Una investigación sigue la huella de los emigrantes murcianos
Un equipo de la UMU recopila experiencias de murcianos que buscaron un futuro en Europa y ayudaron a modernizar sus lugares de origen
En 1962, empujados por la falta de expectativas, casi 10.000 murcianos, según una estadística de los envíos de dinero desde el extranjero, abandonaron ... sus lugares de origen –sin saber idiomas y con escasa cualificación profesional– para buscar un futuro mejor en otro país. Aunque con altibajos, el fenómeno se mantuvo durante la siguiente década. Ahora, sesenta años después del inicio de aquella partida obligada, una investigación de la Cátedra Jean Monnet de la Universidad de Murcia (UMU), un departamento que se encarga de promover el estudio del proceso de integración europea, sigue los pasos de aquella generación para recopilar sus experiencias vitales y analizar el impacto de su salida y, después, de su regreso a casa. «Intentamos conocer los motivos de su marcha, cómo se desenvolvieron en sus sitios de destino, si sintieron algún tipo de discriminación y qué ocurrió a la vuelta», explica el catedrático de Antropología y responsable del estudio, Klaus Schriewer.
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La investigación, que abarca el periodo comprendido entre los años 60 y 80 del siglo XX, se centra en murcianos que emigraron a Francia, Alemania y Suiza, principalmente, y que están enterrados en el cementerio municipal de Nuestro Padre Jesús (Murcia). Por ello, Schriewer hace un llamamiento a los descendientes para que se pongan en contacto con su departamento (a través del correo electrónico ks@um.es) con el fin de tratar de hilvanar la historia de sus antepasados a partir de recuerdos, recortes de prensa, documentos y fotografías. «Queremos rendirles un homenaje. La gran mayoría no tuvieron una vida fácil. Por lo general, desempeñaron los trabajos más penosos, debido a que carecían de preparación y desconocían el idioma».
En la Región, como en el resto del país, el éxodo se inició a raíz de la puesta en marcha del Plan de Estabilización de 1958, ideado por los tecnócratas del franquismo para reactivar la débil economía. La liberalización, tras los años de autarquía, animó la llegada de turistas y facilitó las inversiones extranjeras, pero, al principio, también disparó las tasas de desempleo, lo que derivó en la salida de miles de ciudadanos para buscarse el sustento.
Klaus Schriewer: «Fueron un motor de la economía, pero también se empaparon de ideas más avanzadas»
Las remesas desde el extranjeros de estos trabajadores nacionales se convirtieron entonces en una potente fuente de ingresos. Según una investigación del historiador y profesor de la UMU Pedro María Egea Bruno, en el bienio 1962-1963 los emigrantes murcianos enviaron casi 3,1 millones de pesetas. Otra estadística del mismo docente refleja que en una década, entre 1971 y 1981, el número de cuentas de ahorro de estas familias pasó de 19 a 2.668 y el saldo medio, de 78.947 pesetas a casi 120.000.
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«Trabajar para ahorrar»
«En general, su mayor empeño era trabajar para ahorrar. Y muchos de ellos, cuando regresaron, destinaron ese dinero a construirse una nueva vivienda o a montar un negocio. De esa manera, fueron un motor para la economía», cuenta Schriewer. Pero, además, se convirtieron, probablemente sin querer, en palanca «para la modernización de la sociedad. En Europa entraron en contacto con otras culturas y vieron que eran posibles otras formas de gobierno; y aquellas ideas más avanzadas las trajeron después con ellos». El cine español ha dejado pinceladas de todo esto en varios filmes, en ocasiones cargados de tópicos.
Todavía hoy, la huella de esa generación está presente incluso en la arquitectura popular de muchos pueblos de la Región, donde se conservan nombres como el 'barrio francés' o 'el barrio de Lyón', en referencia a aquellos emigrantes que un buen día regresaron a su tierra natal para seguir con sus vidas, aunque ya no eran la mismas personas que cuando se marcharon.
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«Primero no quería irse y después no quería volver»
La década de los años 70 echaba a andar cuando el matrimonio formado por Pedro Escribano Carrión, un albañil de Beniaján, y María Cantos Vargas emigró a Alemania en busca de trabajo. Primero partió él con los dos hijos mayores, Juana y Joaquín, y seis meses después le siguieron la madre y el más pequeño de la casa, José. A través de unos amigos, encontraron empleo en una fábrica conservera en Breitenbach, en el land de Hesse, cerca de Frankfurt. «Allí permanecieron dos años. A la vuelta, con los ahorros se levantaron una nueva vivienda que todavía conservamos», recuerda Irene Hernández Escribano, una de sus nietas, que colabora con la investigación del profesor Klaus Schriewer. «Mi madre me ha contado que al principio no quería irse, y después tampoco quería volver. Allí hizo buenos amigos, y hasta aprendió a cocinar. Su círculo cercano eran españoles. Y la única diversión, ir al cine algún domingo».
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