«La inteligencia artificial está encaminada a cambiar la esencia del ser humano»
«Hay motivos más que suficientes para que el clamor por lo que hacemos en este terreno sea global»
El AVE de Madrid a Murcia que tomaron el jueves Felipe Gómez-Pallete y Paz de Torres, autores del libro 'Que los árboles no ... te impidan ver el bosque: caminos de la IA', salió de la estación de Chamartín con media hora de retraso. Una incidencia habitual que bien conocen los usuarios del servicio, pero que no tendría por qué haber previsto ninguna inteligencia artificial. ¿O sí? Las múltiples preguntas que plantea esta tecnología, que ha saltado de la ciencia ficción a la vida real, son en realidad las preguntas que tendríamos que habernos hecho «en el nacimiento de esta revolución», deja claro Gómez-Pallete (Reinosa, Cantabria, 1944). Exdirectivo de tecnológicas tan importantes como IBM y Cisco, este ingeniero de Minas ha sido actor de lujo en los últimos progresos tecnológicos de la humanidad. Aunque, a punto de cumplir 80 años, ahora advierte de los funestos riesgos que puede entrañar esta nueva revolución. Y también de sus bondades. Gómez-Pallete y Paz de Torres participaron el jueves en un coloquio en la Universidad de Murcia sobre los desafíos de la inteligencia artificial, dentro de una gira nacional.
–Geoffrey Hinton, considerado uno de los 'padrinos' de la inteligencia artificial (IA), dejó esta semana su puesto en Google para poder advertir libremente de los riesgos que entraña esta tecnología. ¿Comparte usted la visión tan negativa sobre la IA que trasladan muchos colectivos y responsables de tecnológicas como el propio Hinton?
–Ninguna persona, ninguna cosa es solo buena o solo mala. La inteligencia artificial no es ninguna excepción. ¿Qué ocurre? Pues que hay mucha gente abonada a decir lo malo y mucha gente abonada a decir las excelencias. Y ninguno de los dos extremos tiene razón. Y no es por ser ecléctico, es que es así. Y tampoco porque, como se dice normalmente, la cosa está en quien lo usa. En efecto, la cosa está en quien lo usa. Pero es que esto viene de mucho antes. La cosa está en quién ha permitido hacer ese producto. Cómo se ha investigado esto. ¿Por qué no nos preguntamos cuando estamos a tiempo de ver si merece la pena o no merece la pena? No solo cuando uno lo usa bien o lo usa mal. Ahí está la cuestión.
–Otra de las preguntas que surge ahora tiene que ver con la regulación de esta y otras tecnologías, que es prácticamente inexistente, al menos en España.
–Sí. Y la regulación muchas veces consiste en 'hecha la ley, hecha la trampa'. ¿Quién se acuerda de la regulación y las leyes que salieron con la investigación sobre la oveja Dolly, y todo aquello? Aquello quedó en nada. Se dice que es Europa quien debe tomar las riendas de la regulación en este campo. Pero ojo, porque ahí se tiene que enfrentar a China y a Estados Unidos, que tienen una voz más cantante que la europea hoy por hoy en cuanto a regulación. Se habla de regulación 'ab initio', desde el principio; y de regulación del producto final. Pero nadie habla de una revolución integral en toda la cadena de valor de la industria de la inteligencia artificial. Y no denunciar esto es proteger el capital que se está invirtiendo en esa industria. Todos los artículos que salen alegando que la inteligencia artificial es muy positiva, lo que hacen es esconder los intereses de ese capital que se está invirtiendo. No digo que esos intereses sean malos, pero entonces no hay por qué esconderlos.
«Estamos en un momento en el que, en términos playeros, ya no hacemos pie»
–Todas las revoluciones han conllevado ciertas desconfianzas e incertidumbres, miedo al cambio. ¿Qué diferencias tiene esta revolución con las anteriores?
–Como suele decir Paz de Torres, esta revolución 4.0 se distingue de las anteriores –la máquina de vapor, el motor de combustión, la electricidad, etcétera...– en una cosa fundamental. Las revoluciones anteriores han cambiado nuestra forma de hacer las cosas. Nos comunicamos de una manera distinta, aramos el terreno de una manera diferente, transportamos de otra manera. La revolución que encabeza la inteligencia artificial, además de ayudar a cambiar la manera de hacer cosas, está cambiando al propio ser humano. Y una cosa es cambiar el hacer y otra cosa es cambiar el ser. Esto hace que esta revolución no tenga nada que ver con las anteriores. Los discursos que hablan de que esta es una revolución más, omiten el meollo de la cuestión. Estamos ante unas facilidades tecnológicas que están encaminadas a cambiar la esencia del ser humano. Y repito: no es lo mismo cambiar el hacer que el cambiar el ser.
