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Francisco García Castellanos examina un ejemplar de ave junto a una colaboradora. Galo Navarro
Naturaleza

Las aves migrantes que pasan por Isla Grosa descienden a la mitad en la última década

La invasión humana, el uso de pesticidas y la sequía provocan la caída de las reproducciones y la mortandad

Lunes, 27 de octubre 2025, 00:22

Las rutas migratorias de las aves se van volviendo tan poco concurridas como una autopista de pago. El Grupo de Anillamiento de la Asociación de ... Naturalistas del Sureste (Anse), que cada año censa y recoge datos sobre los grandes éxodos de primavera y otoño que emprenden las aves, confirma la tendencia a descender del paso de las especies viajeras por Isla Grosa, la principal estación para el control de las migraciones en la Región. Si en los meses de abril de entre 2007 y 2010, la media registró unos 1.600 ejemplares, en los últimos años no ha superado los 700.

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Durante los otoños, el balance es oscilante: si en 2023 no pasaron más de 900 voladoras, en 2024 subieron a 1.500 individuos, aunque «la tendencia es hacia abajo», confirma el coordinador del Grupo, Francisco García Castellanos. Acaban de empezar la campaña de otoño y, aunque asegura que los inicios suelen ser «flojos», detecta «poco movimiento». «En isla Grosa cada vez se capturan menos aves, pero aún es pronto para saber la razón», explica el biólogo.

Desde el sentido de los vientos predominantes, hasta la disponibilidad de alimento en las estaciones de salida, las causas en la naturaleza son múltiples.

Lo que sí tiene claro es que «llevamos dos años con pocas capturas». Su equipo reúne datos para aportar al estudio con el que quieren alertar a la comunidad científica para que identifique las medidas compensatorias. «Todas las aves insectívoras en el centro de Europa están disminuyendo mucho por la invasión humana», señala el experto. A falta de conocer los impactos reales del cambio climático, el biólogo asegura que «el uso de productos fitosanitarios y pesticidas en la agricultura y en los jardines está provocando una caída en la reproducción de las aves, con efectos como la pérdida de calidad de las cáscaras de los huevos». Los síntomas nocivos de esa toxicidad que las aves encuentran en los campos llegan incluso al más extremo, con un aumento de la mortalidad. La fumigación de cultivos y parques acaba además con los insectos, alimento principal para las crías. Según los informes de SEO/BirdLife, el declive afecta a diversas especies ligadas a ambientes agrarios, como la lavandera, el estornino y la alondra. Uno de los peor parados es el gorrión común, cuya población ha descendido un 20% desde 1998.

Estación de paso

No son los únicos peajes de las autopistas migratorias. La contaminación atmosférica, el exceso de ruido, y la falta de lugares de nidificación hacen mella en las colonias. Si sobreviven y emprenden el viaje cuando se activa su reloj biológico, se tropiezan en las rutas con torres de alta tensión, atropellos, capturas ilegales y, por supuesto, depredadores. El experto señala además «la sequía en Murcia y las lluvias torrenciales en primavera, junto con los vientos», que hacen estragos en los nidos.

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A vista de pájaro, la isla Grosa y el Farallón son ideales estaciones de descanso y avituallamiento. Un remanso de paz gracias a la prohibición de atraque y entrada al islote. Si eres un diminuto petirrojo, de no más de 20 gramos de peso, con un largo viaje por delante, estos promontorios de origen volcánico, a 2,5 kilómetros de la zona norte de La Manga, son un paraíso para recuperar fuerzas. A lo largo del mes de octubre, el equipo de Anse los ve volver del norte y centro de Europa, en dirección al norte de África. «Los que pasan por aquí son migrantes presaharianos, ya que no llegan a cruzar el desierto, así que viven el invierno en el norte africano», explica el biólogo.

En primavera los vieron hacer la ruta opuesta, como cada año, en un eterno ir y venir que a veces les cuesta la vida. «El desgaste físico es brutal», indica el experto. Un pajarillo que cabe holgadamente en la palma de una mano emprende una odisea –más bien dos– cada año, mayor que la de Ulises. En un vuelo nocturno pueden consumir el 40% de sus recursos. Las especies que pasan por la Grosa no superan los 14 gramos de peso. «Muchos siguen ruta hacia Italia, Córcega, Cerdeña y la península ibérica», indica García Castellanos. El científico explica que «cuando se acortan los días y sienten que es el momento de partir, empiezan a acumular grasa bajo la piel, comiendo bayas y frutas».

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De izquierda a derecha, ejemplares de curruca capirotada, petirrojo europeo y alcaudón común. F. A. García Castellanos

No suelen ser gregarios, por eso no vuelan en bandadas, aunque a veces se encuentran durante la 'operación salida'. Por eso sorprendió al equipo de Anse la repetida llegada de una pareja de charranes durante tres primaveras seguidas. «Los distinguíamos porque uno de ellos tenía una malformación en una pata», cuenta el biólogo. Durante tres años, eligieron la Grosa para unas minivacaciones primaverales. Anillados en Senegal, estos dos alados de largas distancias permanecían juntos durante unos días en el islote, y después partían uno al lado del otro. En la última primavera, solo volvió uno de ellos. Al equipo le extrañó este casorio porque «hay aves monógamas, pero los pequeños suelen ir por libre, aunque hay aves marinas que se emparejan de por vida».

En su viaje al sur, algunas de las aves de paso que sobrevuelan la Grosa partieron con coraje desde Rusia, Escandinavia o Europa del Este. Hace dos años capturaron a una que agitaba sus cortas alas desde Bulgaria.

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Al comprobar la masa corporal de un petirrojo, la especie que más encuentran los anilladores de la isla, el asombro es inevitable al imaginarlo en su heroico vuelo. En el censo abundan también la curruca capirotada y el mosquitero común, aunque el biólogo cuenta que «la isla Grosa es un sitio muy particular, porque se concentran especies singulares que nunca se habían visto en la Región, como el papamoscas papirrojo o el mosquitero bilistado».

Una labor continua

El biólogo comenzó con esta tarea continua en el año 2007, cuando Anse inició las campañas de anillamiento en la Grosa. En ese solitario lugar que es la isla, un equipo de unas 30 personas voluntarias hacen turnos para capturar aves, censarlas y, si están ya anilladas, conocer mejor sus rutas. Las anillas son su DNI. Contienen información sobre su procedencia y su edad, que estiman por los detalles del plumaje. «Solo podemos calcular si ha nacido este año o el anterior, pero si tiene más edad, ya es difícil calcular los años, pero suelen vivir de tres a cinco años», afirma.

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Anse cuenta con otras estaciones de anillamiento en la Región. La más antigua es la de Archena, pero también hacen censos en las lagunas de Campotéjar, en Molina de Segura, y en el río Quípar, un pequeño afluente del Segura. La observación de las aves nunca acaba, ya que los cambios del entorno varían su comportamiento. «Es un privilegio descubrir sus secretos teniéndolos en la mano, por eso en cada campaña aprendemos algo nuevo», comparte el coordinador de la campaña. Hasta el 15 de noviembre, cuando ya la mayoría de los voladores se encuentran en sus hogares de invierno, allá por Marruecos o Argelia, no dejarán de mirar al cielo.

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