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Cristina Díaz Fuentes (Mazarrón, 1993), médico residente anestesista de la Unidad de Reanimación del Hospital General Universitario de Albacete.

Murcianos en trincheras lejanas

Siete médicos relatan su lucha contra el virus en hospitales de fuera de la Región y alertan de la «mortalidad indirecta» que está dejando esta crisis sanitaria: «La gente está pasando los infartos en su casa por miedo a ir a Urgencias»

Daniel Vidal

Murcia

Domingo, 19 de abril 2020, 00:38

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Aquel compañero del doctor Damián García Olmo abrió la puerta de su consulta y se quedó petrificado al darse de bruces con el nuevo aspecto de su lugar de trabajo. Un espacio destinado únicamente a sanar a las personas se había convertido directamente en una morgue. «Ver tu consulta repleta de féretros es una cosa que te choca», empatiza García Olmo (Murcia, 1958), jefe de Cirugía General del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, en Madrid. El cirujano describe la realidad de una pandemia que provoca que este médico y cualquier otro profesional sanitario llegue a su casa «desolado, con ganas de llorar, nada más».

Aunque «prácticamente no tenemos tiempo ni para pensar en nuestro estado de ánimo», explica la residente de la Unidad de Reanimación del Hospital General Universitario de Albacete Cristina Díaz Fuentes (Mazarrón, 1993). Sale de una guardia de 24 horas, empalmando faena desde Viernes Santo para atender a destajo a pacientes en estado crítico, vecinos de una de las zonas del país más castigadas por la enfermedad. En los peores momentos, esta anestesista ha llegado a sentirse parte de «una película de terror». Una película «muy real» inspirada en una dramática «falta de respiradores» que ha obligado a los adjuntos a «decidir, en base a unos criterios muy estrictos, qué pacientes podían entrar en cuidados intensivos, ya que no había suficiente material». Es decir, qué pacientes críticos no tendrían más opción que recurrir a otros medios como el oxígeno o ventilación mecánica no invasiva. «Es muy duro. Una situación de guerra para la que no te preparan en la carrera ni en ningún sitio. Ya no es el cansancio físico de echar cien mil millones de horas», cifra. «También es el cansancio psicológico de ver que la gente se muere en planta, en urgencias, en cuidados intensivos. Personas a las que podías curar, o salvar, y a las que hay que decir que 'no' porque no hay material. La información posterior con la familia también es un momento muy duro», explica.

«Es muy duro; una situación de guerra para la que no te preparan en la carrera ni en ningún otro sitio», apunta Cristina Díaz

El aplauso de las ocho es «muy emocionante», un gesto que les «ayuda» a seguir hacia adelante. Pero «no es consuelo» para poder sobrellevar «todo el drama que hay debajo» de la crisis sanitaria generada por el coronavirus, reflexiona Damián García Olmo, que también dirige la estrategia de los departamentos de Cirugía de otros tres hospitales en la comunidad madrileña (Móstoles, Villalba y Valdemoro). Su único consuelo es «trabajar para seguir reduciendo la presión en la puerta de Urgencias, para seguir liberando plantas». Para despejar la UCI, que sigue «repleta» con más de 80 pacientes, cuando «en condiciones normales esta unidad tiene entre 18 y 23 camas». Estos pacientes no son ancianos, «porque los ancianos ya murieron», explica con crudeza. «Los que quedan son jóvenes, y nuestro esfuerzo está concentrado en sacar a toda esta gente de la UCI, porque la mortalidad es altísima», apunta. Pacientes que «ya no son positivos, pero siguen luchando contra las secuelas que les ha dejado el ataque brutal del virus. No conocemos bien esta enfermedad, y hay que estudiarla a fondo porque es la única opción que tenemos de salvar a más personas», reclama con cierto tono de angustia. La situación en Madrid «es desoladora» y «no tiene nada que ver con la de la Región de Murcia, que sigo de cerca».

«Me he vuelto neumólogo»

Estudiar es lo que ha vuelto a hacer el joven oftalmólogo Javier Martínez Martín, que tenía previsto coger el tren en Madrid para ver a su familia en Murcia el mismo día que el Gobierno de España decretó el estado de alarma, el 14 de marzo. No llegó a poner un pie en la estación. A cambio, hizo un viaje al pasado para ganar el futuro. Aparcó su especialidad y se puso al día con los conceptos de neumología, «que hacía que no tocaba casi cinco años», reconoce. Martínez (Murcia, 1989), como todos los médicos murcianos destinados en otros hospitales del país con los que ha contactado LA VERDAD, se ha tenido que «reconvertir» a marchas forzadas para arrimar el hombro en la descarnada lucha que afrontan los sanitarios desde hace semanas contra la pandemia, sobre la que hablan sin tapujos.