«Nadie habla de una regulación integral en toda la cadena de valor de esta industria, y no denunciar esto es proteger el capital que se invierte»
–Habría que plantearse hasta dónde estamos dispuestos a llegar o a ceder como especie, ante esta nueva tecnología, ¿no?
–Ahí está. Pero, ¿quién se pregunta a qué estamos dispuestos a renunciar de nuestra esencia como seres humanos?
¿Adiós al libre albedrío?
–¿Y qué parte de esa esencia podríamos llegar a perder los seres humanos con el desarrollo de la inteligencia artificial?
–Pues, por ejemplo, algo tan nuestro como el libre albedrío. La capacidad que tenemos de decidir nuestros propios actos es una característica del ser humano. Pero la inteligencia artificial ha empezado por ayudarte; después por sugerirte; después decide por ti y ya hace por ti. Es el ejemplo que ponemos siempre. Ya hay neveras que incorporan esta tecnología y que, sin consultarte, piden al supermercado una remesa de yogures de limón porque se te han acabado. A medida que se avanza en la escala, lo que hace esta tecnología es meterse en tu cocina. Es decir, en tu capacidad soberana y moral de decidir, de enjuiciar y de tener tu propio criterio.
«Si conseguimos emular en una máquina el enamoramiento, el juicio, la consciencia... aquí estamos de más»
–Entiendo que, hasta ahora, siempre ha sido el creador de la tecnología quien da las pautas de comportamiento. Pero, ¿estamos cerca de que la inteligencia artificial pueda llegar a tener conciencia de sí misma?
–Sí, definitivamente. Estamos en un momento en el que, dicho en términos playeros, ya no hacemos pie. Y, siempre que se deja de hacer pie, empieza el vértigo, el agobio, el apuro. Y yo creo que estamos en un momento en el que hemos dejado de hacer pie.
–¿Quiere decir que ya estamos a merced de esta tecnología, que no la controlamos?
–Bueno, hay quien dice que la inteligencia artificial actual, la simple, la débil, llámela como quiera, está dando pasos determinantes para convertirse en la llamada inteligencia artificial general. Es decir, aquella que, como el ser humano, es versátil y puede hacer un roto y un descosido. Que puede hacer cualquier cosa. Si estamos fabricando instrumentos que pueden hacer cualquier cosa, como usted o como yo, pero ni sienten, ni padecen, ni tienen juicio ni capacidad de decidir, ni capacidad de ponerse objetivos... Máquinas que pueden hacer todo a la perfección pero sin sentimiento ni pensamiento humano. Eso, en mi pueblo, se llama monstruo. Algo que es capaz de hacer cualquier cosa, y no tiene alma (en términos religiosos), es peligroso. Estamos en ese momento que no sabemos por dónde nos da el viento.
«No hay conciencia»
–Entonces, ¿tenemos motivos para estar preocupados?
–Claro que hay motivos. Sobre todo, porque no hay una inquietud generalizada. Nosotros tenemos envidia de los ecologistas. Porque han conseguido, por fin, un clamor global por este otro asunto. Pero es que hay motivos más que suficientes para que el clamor por lo que estamos haciendo en el terreno de la inteligencia artificial fuera también global. Y yo no veo ningún clamor. Tampoco veo que haya señales de alarma. Si estás tomando algo con amigos y sacas el tema, la gente te pregunta qué es eso de la inteligencia artificial. No hay conciencia de lo que nos estamos jugando, y nos estamos jugando mucho.
«Ya hay neveras que, sin consultar, piden al supermercado yogures porque se te han acabado»
–Hablaba antes de los intereses económicos. ¿Cree que hay más motivación económica que científica detrás de esta tecnología?
–Todo avance tecnológico responde a una combinación de fuerzas: la curiosidad científica; la promesa de buscar soluciones a problemas de salud; ganar eficiencia física y ambiental de nuestros actos; automatizar trabajos peligrosos y tediosos; y, por último, la aspiración de retorno de la inversión de los inversores y de los operadores. Lo que es obsceno es que se esgriman los cuatro primeros motores y se esconda el quinto, cuando la mayoría de las veces es el único motor que mueve todo. Esconder esa realidad es ponerle la alfombra roja al capitalismo del estrangulamiento. Es que nos estamos matando. ¿Por qué no confesar que tenemos ánimo de lucro?
