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Un hombre de origen marroquí recibió dos disparos en el pecho en junio de 2010, en el asalto a una finca rural de La Aljorra. J. M. RODRÍGUEZ / AGM

Marihuana regada con sangre

Alarma entre las fuerzas de seguridad por el incremento de vuelcos de droga y la extrema violencia con que actúan las bandas de ladrones

Domingo, 17 de octubre 2021, 10:30

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Son los malos entre los malos. Los más violentos entre los violentos. Los más duros entre los duros. Llegan de noche y entran a sangre y fuego. Y no entienden otra respuesta que el fuego y la sangre. Pregúntenselo, si no, al vecino del Camino de la Acequia Turbedal, en la pedanía murciana de Los Garres, a quien esta semana le abrieron un sanguinolento respiradero en un muslo por el infalible método de enviarle un supositorio de plomo a una velocidad de 360 metros por segundo. ¡Pum, ras, paf, Dioooooooooooossssssss!

El tipo sabía, temía, que podían llegar como lo hicieron. Agrupados y silenciosos como una manada de lobos. Encapuchados. Armados. Ocultos entre las sombras de la madrugada. Guiados por el olor de la marihuana que crecía entre los limoneros. Por eso había protegido la finca con tres imponentes canes que, al cabo, de bien poco le sirvieron. Al menos, no es poco consuelo, puede contarlo. Que no fue el caso de otros.

  • Junio de 2010 Tres magrebíes resultan heridos de bala, uno de extrema gravedad, en el asalto a una finca de La Aljorra en la que los dueños respondieron a tiros.

  • Mayo de 2018 Una violenta banda de españoles, brasileños y rumanos entra en un chalé de Molina simulando ser policías y apalean a los vigilantes de una plantación de marihuana.

  • Agosto 2018 Una banda asalta un chalé de Las Torres de Cotillas donde se estaba cultivando marihuana y asesta una brutal paliza al marroquí encargado de la vigilancia.

  • Abril de 2019 Un supuesto camello de Yéchar (Mula) muere de un disparo en su casa, ante su mujer y sus hijos, durante un vuelco cometido por una banda de magrebíes.

  • Mayo de 2019 Tres personas de origen magrebí resultaron heridas de bala tras penetrar en una finca de Monforte del Cid (Alicante) para quitarle los estupefacientes a un clan familiar.

  • Noviembre de 2019 Un vecino de San Pedro del Pinatar y su hijo recibieron una tremenda paliza en el asalto a un almacén, donde la banda de asaltantes buscaba droga en apariencia.

  • Octubre de 2019 Un hombre subsahariano recibe un disparo en el rostro y pierde la vista cuando, junto a otras tres personas, entró armado en un cortijo de Archivel en busca de droga.

  • Diciembre de 2019 El vigilante de una plantación de cannabis de Mula, un inmigrante irregular de origen subsahariano, recibe un disparo en los genitales durante un asalto.

  • Diciembre 2020 Una joven residente en Lorca es asesinada de un disparo en la cara en Torrevieja, cuando presuntamente procedía al reparto del botín tras un vuelco de drogas.

  • Octubre de 2021 Un grupo de delincuentes entra en una finca de Los Garres (Murcia) en la que presuntamente se cultiva cannabis y hiere de un disparo al dueño en un muslo.

«Los grupos criminales cada vez muestran menos pudor a la hora de atizarse duro entre ellos por un alijo de drogas», explica un veterano agente de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, curtido desde hace años en la represión del tráfico de estupefacientes. No tiene que hacer muchos esfuerzos, como cualquiera de sus compañeros, para recordar una decena de incidentes muy violentos protagonizados en la Región, o en zonas limítrofes, por organizaciones criminales especializadas en vuelcos de droga a bandas de traficantes: los dos plomazos en el pecho que se llevó un marroquí en La Aljorra (Cartagena) cuando asomó la jeta en una finca en la que nada se le había perdido; el tiroteo en Monforte del Cid que se cobró tres heridos de bala entre el grupo de magrebíes, asentados en Murcia, que trataba de arrebatarle un alijo de drogas a un peligroso clan familiar alicantino; la muerte a tiros de un pequeño camello de Yéchar, en presencia de su mujer y de sus críos, cuando otra organización 'hermana' de la anterior asaltó su domicilio para quitarle la marihuana que cultivaba; el asesinato de una joven lorquina en Torrevieja mientras discutía con uno de sus hombres el reparto del botín obtenido en uno de estos golpes; el disparo a media altura, durante un frustrado vuelco en Mula, que convirtió a un nigeriano en una versión actualizada de los antiguos 'castrati'; la lluvia de perdigones que vació los ojos a otro centroafricano en una finca rural de la pedanía caravaqueña de Archivel, en la que irrumpió junto a unos cuantos compinches buscando a quién esquilar y de la que salió trasquilado; los tiroteos con los que concluyeron los allanamientos en fincas rurales de La Palma (Cartagena), Cehegín, Alguazas, Sangonera la Seca (Murcia), Cieza... en las que se cultivaba presuntamente la planta del cáñamo.

