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«Todos soñamos con encontrar la villa del Rey Lobo», comenta el concejal de Cultura de Los Alcázares, Antonio Luis López Campoy. No tiene dudas de que su hallazgo permitiría completar un capítulo del pasado que siempre estuvo envuelto en leyendas y, sobre todo, «musealizar al aire libre los restos para que puedan verse y conocer esa historia remota de Los Alcázares, por ejemplo en una visita con un código 'QR'.
Pero aún hay un camino que recorrer. Y es hacia abajo. De momento, los descubrimientos de la primera excavación arqueológica realizada en el paseo Carrión, frente al Mar Menor, confirman la presencia de una villa romana. El equipo dirigido por el arqueólogo José Iborra sacó a la luz «muros de adobe romanos enlucidos y pintados al fresco con colores amarillo, blanco, rojo y negro, sin figuras y con señales de picadas para haber sido repintados encima», según recoge la memoria de la intervención.
Ante la mirada de los turistas, ya que el lugar de interés arqueológico se encuentra justo al lado del actual hotel La Encarnación, extrajeron «fragmentos de molduras de yeso», que los expertos han datado «en base al estilo pictórico, de época Flavia, entre el año 80 y el 125».
Han entregado al Museo Regional de Arqueología todos los restos, junto a fragmentos de tégulas e ímbrices –dos tipos de tejas– de los techos, compatibles con la misma época. El resultado de las catas corrobora la existencia de este palacete romano, de los que ya se extrajeron tres capiteles de una época romana tardía, según confirma Iborra.
Pero sobre todo ha dado alas a la búsqueda del rastro de Muhammad ibn Sa'd ibn Mardánish (1147-1172), el poderoso rey musulmán, que podría haber utilizado parte de una villa romana para construir su alcázar frente a la albufera. Así lo planteó el arquitecto José Ramón Berenguer en 1887, cuando publicó el plano de los cimientos de la villa, que en aquella época estaban a la vista, hasta que en 1900 los constructores Carrión y Roche rellenaron el yacimiento y aplanaron la superficie para edificar calles y viviendas.
El plano de Berenguer da a entender un recinto de 110 metros de largo por 35 metros de ancho que, «en su ala izquierda, muestra un peristilo, un patio porticado de la época romana imperial», señala el arqueólogo, y, en el ala derecha, una muralla con baluartes, una especie de balconadas salientes que evitan dejar ángulos muertos en la vigilancia del perímetro, propios de un alcázar defensivo». De hecho, a pesar de que se le atribuye una vida de boato y ostentación, no dejaba de sentirse amenazado por el avance del ejército almohade, los amagos de los africanos radicales y las cuitas con los cristianos.
Constatar la reutilización de la planta romana para los propósitos del caudillo murciano, de la mano de sus alarifes, es el gran deseo para confirmar una orilla musulmana en Los Alcázares, bordeada de palmeras, granados y arrayanes, con una entrada señorial, como describen los historiadores, ya que se sabe que Mardánish organizaba fiestas para agasajar a sus invitados sobre grandes alfombras.
Los resultados del georradar permitirán cotejar la planta enterrada con el plano de Berenguer y señalizar las próximas catas. «Puede darnos el trazado de los muros, como una radiografía», explica Iborra, quien no oculta las dificultades. «A lo largo del tiempo, ha habido otras construcciones, como una torre defensiva del siglo XV y otros que posiblemente reutilizaron material de la villa derruida», explica. En las próximas semanas, el equipo intentará acercarse a alguna evidencia del Rey Lobo, cuya investigación sobre su presencia en el Mar Menor comenzaron hace años desde la asociación Los Alcázares EcoCultural.
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