Damián García Olmo (Murcia, 1958), jefe del Departamento de Cirugía del Hospital Fundación Jiménez Díaz y catedrático de Cirugía en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).

«Se cancelaron las consultas y los quirófanos», rememora. «Pero sentí alivio cuando supe que iba a hacer el seguimiento a enfermos de Covid. Me gustó poder contribuir. ¿Qué iba a hacer, si no?», plantea. Así que, de atender cada día numerosas afecciones oculares en el hospital madrileño 12 de Octubre, Martínez ha pasado a revisar telemáticamente, desde un pequeño cuarto del mastodóntico centro sanitario, el estado de decenas de pacientes con neumonía por coronavirus que se encuentran en aislamiento domiciliario. «Me he vuelto neumólogo», sonríe. Renovarse para no dejar morir. De hecho, todos los pacientes a su cargo «están saliendo muy bien, no he tenido ningún susto», celebra.

«Toda la cirugía programada ha desaparecido, lo cual ya es dramático 'per se'; llegas a casa con ganas de llorar», atestigua Damián García

Los pocos cirujanos que la enfermedad ha dejado operativos en el departamento de Cirugía del Jiménez Díaz, incluido el propio Damián García Olmo, también se han tenido que «reconvertir». En su caso, «haciendo un curso de respiradores» para sumar fuerzas en la UVI «con los enfermos que precisaban respiración asistida», reconoce el también catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). «Ya no podemos operar a nuestros pacientes porque toda la cirugía programada (para operar un cáncer de colon, por ejemplo) ha desaparecido directamente, lo cual ya es dramático 'per se'. Así que nos hemos readaptado para echar una mano a nuestros colegas intensivistas y de otras plantas». Y eso que los facultativos a cargo de García Olmo también hacen guardias en los hoteles que están medicalizados. «Hay cirujanos que, al salir de trabajar por la noche, se van a estos hoteles para atender a los enfermos de Covid», subraya. Pero nada de cirugía. O solo aquella que es cuestión de vida o muerte.

«Desastres abdominales»

De hecho, García Olmo realizó esta semana su primera intervención quirúrgica sobre un cáncer «desde hace un mes. Un caso que ya no podía esperar más». Lo que vemos son «las cifras del coronavirus, pero lo que hay debajo es tremendo, es muy fuerte lo que está pasando», se lamenta. El cirujano reclama un ejercicio de empatía que no es difícil realizar. «Imaginemos la angustia de un paciente que está diagnosticado de cáncer de colon, al que le decimos que no le vamos a operar porque está todo ocupado por enfermos de Covid-19 que se están muriendo. Que, si viene, podría infectarse. Y que las posibilidades de morir por este virus, no por su cáncer, son muy elevadas. Estar metido en tu casa, sabiendo que tu enfermedad va siendo cada día más seria, un día tras otro, es muy duro. Estoy descubriendo la capacidad de aguante y la grandeza del ser humano».

Jorge Martínez Solano (Cartagena, 1992), médico residente de Cardiología en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón (Madrid).

Y también la fatalidad de algunas lesiones que llegan demasiado tarde al hospital por «el miedo de la gente» a desplazarse al centro sanitario. «No hemos tenido casos de apendicitis agudas en dos semanas. Y no es que hayan bajado los casos, es que la gente no viene. Lo sabemos porque ahora estamos operando de urgencia apendicitis perforadas y desastres abdominales como hacía muchos años. No puede ser que una mujer de 22 años lleve ingresada una semana con una peritonitis por haber aguantado varios días con mucho dolor sin venir al hospital. Y lo mismo pasa con los infartos y los ictus. La gente los pasa en casa», advierte.

«Sin duda ninguna, y en esto hay una preocupación tremenda. Dentro de lo grave de la situación, hay una mortalidad indirecta que no sabemos si puede ser incluso mayor a la del propio coronavirus», corrobora Jorge Martínez Solano, número uno en el examen MIR de 2017 que hoy ejerce la residencia de Cardiología en el hospital Gregorio Marañón, en Madrid. Aquí han llegado a estar ingresados «más de mil enfermos de Covid-19, cien de ellos en estado crítico». Cifras en la estratosfera de la Región, donde los ingresos en todos los centros sanitarios han rondado los 300 en el peor momento de la curva epidémica. Martínez Solano (Cartagena, 1992), que reconoce que «nadie está preparado para vivir algo así», ha llegado a atender a personas «con roturas cardíacas porque llevaban pasando el infarto una semana en su casa. Vamos llamando a los pacientes de Cardiología que tenemos controlados, para rescatar por lo menos a los nuestros, los que sabemos que tienen una patología crónica que se puede descompensar. Pero los de nueva aparición se nos están escapando por completo. Y pasar un infarto en casa es gravísimo. Estamos viendo cosas a las que no estábamos acostumbrados. Gente que viene con enfermedades muy avanzadas. Es muy grave», lamenta en consonancia con García Olmo.

