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Uno de los remansos que forma el agua en la rambla de Librilla, en el primer tramo de la ruta.
El cincel del agua
PLANES

El cincel del agua

La vida se abre paso en el desértico territorio de la rambla de Librilla y el barranco del Infierno, un paraje de belleza silenciosa

Pepa García

Sábado, 31 de enero 2015, 02:02

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Con la misma facilidad con la que las corrientes marinas fueron depositando las capas de lo que hace 7 millones de años fue el fondo del Mediterráneo, el agua y el viento van erosionando la superficie de la rambla de Librilla y el barranco del Infierno, una zona incluida en el paisaje protegido de Gebas por su interés geológico y originada bajo la influencia de la poderosa Falla de Alhama y de la de Barqueros. Recorrer ambos cauces se convierte en una experiencia sensorial especialmente agradable ahora en invierno, época en la que las temperaturas más bajas permiten disfrutar de este espacio con escaso arbolado y en el que el agua hace acto de presencia desde los primeros pasos. Una excursión fácil y para realizar en familia de unos ocho kilómetros (pueden ampliarla algo si deciden meterse por algunos de los muchos y estrechos desfiladeros para explorar cómo el agua moldea el paisaje o las huellas de la exuberante vegetación que lo cubrió hace miles de años).

El recorrido comienza junto al Sifón de Librilla del trasvase Tajo-Segura, entre las poblaciones de Librilla y Fuente Librilla, hasta donde se llega por la carretera RM-C2 que las enlaza. A la derecha del puente que atraviesa la rambla, una rampa descendente les conduce al lecho del cauce. Ya solo tienen que ir remontando su curso para disfrutar de la arquitectura natural que estas tierras margosas y arcillosas han tejido con ayuda de las avenidas de agua.

Al principio, los tonos rojizos ganan la partida. Escurridizo, casi de tapadillo, sin dejar apenas constancia, discurre manso un hilo de agua. Pese a su aparente quietud, el caudal esmirriado de la rambla de Librilla forma pequeñas playas, oasis de vida en cuyos márgenes fangosos quedan marcadas las abundantes huellas de los jabalíes.

Éstas son tierras de conejos y liebres, que salen de estampida en cuanto notan la presencia humana; y de zorros, que marcan su territorio en zonas visibles del camino; y de erizos de tierra y culebras de escalera, ahora escondidos esperando tiempos más cálidos; y de rapaces, tres águilas reales nos reciben sobrevolando el lecho, planeando sin esfuerzo en círculo a lomos del viento y en busca de una presa propicia. Ahora que empieza la época de celo, la pareja trata de echar de su lado, en un ritual de vuelo majestuoso, al aguilucho que nació la primavera pasada. Es ley de vida, ahora sobra y tiene que buscar su espacio, aprender a alimentarse por sí solo y dejar campo libre a sus padres, mientras alcanza su madurez sexual, que ya preparan el nido para la siguiente puesta.

Pese a que la tierra está húmeda y el agua aflora, la debilidad de los pinos de las laderas circundantes es patente. Sus acículas doradas ponen de manifiesto la sed que llevan padeciendo desde que empezó la sequía y su debilidad los ha convertido en víctimas propicias para las plagas de perforadores de los pinos ('Tomicus destruens' y 'Orthotomicus erosus') que están asolando los bosques del sureste español.

Siguiendo cualquiera de los senderos visibles a ambos márgenes del cauce podrán disfrutar de la silenciosa belleza de una zona que pone de relieve que nos encontramos en el país europeo con más riesgo de erosión y desertificación y, en concreto, en una Región en la que, con más de la mitad de su territorio con procesos de erosión graves, este riesgo se eleva a la máxima expresión. Sin embargo, en un ambiente tan hostil maravilla ver cómo la vida se abre paso. Ahora el pijolobo exhibe sus enhiestas flores secas, pero el romero se ha atrevido a florecer favorecido por las temperaturas especialmente cálidas de este barranco del Infierno, el esparto domina el panorama, aunque tampoco faltan las uñas de gato ni las escobillas.

En los charcos resecos, la costra de sal deja testimonio del paisaje marino de este territorio; las blanquecinas paredes que se derraman, se deshacen, han dejado caer a plomo las enormes rocas de conglomerados aluviales que van jalonando el cauce contando que en esta zona hubo un abundante caudal que contribuyó a formarlas. En un equilibrio imposible, algunas columnas terrosas todavía mantienen el peso de los pesados sombreros que han dado origen a las chimeneas de hadas. El agua y la variable dureza de los distintos estratos también ha favorecido la formación de arcos.

Lección de geología

En esta rambla hay que pasear mirando al suelo, pero también mirando al cielo, para observar los 'palacetes' que la erosión ha construido, con columnas de capiteles casi arabescos. En el itinerario, pasarán junto a un elevadísimo y ya antiguo acueducto, justo donde una represa les obliga a salir del cauce (por la izquierda en el sentido de la marcha), para seguir rambla arriba.

Allí donde los pinos conquistan su lecho y coincidiendo con un enorme meandro, deben rodear la pinada y seguir hacia la derecha para embocar el espectacular barranco del Infierno.

No decidan regresar hasta que no lleguen al estrecho desfiladero con paredes de yeso laminado. Una altísima y estrecha grieta en el terreno acarcavado que no deja indiferente a nadie.

Cuando se cansen de explorar los estrechos itinerarios que las escasas pero torrenciales lluvias van dibujando, al tiempo que transforman el paisaje, y decidan regresar, háganlo con paso calmo y busquen los fósiles de la vida de tiempos pretéritos, o las sales y yesos cristalizados. Aprovechen la riqueza de unas 'tierras malas' ('bad lands') que son una lección de geología al aire libre y cuyo valor las ha hecho merecedoras de una calificación que pretende preservarlas para que las generaciones venideras puedan seguir disfrutando de ellas.

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