. Poco a poco fueron localizándose tumbas, notas, utensilios, prendas y restos óseos que permitieron reconstruir la tragedia. Los testimonios de los inuits rellenaron los espacios que quedaban en blanco. Gran Bretaña dio por muertos a todos los miembros de la expedición en 1854 pese a la oposición de la ya viuda de Franklin, que siguió demandando -y organizando por su cuenta- nuevas misiones de rescate. La expedición perdida siguió dando que hablar y hasta inspiró la novela de Julio Verne 'Las aventuras del capitán Hatteras'. La tragedia se coló de tal forma en la memoria colectiva de los descendientes de los británicos que a día de hoy perdura en musicales, videojuegos y canciones, la última de ellas 'Frozen Man', de James Taylor.

A pesar del tiempo transcurrido, los restos de los dos barcos habían permanecido hasta ahora en paradero deconocido. Una expedición canadiense localizó en el último deshielo a uno de ellos, el 'Erebus', en aguas próximas a la isla Rey Guillermo, el lugar señalado desde el principio por los inuits. El descubrimiento ha causado un enorme revuelo tanto en Gran Bretaña como en Canadá y EE UU. De momento se ha recuperado la campana del barco y se espera que en primavera pueda avanzarse en la inspección del pecio. El Gobierno canadiense ha anunciado esta misma semana que la campaña se reanudará en abril y que hay motivos para pensar que el 'Terror' no está lejos. Más allá de la posibilidad de que los restos arrojen luz sobre lo ocurrido 170 años atrás, se habla de un museo para rentabilizar el interés que sigue suscitando todo lo que tiene que ver con la tragedia.

El éxito de la misión canadiense ha situado de nuevo todos los focos ante las exploraciones árticas del pasado. Un equipo ruso ha empezado a estudiar la posiblidad de recuperar el 'Jeannette', un buque estadounidense que en 1881 se fue a pique al norte de Siberia cuando buscaba una vía para alcanzar el Polo Norte.

La embarcación fue engullida por la banquisa. Sus tripulantes la abandonaron y emprendieron otra de esas epopeyas que quedaron grabadas a sangre y hielo en la memoria de varias generaciones. Perecieron 20 de los 33 expedicionarios, entre ellos el capitán del barco, George Washington De Long. Los supervivientes alcanzaron tal popularidad que llegaron a ser recibidos por el mismísimo zar Alejandro III.

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