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Un momento del recorrido del cortejo.
Romance al haba nazarena

Romance al haba nazarena

La procesión corinta y huertana de la Caridad estrena desde Santa Catalina un bello estandarte de Ramón Cuenca

Antonio Botías

Sábado, 8 de abril 2017, 22:08

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Me pidieron que no fuera, que eso no se estilaba, que me evitara el disgusto en vísperas de Las Palmas cuando sobran manos de estreno para alzar a la Esperanza. Me insistieron que no fuera a ver la Caridad galana y que buscaría en vano aquellas habas huertanas que en los cortejos remotos de presente se entregaban. Y recordando a Medina, con más cansera que ganas, fui a Santa Catalina a revivir la añoranza.

Haba que antaño servías de comida improvisada, que tanta hambre aplacaste si la ruina apretaba, socorro para el huertano en tiempos de lluvia o riada, bálsamo refrescante que los poetas cantaran, imprescindible detalle para quienes aguardaban el paso de los estantes con sus senás apretadas.

Suave y aterciopelada, antigua tela corinta que blanquea en la tarde santa, hortaliza que pareces engalanar la Alborada por tu color encendido de huerta olorosa y clara. Larga como estante de morera, como sená abultada, en tu tallo se adivina la madera de las varas, el crujir de las tarimas cuando hacia Las Flores andan, las faldas de las manolas tan hermosas y ajustadas, y encima eres redonda, circular como las notas de una marcha pasionaria.

Tu eras para los niños una sorpresa entelada y al entregarte a sus manos los ojos se les saltaban. «¿Pero qué es esto, mamá?». «¡Es la huerta condensada!» Tu eras para algún obispo escándalo de vigilia rancia y tentempié inesperado si a un huevo duro abrazabas. O suculento manjar bien entrada la mañana, complemento de una mona, servilleta incorporada bajo el papel de plata, el de Albal que le llamaban.

¿Donde te olvidaron, haba mía, quién te dejo relegada creyéndote casi indigna de crear Semana Santa, pensando que solo eras una hortaliza basta, costumbre de pedanías, compañera provinciana?

Para muchos fuiste Esperanza antes de pintar dorada, y marrón de Fe frailuna si te encuentro desecada, o morada del violeta vino que te acompaña guisada, como estofada madera que a los tronos acicala.

Más también negrean tus hojas, de Sepulcro embelesadas, oscuras de lozanía cuando estáis recién cortadas, cápsulas de huerta virgen de Dolores Coronada que el nazareno regala para recordar que sois cofrades de antigua raza. Todo esto y mucho más, habicas de mis entrañas, atesora vuestra historia de nazarenas con gracia, pues siempre despertáis sonrisas de aquellos que os regalan como estuche que escondiera rosarios de perla y nácar. Así que acabemos pronto pues el pendón se retrasa, y salvo excepciones sanas, bien podemos concluir que entre pines y tarjetas, entre postales y estampas, con tanto recordatorio y con tanta zarandaja, eres tú, habica humilde, habica en manojo hermanada, habica que solo al pisarte resultas molesta y dañas, eres tú sencilla habica la cofrade más huertana. ¡Qué pena que ya no adornes la Jerusalén murciana donde según se recuerda, en lugar de utilizar palmas, a Cristo lo recibieron enarbolando unas habas!

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