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La sal, cristalizada en el suelo del humedal, en torno a las pequeñas plantas que crecen en este ambiente hipersalino.
Sorpresas de malpaís

Sorpresas de malpaís

Crestas, salinas y yesos rojos en una viaje desde La Hurona hasta la rambla del Carrizalejo

PEPA GARCÍA

Lunes, 5 de mayo 2014, 20:57

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En este fin de invierno templado, nada más apropiado que aprovechar para recorrer un territorio de escasa vegetación, donde es difícil guarecerse del sol justiciero por la falta de sombra.

Nuestros pasos parten de La Hurona, un escuálido conjunto de casas, para aproximarse a la afilada sierra de la Espada, bordearla y asomarse a su ladera Noroeste.

Es una sierra de calcarenitas, con picos aserrados y desde la que se domina un mosaico de cultivos, antes todos de secano, con almendros y olivo, hoy, en muchos casos, conquistados por campos de cítricos y otros frutales de regadío.

No obstante, este paseo que discurre por territorios de malpaís o 'badlands' oculta en sus frecuentes cauces y surgencias de agua auténticos oasis de vida.

Hay que aparcar el coche en una explanada que hay junto a la carretera, donde está el cartel que marca los senderos cercanos. La ruta comienza justo al otro lado de la carretera y nada más dejar el asfalto hay que internarse en un poco marcado cauce de rambla para, por su margen izquierda, seguir la ruta PR-MU 71.

El itinerario está señalizado, aunque hay que estar atento a las indicaciones para no despistarse.

La carretera asciende entre huertos de autoconsumo ahora plantados de habas y olivos centenarios, casi a la altura de la carretera principal (junto a la parada de autobús), girar 90 grados para dirigirse hacia una casa que corona una pequeña loma. El objetivo es acercarnos a la ladera Sureste de sierra de la Espada. La ruta suma unos doce kilómetros, pero no tiene desniveles muy exigentes, así que se puede tomar con tranquilidad para admirar los hipnotizantes paisajes de barrancos y cárcavas blanquecinos (muchos abancalados) que nos circundan.

LA GUÍA

  • Se coge la A30 en dirección Albacete/Molina, para tomar la salida 121B (Fortuna) e incorporarse a la MU-411, que pasa por Fenazar, desde donde se llega a La Hurona por la RM-A20. Lleve gorro, gafas de sol, agua suficiente (no hay ninguna fuente durante el camino) y crema solar. Utilice calzado de montaña y tenga cuidado, si se interna en el curso de la rambla, de no embarrarse. No coja minerales, ni fósiles, si tiene la suerte de encontrarlos, este es un paisaje de interés geológico que hay que preservar. La ruta es apta para niños, aunque acostumbrados a caminar, ya que el recorrido acumula unos 12 kilómetros (ida y vuelta). El itinerario está marcado, es un PR (MU 71), pero hay que estar atento a las señales y algunas las han roto los vándalos. Bar-Restaurante El Cura. Plaza de la Iglesia. Fenazar. Molina. 968 629714. Abre todos los días (desde las 6.00 h.). Menú de lunes a viernes 8 euros (primero, guisos a elegir; segundo, asados o platos combinados; ensalada, postre, café y una bebida). Especialidades

Este paisaje subdesértico está trufado de fuentes y pequeños nacimientos que concentran la vida. Ya casi rozando la sierra de la Espada, llama la atención el primero de ellos. Un huerto aparentemente abandonado y encharcado que ha conquistado el junco y en el que ya florece la primavera. Varias pequeñas ranas toman el sol junto a una charca y brincan despavoridas para ocultarse bajo su aguas.

El camino discurre por este desierto esculpido por el hombre durante siglos para sacarle provecho, el recorrido bordea La Espada para, junto a una profunda rambla, llegar a su vertiente Noroeste. Desde este punto se observan La Atalaya, La Navela y El Chante, la sierra del Oro, la del Cajal y Espuña, estos días quizá disfruten todavía de la floración de los almendros que crecen a uno y otro lado de la pista. Cuando el camino empieza a separarse de La Espada y antes de internarnos entre frondosos mandarinales, hay que recorrer un pequeño saladar (lo delata un frondoso carrizal que se asoma a la rambla del Carrizalejo, nuestro destino). Las aves, protegidas por la densa vegetación de este humedal, alzan el vuelo en cuanto sienten la amenza. Increíblemente, entre piedras y plantas esculpidas a ras de suelo por la sal que aflora del húmedo terreno, la vida se abre paso aparentemente sin dificultad.

No vayan a lanzarse barranco abajo. Hay que llegar a la huerta de Campotéjar y, junto a la balsa, atravesar el campo de mandarinos para, junto a la Casa de los Frailes (un antigua casa de labranza semiderruida y colmada de paleras), llegar al collado que nos acerca a los yesos rojos de la rambla del Carrizalejo.

Pasarán junto a un antiguo pozo abandonado y comenzarán un leve descenso en el que, como Pulgarcito, siguiendo los yesos rojos del suelo llegarán al 'yacimiento'.

Tarays, carrizo y cañas dominan este paisaje en el que hay algún pino seco que sigue en pie. Aprovechen la ribera de la margen izquierda (por la que vienen) para entrar en el cauce sin embarrarse ni mojarse y ver de cerca las paredes rojizas que lo dominan. Pueden remontar su curso cuanto quieran, teniendo en cuenta que luego deberán volver sobre sus pasos para desandar toda la ruta y regresar de nuevo al punto de partida.

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