–¿Cuál es su principal temor por el desarrollo de esta tecnología?
–Que acabemos consiguiendo emular en una máquina el sentimiento, el enamoramiento, el juicio, la ambición, la contextualización, la consciencia... Si eso es posible, como dicen algunos que puede serlo, aquí estamos de más. Y ese es mi temor. Y no quiero ser catastrofista, porque la inteligencia artificial tiene muchas cosas buenas. Pero ese temor existe, es real. Y no porque lo traslade gente que tengamos muchos años en el mundo de la computación. También lo hacen figuras de primera línea. Si esto es así, el planeta estará habitado por dos tipos de personas: los entes robóticos humanizados y los seres humanos robotizados. Y alguien nos corrigió y nos dijo: falta un tercero: el que gobierne a esos dos.
–Volviendo al presente, otro de los retos que plantea esta tecnología es distinguir la información real de la inventada, con ejemplos como una foto 'trucada' del Papa o una imagen de portada en un diario nacional creada con inteligencia artificial. ¿Cree que favorecerá la desinformación en tiempos especialmente abonados para ella?
–Esto tiene dos lecturas. Una es esta, que es la que usted me dice. La tecnología es capaz de juntar a Pablo Iglesias y Yolanda Díaz y que se den un beso. Pero esa misma tecnología puede ayudar a desenmascarar esos entuertos. Es decir que, en este caso, la inteligencia artificial puede ser villana y heroína. Desinformar también es, y ahora miro a los profesionales de los medios de comunicación, hablar de la inteligencia artificial con poco criterio. No buscando un fin perverso, sino hablar de esto con ligereza, sin fundamento. Y hay muchos titulares que hacen que el ciudadano de a pie no tenga criterio. Yo abogaría por 'duchar' pedagógicamente a la profesión periodística, en general, para que hablara con propiedad de la inteligencia artificial.
«Hay poco margen para empeorar aún más la calidad democrática»
–Como presidente de la Asociación por la Calidad y la Cultura Democráctica, ¿cree que la inteligencia artificial podría darnos mejores dirigentes que los políticos actuales?
–[Risas] Esta pregunta es muy fácil, no voy a picar el anzuelo. Harari, y antes Habermas, decían que la democracia es conversación, y la conversación se hace a través del lenguaje. Y ChatGPT y toda su prole 'hackean' el lenguaje como quieren. En ese sentido, la democracia está en peligro. Hay otros que niegan esa posibilidad porque argumentan que la inteligencia humana y la inteligencia artificial nunca serán iguales. Pero eso no soluciona el problema.
–¿Cómo valora la situación política actual?
–Muy triste, muy triste. No entiendo, partiendo del supuesto de que unos y otros quieren lo mismo, que es el bien común, cómo están todos a garrotazos. Disfrazados de Goya, dándose estacazos todos los días. No hay nadie capaz de dar la razón al otro, o pedir perdón y llegar a un acuerdo. ¿El panorama actual? Muy triste. Muy dislocado. Muy blanco y negro. ¿Cómo podemos tener un presidente del Gobierno, con todas las cosas buenas que ha hecho, que aterriza en política con el 'no es no'? ¿Pero qué política es esa? Eso ha marcado. Eso ha marcado que en el debate político no se busque un punto de encuentro para beneficiar el bien común. Ahora el debate político se centra en ver quién gana a quién. Eso tiene las patas muy cortas.
–¿Cómo vamos de calidad democrática, y hacia qué escenario vamos?
–Quiero creer que hemos tocado fondo. Hay muy poco margen ya para empeorar aún más la calidad democrática, entendiendo por calidad democrática la responsabilidad, el compromiso y la transparencia. Nos gustaría, como siempre decimos en la asociación, que la calidad democrática se distinguiera porque los políticos hicieran gala por el compromiso de mejora a futuro, no por el rendimiento de cuentas de lo que ya se ha hecho. Que el compromiso con el ciudadano fuera de promesa de mejorar a futuro, no sobre lo que ya se ha hecho. Que este país, además de ser conocido por Rafa Nadal o Carlos Alcaraz o nuestra gastronomía, fuera distinguido por ser un colectivo deseoso por querer mejorar constantemente.
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