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Una gaviota echa a volar con el dispositivo GPS en su espalda. FOTOS: MARTINEZ BUESO

La ruta gastronómica de las gaviotas

Geolocalizadas. Unos sensores con GPS revelarán las fuentes alimenticias de la variedad de Audouin; la patiamarilla acude a granjas de atunes y vertederos

Sábado, 9 de mayo 2020, 01:10

Apenas hay presencia humana, y quizá por eso los senderos del Parque Regional de las Salinas de San Pedro del Pinatar viven esta primavera un ... bullicio incesante. La gaviota de Audouin, numerosa en estos lares, aunque en retirada en otras zonas habituales, como el Delta del Ebro, ha elegido una de las motas soleadas como incubadora y posterior guardería.

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Machos y hembras se turnan para no abandonar los nidos, con dos o tres huevos moteados cada uno. Solo vivirán entre el 10% y el 20% de los polluelos –como en casi todas las especies– por eso los biólogos Ángel Sallent (Asociación de Naturalistas del Sureste, ANSE) y Raquel Castillo, investigadora de la Universidad de Barcelona, quieren conocer sus movimientos para averiguar qué otras interacciones contribuyen a reducir la especie.

Para esta investigación de la Fundación Biodiversidad, acaban de colocar unos pequeños sensores con GPS a siete ejemplares, que permitirán seguir sus rutas alimenticias, como ya han hecho con la gaviota patiamarilla. «Hemos visto que van al basurero del Gorguel y de Cañada Hermosa, a las granjas acuícolas de atunes de la costa de San Pedro y a los campos de cultivo, siguiendo a los tractores», indica Sallent.

Los resultados de este estudio permitirán «tomar decisiones al Ministerio en la gestión de las áreas marinas protegidas»

Ambas son primas hermanas, pero los científicos creen que la gaviota de Audouin demostrará gustos más exquisitos que los de su pariente, mucho más dominante. Creen que se nutrirá de las mismas fuentes, excepto de los vertederos. Precisamente han elegido el parque salinero por la diversidad de 'bufés' libres cercanos para estas aves y la intensa actividad pesquera de cerco y arrastre. «La considerábamos solo marina, pero está cambiando sus hábitos, yendo a campos de cultivo y cerca de poblaciones», explica Sallent. Sus mayores amenazas son los accidentes con las embarcaciones y con los sedales de la pesca deportiva. En tierra las acechan los gatos asilvestrados, pero su principal enemigo en el Parque es su pariente de pico y patas pajizas.

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«La patiamarilla es el hombre del aire; ha sabido imponerse», señala el profesor Gustavo Ballesteros, de la Universidad de Murcia y coordinador del proyecto Life-Salinas, que colabora con el estudio. Depredan sin piedad a sus primas de pico rojo (Audouin) y a otras especies, por eso en el Parque llevan más de 20 años boicoteando centenares de nidos para mantener el equilibrio y la diversidad.

Para Sallent, sin embargo, «los descartes de nidos son solo una solución provisional para un animal que vive más de 20 años». «Hay que ir al origen para controlar a las patiamarillas, y revisar sus fuentes de alimentación, como los cañones de comida que les echan a los atunes o el tratamiento de los arrastreros», afirma el biólogo, que se ocupa desde hace años del seguimiento de las migratorias en isla Grosa.

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Los resultados de este estudio permitirán «tomar decisiones al Ministerio de Transición Ecológica en la gestión de las áreas marinas protegidas». «En Baleares ya se han sellado las granjas acuícolas y se ha notado una menor proliferación de la patiamarilla», explica.

Por las motas salinas de su territorio, hay que avanzar bajo una cúpula de aleteos casi belicosos y vuelos rasantes de combate que lanzan un mensaje claro casi rozándote la cabeza. Su voracidad se atreve incluso a saquear nidos de especies más grandes, como el flamenco, que nunca llegó a criar en el Parque, en parte por los ruidos de los aviones militares y por el trasiego humano alrededor de unas charcas más bien medianas en extensión.

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En ausencia de personas, vehículos y aeronaves, el mosaico salino ha ganado vida. No solo la gaviota de Audouin ha superado las 700 parejas reproductoras este año, sino que han regresado al Parque la gaviota picofina y tres nuevas especies de garzas, que por primera vez construyen sus nidos entre los carrizales del canal perimetral.

Toda una variedad de primos lejanos laborea por las orillas de las charcas. Garcetas y martinetes buscan en el 'supermercado' de larvas e insectos, mientras unas nubes rosas que se mueven por las balsas le dan la razón a Gustavo Ballesteros, que observa prismáticos en mano: «Hay más flamencos que nunca».

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Gustavo Ballesteros se asoma a la valla colocada en las dunas de la playa de La Llana.

La playa de La Llana, en estado terminal

«Este es el principal problema para la supervivencia de la industria salinera y para la fauna del Parque de las Salinas», comenta el director de Salinera Española en la Región, Julio Fernández, frente a la cada vez más arrasada playa de La Llana. Con las últimas tormentas, las olas alcanzaron las montañas de sal seca, la materia prima de esta empresa que cumple este año un siglo en esta mina a cielo abierto. El ultimátum no podía ser más claro. Si la extracción de sal se complica y baja la rentabilidad, Salinera se retiraría del Parque, que se quedaría seco y sin fauna. «El abandono de esto ya lo conocemos. Es Marchamalo», señala Fernández.

La clave está en La Llana. En el último medio siglo, ha perdido 100 metros de profundidad. «Es una situación de emergencia», afirma el coordinador del Proyecto Life-Salinas, Gustavo Ballesteros. Cuentan con un millón de euros de la UE para un proyecto con todas las administraciones y en el que Salinera ha invertido 400.000 euros en reconstruir la espina dorsal de las motas salineras con sustratos minerales para reforzar la cristalización de la sal y mejorar la circulación hídrica. Les preocupa frenar la erosión de La Llana, para lo que han vallado las dunas.

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