«Reconvirtieron la biblioteca del hospital en una sala de UVI con 20 camas. La capacidad de adaptación ha sido admirable», asegura Jorge Martínez

«Hecatombe»

Es la misma opinión del oftalmólogo reconvertido temporalmente a neumólogo Javier Martínez, que se muestra «asustado por lo que va a pasar cuando esto acabe y retomemos nuestras funciones habituales, con la sobrecarga que se está generando en las listas de espera, que ya de por sí era espectacular. Va a ser una hecatombe, no sabemos cómo se va a gestionar», teme.

Como todos los participantes en este reportaje y prácticamente todos los profesionales sanitarios del país, el cardiólogo Jorge Martínez Solano también tuvo que cambiar el chip y ahora forma parte de los equipos que se dedican a sacar adelante a pacientes infectados. Alaba la «capacidad de adaptación» del personal sanitario, incluso a la hora de «reconvertir la biblioteca del Gregorio Marañón, en dos o tres días, en una nueva sala de UVI con 20 camas», cuenta con admiración. Sin embargo, este joven médico tampoco puede dejar de lado la «carga emocional y la presión extra» que exige esta crisis. «Ver a compañeros enfermos durante estas semanas. Hay compañeros que incluso se han ido de casa para vivir solos y así evitar contagiar a su familia, a sus hijos. Yo tengo miedo de contagiar a mi pareja. Está siendo muy duro», admite.

Javier Martínez Martín, oftalmólogo en el Hospital Universitario 12 de Octubre (Madrid).

También lo es lidiar con la incertidumbre que se presenta a la hora de tratar a los pacientes de coronavirus. «Yo estoy acostumbrado a poner un cateterismo para que se quite el dolor en una angina de pecho, o sabemos qué fármacos utilizar para bajar las pulsaciones en una arritmia». Sin embargo, en la lucha contra este virus «no tengo claro si las decisiones van a mejorar al paciente o no, porque esta enfermedad aún es muy desconocida. Y eso pesa mucho». El aplauso de las ocho tampoco le hace soltar lastre para recuperar el ánimo. No le hace falta. «Nosotros estamos motivados igual porque es nuestra profesión. Es lo que queremos y lo hacemos encantados». Eso sí, agradece que «la gente se esté dando cuenta de que en las situaciones difíciles estamos siempre ahí para ellos».

«El problema es que la gente tiene la memoria muy corta y el reconocimiento dura muy poco», critica el radiólogo Pau Camarasa Guijarro (Murcia, 1985), médico adjunto en el centro sanitario de referencia de Baleares, el Hospital Universitario Son Espases, en Palma de Mallorca, donde se está hinchando a realizar placas de pulmones en busca de infecciones provocadas por el SARS-CoV-2. Otro al que le ha tocado «arrimar el hombro, porque los internistas necesitaban la máxima información posible. Hemos visto muchísimas alteraciones por Covid», resume. Dedicado habitualmente al servicio de Ginecología, hoy lo que toca son pruebas a destajo para luchar contra la pandemia.

«Cuando me dijeron que iba a tratar a pacientes con neumonía me sentí aliviado, me gustó poder contribuir», explica Javier Martínez

Camarasa también compara la situación en Baleares (casi 1.700 positivos confirmados y más de 130 fallecidos) con la que atraviesa la Región de Murcia (prácticamente el mismo número de casos y menos de 120 víctimas mortales). Ambas se encuentran entre las regiones con menor incidencia, nada que ver con Madrid o Castilla-La Mancha. «Estamos relativamente bien, sin llegar a tener el colapso que han llegado a sufrir otras comunidades». Esto no ha sido óbice para que su hospital haya adaptado la asistencia desde el primer día «como si fuera a venir la misma presión que han soportado esas zonas».

Pau Camarasa Guijarro (Murcia, 1985), médico adjunto de Radiología en el Hospital General Universitario Son Espases (Palma de Mallorca).

También en Baleares «hay una serie de patologías no preferentes, que no son muy urgentes, que están pagando las consecuencias de esta pandemia. Nos encantaría retomar cuanto antes la actividad habitual», subraya. Según anunció el consejero de Salud, Manuel Villegas, consultas y quirófanos de la Región empezarán a abrir sus puertas de forma escalonada a partir de la semana que viene.

