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La Semana Santa de la Región de Murcia inunda de belleza y espectacularidad el centro de Madrid
Varias de las cofradías más emblemáticas, pertenecientes a las fiestas de Cartagena, Lorca, Jumilla, Cieza y Mula, realizaron un breve recorrido que simuló sus procesiones tradicionales
Benito Maestre
Jueves, 25 de enero 2024
La Región de Murcia aunó este jueves lo más representativo de su Semana Santa más internacional para darle más visibilidad y promoción en Madrid, coincidiendo con la celebración de la Feria Internacional de Turismo. Nazarenos, granaderos, 'armaos', tamboristas, bigas y caballos deleitaron en la plaza Isabel II con un espectáculo al aire libre que brilló por su pasión y arte incomparables. El público, totalmente expectante y entregado, no desaprovechó la oportunidad de fotografiar los distintos actos de la puesta en escena.
La representación, con tres pases a lo largo de la mañana de este jueves, fue protagonizada por la Semana Santa de Cartagena, la de Lorca, la de Jumilla y la Cieza y por la Noche de los Tambores de Mula. «Hemos traído de la Región de Murcia uno de nuestros mayores activos», presumió el presidente del Gobierno regional, Fernando López Miras. Y bromeó sobre el buen tiempo: «Algo hemos tenido que ver».
Danza del caracol
Los tamboristas de Mula, vestidos con túnica y gorro negro, abrieron esta acción de promoción recreando la Tamborrada del Martes Santo, en la que mostraron ritmo, fuerza y sabiduría en el toque. Les siguieron cuatro granaderos de la Cofradía California y otros cuatro de la Marraja, que desfilaron a pie con la marcha lenta habitual de la Semana Santa cartagenera.
Acto seguido, ocho nazarenos de la Cofradía de la Santísima Virgen de los Dolores de Cieza, vestidos con la túnica de terciopelo de algodón granate y el gorro de verduguillo típico, procesionaron con una marcha lenta del maestro Gómez Villa. Después, doce miembros de la Hermandad del Cristo Amarrado a la Columna, conocidos como 'armaos', representaron su característica danza del caracol a ritmo de tambores.
El Paso Azul y el Paso Blanco pusieron el broche con la vistosidad de dos bigas (carros de guerra romanos) tiradas por dos caballos cada una, junto a sus aurigas y palafreneros, que lucían la vestimenta de la época y mantos bordados a mano.