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Amanecer sobre la sierra del Cambrón, desde el refugio forestal y observatorio de animales del Coto de las Maravillas.
Berrea en el Coto de las Maravillas
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Berrea en el Coto de las Maravillas

FOTOS: PEPA GARCÍTEXTO: GUILLERMO CARRIÓN

Viernes, 26 de septiembre 2014, 01:33

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La ruta con un parAunque puede resultar un poco pronto, entre la sierras cehegineras del Cambrón y El Encaramador, los cabezos de La Jabalina y Juan González, y el valle del Capitán, los ciervos llevan dos semanas en celo. Para ser testigos de esta impactante demostración de poder con el que los machos se hacen los reyes de la manada y se ganan el derecho de cubrir a todas sus hembras, acudimos al Coto de las Maravillas, un parque ecológico municipal que se convirtió en refugio de fauna en 2010 y en el que se puede disfrutar de la berrea.

Salimos todavía de noche, de Cehegín, por la carretera de la cañada de Canara para llegar antes de que amanezca al antiguo refugio forestal del parque, lugar ideal para escuchar las potentes llamadas de los ciervos machos. Esperamos en silencio que la salida del sol anime el espectáculo sonoro y, con suerte, visual. Cuenta Miguel Ángel González, guía de montaña ceheginero, que hasta mediados de octubre se les suele escuchar. Pero la persistente sequía y la ausencia de agua y brotes verdes en la zona los ha debido empujar hacia el cercano embalse del Argos, donde disponen de agua, aunque también los esperan los cazadores.

Cuando el sol ya alumbra con intensidad, comienza el paseo de ocho kilómetros por esta masa forestal de 3.000 hectáreas sin haber escuchado ni un berrido. Salimos desde el refugio (del que han robado hasta unas tinajas encastradas en cemento) todavía con la esperanza de ver o escuchar a los ciervos. En el Coto de las Maravillas 900 hectáreas son refugio de caza, actividad solo practicada con permisos especiales, pero la falta de control favorece que los furtivos desoigan las normas y se vayan de estas tierras con su trofeo de caza mayor. La población de ciervos, también había muflones y gamos (hace tiempo que nadie avista a estos últimos), llegó a alcanzar las 400 cabezas después de que en los noventa se escaparan de la finca de La Jabalina. Ahora no quedarán más de 150, pero sus poblaciones se han extendido hacia las sierras moratalleras e incluso han sido vistos por las tierras ciezanas que baña el Segura.

Del negro cerrado al azul intenso, cuando por fin los tonos rosáceos y el vivo naranja hacen prescindibles las linternas, el espectáculo es dantesco. La falta de agua y el intenso calor han calcinado, como un incendio, espliegos, tomillos y muchos pinos. Las lluvias recientes intensifican el olor a monte, pero a las ajadas plantas no les queda esencia que liberar.

El camino baja por la parte del refugio más cercana a El Encaramador, una sierra coronada por una cresta rocosa y libre de arbolado, y lo hace descendiendo. Enseguida, deben coger un camino a la izquierda, que pasa junto a un antiguo almacén construido cuando el Ayuntamiento decidió, hace ya décadas, vallar este Coto de las Maravillas.

La sequía ha hecho otoñar a plantas de hoja perenne y sus colores ocres anticipan una estación que la naturaleza pide a gritos que sea lluviosa. En la siguiente bifurcación, deberán tomar a la derecha, con la sierra del Cambrón al frente. Aún no son las ocho y los pájaros comienzan a desperezarse con gorjeos y tímidos cantos.

Aunque no hemos podido disfrutar de la berrea, la presencia de los ciervos se hace patente. En la tierra húmeda y rojiza de uno de los charcos que han quedado de la noche lluviosa, un ciervo ha dejado impresa su huella.

Durante todo el camino, la vista se pierde en la frondosa masa de arbolado, la mayoría pino carrasco, pero también coscoja, lentisco y algunos madroños que ya comienzan a engordar sus frutos.

Recorremos lo que fue el límite del parque, cuando hubo vallado (ahora ya lo retiraron). Más adelante encontrarán un gran cruce, por donde subimos de noche cerrada hasta el refugio, giren hacia la derecha y por la primera pista (más estrecha) que encuentran a la izquierda. Verán carteles que señalizan sendas o, de nuevo, la subida al observatorio, pero deben seguir por la pista principal hasta llegar a un deteriorado puente, en el que apenas quedan travesaños, que hay junto a lo que fue un lago artificial al que bajaban a beber todo tipo de animales (rapaces nocturnas y otras aves, jabalíes, arruís, ciervos, tejones, garduñas y gatos montés). Ahora completamente seco, ha dejado de ser el punto de encuentro de buena parte de la vida que alberga este espacio forestal.

Ascendiendo hasta un collado, un nuevo mirador (a la derecha) les pone en bandeja los cabezos de Juan González. Luego sigan descendiendo por la misma pista. Si van atentos, verán junto al camino alguno de los árboles descortezados, en los que los ciervos frotan su recién salida cornamenta. Pronto llegarán al espacio recreativo de este parque. Unas instalaciones abandonadas (como el resto del parque) en las que durante más de tres años hubo un aula de naturaleza, una pequeña cantina, aseos, un rocódromo, tirolinas y hasta reproducciones de las huellas de los animales que habitan este espacio protegido. Hoy, sin embargo, apenas dos años después de que cesase la actividad y menos de cinco de que se inaugurase con todos los honores, no quedan ni los cables y han robado hasta las presas del rocódromo, fijadas a conciencia.

Continúen por la pista que pasa junto al pilar de bloques de mármol que fue el rocódromo (dejándola a su derecha) y, tras un par de pronunciadas subidas, llegarán a territorio caminado. Ya solo tienen que bajar por donde subieron al refugio, cuando todavía era de noche, para dar por concluida la agradable caminata. Y si no consiguen ver u oír a los ciervos, disfruten del frondoso paisaje y busquen las huellas de la fauna que lo habita.

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