«Incertidumbre»

Con todo, este radiólogo reconoce que lo que le está «minando un poco el estado de ánimo» es la «incertidumbre» de «no saber si va a venir un rebrote, si van a sacar o no determinados fármacos, la vacuna...». Pero también las dudas de ámbito personal. «Porque antes que médicos somos personas, y a los que estamos fuera de nuestra comunidad también nos preocupa hasta cuándo va a durar este tipo de vida. Mi familia está en Murcia y no sé si voy a tener ya la misma relación que tenía con mi tierra. No sé si voy a poder gestionar mi verano en Santiago de la Ribera, que es donde paso las vacaciones». La última vez que Pau vio a su familia fue «en Navidad», pero ahora no sabe «cuándo nos volveremos a encontrar». Denominador común en medio mundo y parte del otro. «La incertidumbre científica nos afecta, pero es que tampoco sabemos cómo va a cambiar esta pandemia nuestra forma de vida. Este es mi peor momento», confiesa. El pico de su curva particular. Después del «chute de adrenalina» que proporcionan las jornadas interminables de trabajo, ahora cree que «no terminamos de salir» de la pesadilla. Que «se ha parado el tiempo». Una sensación que «se está prolongando demasiado», lamenta.

«También mata la pobreza»

«El número de muertos sigue siendo alto porque las secuelas del virus durarán mucho», lamenta Damián García Olmo que, aunque reitera que no es «ningún experto» en materia epidemiológica, admite que «hay que intentar llegar a una cierta normalidad manteniendo la distancia social y, por supuesto, con mascarillas. No solo mata este virus. También mata la pobreza. Y el sedentarismo. Hay que revertir el mensaje de que la gente no puede venir al hospital. No puede ser que un enfermo con un ictus aguante los síntomas en su casa y cuando venga ya no sea reversible», deja claro. Además, muestra su preocupación por si el país tendrá «riñón financiero suficiente para seguir manteniendo la calidad asistencial que la Sanidad venía prestando a los ciudadanos. La cirugía que se realiza, por ejemplo, es muy sofisticada, pero es muy cara».

«Lo que está minando un poco mi estado de ánimo es la incertidumbre, tanto científica como personal», reconoce Pau Camarasa

La mayoría cree que se atisba una luz al final del túnel, al menos en lo que se refiere a la presión asistencial en sus respectivos centros sanitarios. Cristina Díaz recuerda que tuvieron que habilitar en su día varios quirófanos donde atender a los pacientes críticos que ya no entraban en Reanimación, con capacidad para 16 personas. De los 30 enfermos que llegó a atender, hoy solo quedan 22. «Ahora mejor», resume. Pero «no se puede cantar victoria, porque puede haber otro pico cuando se levante el confinamiento si no tenemos cuidado». Si llega ese pico, «espero que al menos estemos más preparados». Tampoco es mucho pedir para que las consultas dejen de ser morgues.

Nuria García Salas (Murcia, 1989), médico de Familia y Urgencias de Atención Primaria en Carnago y Como (Lombardía, Italía).

«Mis colegas se tomaron en serio mis advertencias»

Como los 'liquidadores' que fueron en primera instancia a la central nuclear de Chernobyl para tratar de contener un infierno radiactivo sin mayor protección que unos trapos. Así, totalmente indefensos ante la amenaza, recuerda Nuria García Salas (Murcia, 1989) que atendieron sus compañeros a los primeros afectados de Covid-19 en la región italiana de Lombardía, epicentro de la epidemia en Europa y donde esta doctora ejerce como médico de atención primaria desde 2018, en las localidades de Como y Carnago. Como en Chernobyl, muchos de esos compañeros «han muerto». Ella tuvo la suerte de hacerse con una mascarilla, una sola, del único kit que había en el centro cuando llegó la primera avalancha de contagios y afectados. Para poder contar con un material que aún sigue esperando por parte de las autoridades, tuvo que pagar 20 mascarillas de su propio bolsillo en internet. Casi 250 euros para «protección propia».

Lo que no tuvo precio, al menos para familiares y amigos, fueron los mensajes de advertencia que García Salas fue lanzando a primeros de marzo sobre los estragos del coronavirus en Lombardía y las medidas que se tendrían que adoptar de forma inminente en la Región, «a donde estaba segura que llegaría». Ella, de hecho, canceló un viaje a Murcia por responsabilidad. «A mis padres les dije que compraran mascarillas. Y mis compañeros de La Arrixaca se lo tomaron en serio y me hicieron caso». Con la perspectiva que da luchar unos pasos por delante en el tiempo contra la Covid-19, considera que «veremos la luz con la vacuna».

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