Un kilo de cocaína vale unos 35.000 euros en el mercado negro, y uno de hachís o marihuana está en torno a los 2.000 eurosLa tasa de robos de droga no denunciados debe de ser altísima, pues nadie está interesado en decir que le han quitado un alijo

Una muy elevada cifra negra

«La cifra oscura o negra –la constituida por los delitos que no llegan a ser denunciados– tiene que ser muy grande en este tipo de asuntos. Primero, porque ninguna víctima –por la cuenta que le trae– está interesada en denunciar que le han quitado un alijo de droga y, en segundo lugar, porque muchos de estos casos se producen en zonas aisladas, en los que nadie se entera si se ha producido un tiroteo, a no ser que se produzcan heridos o haya muertos», razona la fuente mencionada.

Con todo, los asaltos que acaban trascendiendo a las fuerzas de seguridad y a la opinión pública son reveladores de varias circunstancias: que se trata de una tipología delictiva cuya casuística crece a fuerte ritmo, que el grado de violencia con el que actúan las bandas de asaltantes –y con la que responden los asaltados– es extremo y, como consecuencia de lo anterior, que empieza a ser ya muy extenso el reguero de sangre que vienen dejando desde hace unos años.

La promesa de un suculento botín explica que haya organizaciones –principalmente de magrebíes, pero también de españoles o integradas por ciudadanos de varias nacionalidades– que se embarcan en tan comprometida aventura. Resulta evidente que para algunos el riesgo compensa, pues no en vano un kilo de cocaína cuesta en el mercado negro en torno a 35.000 euros, y uno de hachís o de marihuana se sitúa entre los 1.500 y 2.000 euros. De manera que hacerse con un alijo de unas decenas de kilos de farlopa o unos cientos de kilogramos de costo constituye un auténtico tesoro.

«Iremos a por sus muertos», se escuchaba decir hace un par de años a uno de estos delincuentes especializados en vuelcos, de origen marroquí, en una conversación telefónica interceptada por la Guardia Civil. Esa es la actitud. Entrar a muerte. A todo o nada. «Saben que los que están custodiando la droga también están armados y dispuestos a todo. Ya no solo se protegen con altas vallas, concertinas de pinchos y perros peligrosos, sino que han comenzado a instalar trampas», advierte otro especialista de la Policía Judicial. No ha ocurrido todavía en la Región, pero en otras provincias ya se han descubierto fincas con fosos-trampa cuyo fondo está tapizado de afiladas estacas –al estilo vietnamita– y hasta se han hallado escopetas montadas con cartuchos de postas, listas para disparar hacia la puerta si algún extraño trata de abrirla.

El riesgo de los 'policías ful'

«Todo esto nos coloca en una posición muy delicada a los agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad, pues podemos acabar cayendo en una de esas trampas», se lamenta una de las fuentes consultadas. El riesgo es todavía mayor si se tiene en cuenta que las bandas de ladrones de droga suelen ir pertrechadas de chalecos policiales, pirulos, placas y demás parafernalia pseudo-oficial y entrar en las fincas al gripo de ¡Policía! o ¡Guardia Civil! Algo que explica que, en alguna ocasión, durante una operación real de unidades antidroga, los funcionarios se hayan encontrado con una granizada de plomo por parte de los guardianes del alijo. «Pueden pensar que somos 'policías ful' y que pretendemos quitarles el estupefaciente. Y eso pueda dar lugar a situaciones muy peligrosas», razona.

Lo evidente es que este fenómeno no va a desaparecer de un día para otro, por más que la incidencia pueda caer puntualmente cuando alguno de estos grupos es desmantelado. La promesa de la recompensa es demasiado suculenta para algunos, que entran llegando a sangre y fuego. A fuego y sangre. «A por sus muertos».

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