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Almez monumental del cortijo de Priego, uno de los mejores ejemplares de la especie de la Región.
De tronco en tronco

De tronco en tronco

Recorrido por el Noroeste para visitar algunos de los árboles más ancianos de la Región

Pepa García

Viernes, 6 de junio 2014, 00:43

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Si quieren celebrar como merece el Día Mundial del Medio Ambiente, les propongo un recorrido de interés botánico; un acercamiento a testigos mudos que han superado ampliamente la centuria; un saludable 'baño forestal' junto a olivos que convivieron con nuestros antepasados romanos; un abrazo con la naturaleza a través de sus árboles monumentales, algunos de ellos, testigos de las refriegas entre moros y cristianos. Nos acompañan el profesor del departamento de Botánica de la Facultad de Biología Pedro Sánchez Gómez, profundo conocedor de estos longevos seres vivos, y el investigador Juan Francisco Jiménez.

El periplo empieza en el arroyo de Las Murtas, al lado de una casa de labranza bastante deteriorada junto a la que crece un 'árbol del paraíso' ('Eleagnos angustifolia'), una planta que ahuyenta los mosquitos y que se colocaba en todas las fincas viejas y ahora se está naturalizando. Esta zona albergaba, antes del incendio de 1994, una de las mayores concentraciones de árboles monumentales de la Región, recuerda Sánchez Gómez. Todavía, bajo la ladera de la sierra del Cerezo, se extienden 80 hectáreas de olivos entre los que se cuentan acebuches con una edad de entre 1.500 y 2.000 años. Solo el hecho de permanecer, bien merece el primer abrazo.

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Justo al otro lado de la carretera se encuentra una antigua explotación resinera única. Cuando cesó su actividad en 1962, los propietarios talaron 26.000 pinos que les habían surtido de aguarrás y colofonías (sustancia más viscosa con la que se realizaban barnices). Esta es una de las pocas explotaciones del mundo que ha extraído resina de los pinos carrascos. Con una arquitectura de estilo colonial y en un avanzado estado de deterioro, todavía merece una visita detenida: curioseen en la antigua balanza (ya ha desaparecido la maquinaria); y bajo los techados de madera de la instalación principal (aún acumulan centenares de polvorientos recipientes con la viscosa materia prima); y en las pequeñas dependencias que hay a la entrada (escondida tras una tupida enredadera); y, por supuesto, en los alrededores del gigantesco y casi centenario eucalipto, algo decaído ahora, seguramente porque la balsa cercana ha dejado de acumular agua y las acequias se han intubado. Otro abrazo, este de ánimo. Y sean respetuosos, es una propiedad privada.

La siguiente parada es Tazona, un enorme carrascal que ha dejado su testimonio en algunas encinas monumentales que han quedado adehesadas. «Las que quedan grandes son de bellota dulce», puntualiza Sánchez Gómez. Aparquen nada más cruzar el cartel de la población y, cruzando la carretera, entren junto a una nave agrícola hacia unos pequeños huertos. La enorme encina se ve desde la carretera. Los habitantes de la zona las conservaron porque sus bellotas dulces se usaban en años de escasez para hacer harina con la que cocer pan de carrasca (de ahí el nombre de los panes redondos de pueblo). Ahora está rodeada de huertas familiares y acequias. Un saludable abrazo.

Recorremos una zona fronteriza, vigilada por un triángulo protector, el formado por los castillos de Benizar, Priego y Socovos. Así que, de nuevo en el coche, deben continuar hasta Benizar y meterse por la carretera que les lleva, pegada al Rincón de las Cuevas y bajo el castillo de la pedanía moratallera, hacia Hondares y la Molata de Charán. Vayan atentos, porque, antes de iniciar una curva, deberán tomar una pista de tierra a la izquierda para subir a visitar a su señoría el Pino de La Muela, un rodeno o negral de 'piel' rojiza ('Pinus pinaster'), con unos 200 años y unas laberínticas y aparentemente vencidas ramas. Se salvó de las talas de hace más de un siglo por ser un mojón de límite de finca. Las escasas lluvias lo tienen 'clorótico', advierte Pedro, que explica que necesitaría un aporte extra de hierro. Otro abrazo, para compartir energías.

Subidos a las cuatro ruedas otra vez, vuelvan a Benizar y diríjanse hacia Mazuza. De camino encontrarán, junto a la carretera y antes de salir del pueblo, uno de los últimos almeces con parra, legado vivo de la cultura romana en estas tierras. Esta costumbre la trajo de la Roma clásica Columela, militar romano de origen gaditano y con propiedades en las colonias, donde emparraban en olmo Atinio: «De ahí la expresión no pidas peras al olmo; porque daba uvas», ilustra Pedro. Aquí el almez, de la familia del olmo, cumplió la misma función luego, aunque la mayoría han desaparecido porque su madera, fuerte y maleable, se empleaba para las herramientas del campo.

Una sabina milenaria

Pasen Otos y sigan en dirección a Priego. La siguiente parada es un poco antes del cortijo de Priego, a la izquierda de la carretera se extiende un estiado campo de cereales y, tras un cerro de piedra, oculto, el castillo de Priego. Bájense del coche e intérnense junto a una pequeña pinada, hacia el cultivo, colonizado por grandes retamas. Adehesadas, dos sabinas comunes milenarias ('Juniperus phoenicia') 'pacen' en estas tierras desde hace, calcula Pedro, más de 1.000 años. No hay más que ver sus recios troncos para hacerse una idea de su ancianidad, pues las sabinas comunes son habitualmente arbustos. Palpen su rugosidad con un nuevo abrazo.

Unos metros más adelante, a la derecha, está el cortijo de Priego. Una hacienda con siete fuentes en la que crece, junto a la casa, el moral ('Morus nigra') más grande de la Región. «No quedan más de ocho», comenta Sánchez, y explica que aunque fue introducido desde Oriente en tiempos de los griegos «o incluso de los fenicios», están en peligro de extinción. Luego, fueron sustituidos por las actuales moreras, de crecimiento mucho más rápido, cuando comenzó el comercio de la seda. Este moral, árbol que da nombre a varias poblaciones del Noroeste, tiene un tronco de casi dos metros de diámetro y «es uno de los mejores ejemplares de España». Abrazo colosal.

Si sigue en la finca, a la derecha y en dirección al arroyo, llegará al pie de un monumental almez. «Uno de los mejores de la Región, tras deteriorarse el de El Niño de Mula», constata el profesor de la UMU. Y, junto a él, un acebuche con más de 1.500 años, estima. Inabarcables abrazos.

Ya en la carretera hacia Socovos resta una última parada en la Finca El Madroño, una explotación tradicional en la que hay dos enormes madroños, pero, sobre todo, una gigantesca encina de bellota dulce. «Llegó a producir un año entre 1.500 y 2.000 kilos de bellotas», nos cuenta al pie de este gigante monumento vegetal con más de seis metros de perímetro en la base y casi cuatro siglos a sus espaldas. En dirección al barranco del Madroño, llegarán a un pino piñonero monumental, con ramas como pinos, vestigio de una población natural de estas tierras. Continúen en coche pista adelante y saldrán a la carretera que les lleva a Socovos para ver su castillo. Desde allí se domina el fértil valle del arroyo de Benizar y pueden reponer fuerzas en Los Franceses.

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