«Si llega el virus nos contagiamos todos»
En el Congo. La misionera murciana Matilde Fernández lleva 45 años en Bukama, una localidad en el centro de África donde la pandemia todavía no ha registrado ningún caso, pero advierte: «Aquí el confinamiento es imposible»
En las calles de Bukama, al sur de la República Democrática del Congo, el miedo al contagio por coronavirus tan solo circula por las televisiones y los teléfonos móviles. Los colegios y restaurantes están cerrados desde hace semanas, y también los espacios de culto, pero la población sigue transitando las principales vías y plazas de la localidad. En una región donde la población solo «entra en las casas para dormir es imposible el confinamiento. Y si nos confinan, habría que elegir entre morir por el virus o de hambre», cuenta la religiosa Matilde Fernández. Lleva 45 años en el corazón de África. Llegó con solo 24 como voluntaria de la congregación Siervas de San José, fundada en Salamanca, y allí ha vivido toda su juventud y edad adulta.
Nacida en Almería en 1950, aunque estrechamente vinculada a Murcia desde niña –«estudié en el colegio de las Luisas y después en el Saavedra Fajardo», detalla–, Fernández ha dedicado su trayectoria a la enseñanza, primero como profesora en una escuela de Secundaria donde impartía Física, y desde hace unos años en un Centro de Formación de Corte y Confección para mujeres y niñas, orientado a que estas puedan «ganarse la vida honradamente».
La Covid-19 ha forzado el cierre del centro y no sabe cuándo sus alumnas podrán reanudar el curso. En Bukama no se han registrado todavía contagios, los más cercanos, da cuenta Fernández, están a más de mil kilómetros de distancia, en ciudades como Idiofa, Bukavu y en la capital, Kinshasa, todavía más alejada. En la calle, los chavales bromean con la llegada de la pandemia y otros adultos tampoco se toman en serio las noticias. A algunos Fernández tuvo que invitarles «a ver por la tele lo que estaba ocurriendo en otros países para que vieran que el peligro era real». Aun así las medidas de prevención hace semanas que se pusieron en marcha, y «ya no nos damos la mano al saludar».
El mayor temor entre la población es «el desabastecimiento de medicamentos», afirma la religiosa
Este nuevo coronavirus, capaz de poner en jaque a todo el planeta, no es el primer patógeno al que se enfrentan en Bukama, una zona, recuerda Fernández, acostumbrada a las epidemias de cólera y amenazada por el ébola –el último brote en el país apareció en 2018 y sigue activo; hace unos días se registró un nuevo caso después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) diera la epidemia por finalizada–: «Aquí la gente está ya muy sensibilizada con el agua y el lavado de manos», señala Fernández, quien informa de que las fronteras permanecen cerradas y que «están prohibidas las reuniones de más de veinte personas». No obstante, apunta la religiosa, «en los duelos y los mercados es casi imposible mantener la distancia»: «Si llega el virus o nos contagiamos todos o no se contagia nadie».
Sin agua corriente
En Bukama, explica la misionera, «no hay agua corriente y la luz toca un día sí y otro no». En la casa donde ella reside junto con una hermana de la congregación, disponen de placas solares que mitigan los cortes de suministro eléctrico y de un televisor desde el que siguen las noticias del resto del mundo. Afirma que se encuentra «bien», aunque desconcertada porque esta pandemia ha desbaratado todo calendario y no sabe cuándo podrán terminar el curso sus alumnas; tampoco si viajará a España, hasta donde tenía pensado volar en julio para pasar las vacaciones con su familia.
No obstante, «hay días», confiesa, «en los que el ánimo decae», y lo compara, dice, «con la guerra»: «Aquí ya he vivido tres o cuatro, y cuando te levantas por las mañanas lo haces animada pero conforme van llegando las noticias todo va cambiando. Es lo que yo llamo 'estado de guerra'». Por suerte, afirma, «en el sur ahora parece que estamos tranquilos y doy gracias a Dios».
Ubicada en la antigua región de Katanga, los congoleños se refieren a Bukama, según dice Fernández, como 'zona de salud': «Hay un hospital y bastantes médicos», argumenta, al tiempo que reconoce que «el equipamiento ya es otra cosa». El mayor temor entre la población, afirma, es «el desabastecimiento de medicamentos. Dicen que hay suficientes, pero ese interrogante lo llevamos en el corazón».
La desinformación es otro obstáculo con el que se están encontrando las autoridades de la zona. «Han dicho por la tele que hay gente que intenta automedicarse y que acude a las farmacias a comprar cloroquina porque han escuchado que si la toman ya no se contagian, y eso es muy grave. Hay otros que no acuden al hospital porque tienen miedo, porque a veces entras con una enfermedad y sales con cuatro por las condiciones en las que se trabaja, aunque hay sitios que están mejor que otros», relata.
Las consecuencias económicas que esta crisis mundial puedan producir en África también preocupan a Fernández: «En las ciudades cercanas, el precio de los alimentos ha empezado a dispararse y un saco de harina ha pasado de costar unos 30.000 francos congoleños a 80.000 (de 16 a 42 euros aproximadamente). Si esto se alarga va a ser complicado», adelanta.
Para la religiosa, haber podido desarrollar su fe en el Congo, así como la misión de su congregación, basada en la promoción del Evangelio y la dignificación de la mujer a través del trabajo, ha sido, cuenta, un «regalo de principio a final». Ella pone su confianza en Dios. «En estas condiciones no puedes tenerla nada más que en Él», añade.
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