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Pistolas humeantes

Socializar el fracaso en la gestión del Mar Menor es una vía de escape para eludir responsabilidades, contraídas por acción u omisión. Eso no es hacer autocrítica, es parapetarse tras un burladero de una verdad incómoda. A otro perro con ese hueso

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Domingo, 20 de octubre 2019, 07:46

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Una persona vinculada al turismo en La Manga me reprochó un día, en tono amable, su malestar cada vez que en los medios de comunicación se le llama laguna al Mar Menor. Entendía que de alguna forma se le rebaja de categoría a este ecosistema único en Europa. La realidad es que, técnicamente, ni es un mar ni es una laguna, sino una gran albufera, aunque eso no le resta ningún ápice a su valor medioambiental, que está relacionado con un sinfín de atributos. Lo cierto es que desde entonces pienso que uno de los grandes errores colectivos ha sido considerar esta gran joya natural como un vasto mar que lo aguanta todo y no asumir que es un ecosistema tan singular como frágil, por estar sometido a todo tipo de presiones urbanísticas, agrícolas y turísticas. Hablar de «dejadez de las administraciones», apuntando al Estado y los ayuntamientos, para explicar cómo hemos llegado hasta aquí, como hizo la portavoz del Gobierno regional, es quedarse a muchos kilómetros de distancia de la tozuda realidad de los hechos. A otro perro con ese hueso. Socializar los fracasos es una vía de escape para eludir responsabilidades, contraídas por acción o por omisión. Eso no es hacer autocrítica, es parapetarse tras un burladero, es desplegar una cortina de humo para tapar verdades incómodas. En la escena de este crimen ambiental hay varias pistolas humeantes, pero unas resultaron más letales que otras. El moribundo no está en la UCI por dejadez, sino por múltiples disparos que nada tuvieron de accidental.

Desde los años 70, la hemeroteca de 'La Verdad' está repleta de páginas con advertencias de científicos y grupos ecologistas sobre las consecuencias de numerosas actuaciones que tuvieron un dañino efecto acumulativo para el Mar Menor. El dragado del canal del Estacio, la creación de playas artificiales con aspiraciones de bandera azul donde nunca existieron arenales, la destrucción de humedales que hacían de barrera natural para las escorrentías, el desvío del curso natural de varias ramblas para hacer frente a planeamientos urbanísticos, la apuesta por una agricultura intensiva que provocó el vertido anual de miles de toneladas de nitratos y condujo a la 'sopa verde'... La entrada de agua dulce por la DANA exacerbó hace un mes los efectos del repunte del proceso de eutrofización, provocando la trágica muerte de miles de peces. Una dantesca pérdida de biodiversidad contemplada en directo con absoluta impotencia. El peligro no ha pasado porque, como reconoce el Ejecutivo regional, sigue llegando agua dulce cargada de nitratos que tienen su origen en los campos de cultivo.

No estamos ante un caso de profecía autocumplida. Es la crónica de una muerte anunciada. Nada de lo que vemos es fruto del azar sino de políticas impulsadas por gobiernos de distintos signo, con una especial irresponsabilidad por parte del PP, que derogó la ley de 1987 que blindaba al Mar Menor de excesos urbanísticos municipales y desplegó un activismo negacionista sobre los efectos de los nitratos agrícolas que fue liderado durante muchos años por quien debía cuidar del medio ambiente, el exconsejero AntonioCerdá. La salud del Mar Menor incumbe a la Comunidad Autónoma, pero también a los ayuntamientos y organismos que dependen de la Administración central, como la Confederación Hidrográfica del Segura y la Demarcación de Costas. La CHS advirtió en su plan de cuenca para 2010-2015 del proceso de eutrofización por la acumulación de nitratos, pero luego no ejecutó ni un euro de los más de 400 millones planificados para paliar el problema. Dicho eso, no se puede orillar que la principal responsabilidad recae en el Gobierno regional, que tiene la capacidad para ordenar las actividades en el entorno del Mar Menor, detenta las competencias ambientales y es a quien eligen los murcianos para solucionar sus problemas.

El Gobierno de Miras debería aparcar el relato de la atribución de responsabilidades como estrategia defensiva. Su obligación es liderar la resolución de esta crisis, con la colaboración del resto de organismos implicados, incluido el Ministerio de Teresa Ribera, que debe mostrar con actos concretos un compromiso más decidido del observado en su visita a la Región. Si Miras quiere enderezar la situación y aún aspira a recuperar la confianza ciudadana en su capacidad para gestionar esta catástrofe, su Ejecutivo no puede seguir aletargado, suspirando por los efectos de una milagrosa apertura de las golas (otra ensoñación, otro error pertinaz), ni caer en la hiperventilación política para intentar demostrar que no está desbordado. Teresa Ribera debe activar su parte del plan de 'vertido cero', aunque no termine de gustarle y quiera mejorarlo con 'ingeniería verde'. Pinchar en la rambla del Albujón para extraer agua dulce de la capa freática es una solución de urgencia, que habrá de realizarse si así lo aconsejan los científicos, pero la madre de todas las decisiones para San Esteban debería venir de sopesar si es necesario plantear un plan de reconversión agrícola en las zonas más sensibles para el Mar Menor, a fin de lograr un modelo más sostenible. Un debate que debería liderar el propio sector. Los ciudadanos ya han mostrado en las calles de Murcia que quieren soluciones, no más parches ni paños calientes. El Gobierno de López Miras boqueó esta semana, aunque el pánico (a las urnas) obra milagros. A veces en la correcta dirección.

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