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A la izquierda, Agustín y Natalia, en una imagen tomada poco antes del crimen. A la derecha, Juan Manuel Rodríguez. CEDIDA
El calvario de Juan Manuel: golpeado, atropellado, quemado, muerto

El calvario de Juan Manuel: golpeado, atropellado, quemado, muerto

Las declaraciones de los sospechosos del asesinato de un joven en La Puebla desvelan todo lo que pasó hasta expirar

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Domingo, 5 de septiembre 2021, 01:15

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Alguien, que sabía bien de qué hablaba, definió una vez el asesinato como «un caso vulgar; un hecho más o menos vivo de bestialidad, de ferocidad». Todo fue vulgar, bestial y feroz en el asesinato de Juan Manuel Rodríguez, un hombre de 34 años de edad, divorciado y con una hija, cuyo cadáver fue hallado carbonizado en el asiento trasero de un coche, en un bancal de la diputación cartagenera de La Puebla, en la madrugada del pasado 23 de agosto. Apenas unas horas después, la Guardia Civil arrestó a una pareja de la comarca, Agustín M.A., de 24 años y vecino de Cartagena, y su novia, Natalia M.R., de 18 años y vecina de Torre Pacheco, quienes mantenían entre sí y con el difunto una tormentosa relación de amor y odio. El caldo de cultivo perfecto para un crimen feroz, bestial y, sobre todo, terriblemente vulgar.

Las actas de las declaraciones prestadas por los dos sospechosos tras ser detenidos, a las que LA VERDAD ha accedido, permiten conocer con bastante detalle cómo se desarrollaron los hechos aquella trágica madrugada de un lunes, aunque con seguridad algunas de sus manifestaciones acabarán siendo puestas en tela de juicio, y quién sabe si finalmente se verán desacreditadas por las pruebas periciales.

Amenazas de muerte

Atendiendo al contenido de las propias palabras de los presuntos homicidas, Juan Manuel y Natalia habían mantenido una relación sentimental que acabó cinco o seis meses atrás, aunque ello no había impedido que siguieran manteniendo contacto. Quedaban, hablaban, discutían y acababan como el rosario de la aurora. Hasta el extremo de entrecruzarse amenazas, según reconoció la propia Natalia. «Le dije que lo iba a matar y a quemar, que lo iba a quemar a él y a su hija. Y él me dijo que me fuera para La Puebla, que me esperaba con una escopeta».

Para ese momento, la muchacha ya llevaba un tiempo saliendo con Agustín, con el que vivía a salto de mata, en apariencia sin oficio ni beneficio, durmiendo en casas okupadas y desplazándose de un lado a otro en una vieja bicicleta a la que le fallaba el eje de la rueda trasera.

Agustín y Juan Manuel siempre se habían llevado como el perro y el gato, según la chica, y el hecho de que ella siguiera llamando y viendo a Juan Manuel, aunque asegura que ya no tenían sexo, no contribuía a apaciguar los ánimos de su actual compañero. Tanto es así que, en junio, Natalia había denunciado a Agustín por violencia de género, un delito en el que este habría incurrido llevado por sus celos y por el que se le acabó imponiendo una medida de alejamiento. Un mes más tarde, sin embargo, ambos retomaron la relación, en la que las sospechas y la desconfianza seguían siendo fieles e implacables compañeras de viaje.

La tarde del domingo la pasó la pareja junto a la familia de Natalia. Y ya estaba bien entrada la noche cuando, quizás respondiendo a un impulso, la muchacha telefoneó a Juan Manuel para decirle que quería verle y hablar con él. Y acabó dirigiéndose a la casa de su exnovio cuando Agustín se perdió un momento en compañía de su cuñado.

En el paraje de Los Maínes

Cuando el chaval retornó y no halló a Natalia en la vivienda tardó un segundo en adivinar dónde y con quién estaba. Emprendió el camino hacia el cercano domicilio de su rival y, al no hallarlo allí, se dirigió hacia un paraje rural, conocido como Los Maínes, donde sabía que su novia y Juan Manuel se habían citado en otras ocasiones. Así al menos lo explicó a la Guardia Civil y a la juez, ante quienes negó haberse concertado con Natalia para tenderle una celada a Juan Manuel en ese paraje aislado.

Sostiene que cuando llegó al lugar se encontró a ambos charlando, fuera del Hyundai Tucson con el que se movía el joven. Y la noche no tardó en impregnarse de sangre. Los dos oponentes, en apariencia, comenzaron a intercambiar puñetazos y Agustín, empuñando una pesada llave inglesa que luego dijo haber pedido prestada para arreglar la bicicleta, golpeó con ella en la cabeza a su oponente, hiriéndole de gravedad. Aunque los investigadores dudan de si no fue directamente, nada más llegar al despoblado, como le asestó ese golpe con el que le abrió una gran brecha.

La fuerte hemorragia tuvo la virtud de apagar por un rato la ira de los contendientes, que montaron en el coche en busca de ayuda. «Le dije a Juan Manuel que lo iba a llevar al hospital. Él decía que estaba muy mal y yo le pedía que aguantara», relató Natalia a los investigadores.

Pero Agustín, según las palabras de la joven, era reacio a acudir a un centro sanitario, pues temía las consecuencias derivadas de la agresión. Todos ellos comenzaron a discutir en el coche y a tratar cada cual de coger el volante para imponer su voluntad. Y Natalia, que era quien conducía pese a no tener permiso, acabó deteniéndose en medio de un camino.

«Salió despedido por el golpe»

En cuanto los dos hombres descendieron del vehículo, la pelea se reanudó en el lugar en el que se había quedado. Agustín asegura que ambos se encontraban aturdidos por los golpes y que apenas podían tenerse en pie, pese a lo cual no dejaban de castigarse mutuamente, y Natalia afirma que aguardaba el resultado agachada junto al Hyundai, tapándose las orejas con las manos para no escuchar los gritos.

En un momento dado, Agustín se zafó de su oponente, que había adquirido ventaja, logró llegar al coche, se subió a asiento del acompañante y pidió a su novia que reemprendiera la marcha. Juan Manuel, mientras, trataba de escapar por la carretera, tambaleándose como un zombi.

«El coche iba a mucha velocidad. No vi a Juan Manuel cuando le embestí. Escuché el golpe y bajé y lo vi malherido», señaló más tarde la mujer para explicar el estremecedor desenlace de esa noche aciaga. Agustín jura que «no le dije a Natalia que lo atropellara. Creo que (Juan Manuel) iba andando o cojeando. Le dio un golpe con el coche y salió despedido hasta una valla, a dos metros o dos metros y medio».

Sostiene la pareja que el joven todavía respiraba cuando entre ambos lo subieron al asiento trasero. «No lo llevamos al hospital porque Agustín no quería», confesó ella más tarde.

Al cabo de un rato se apercibieron de que había muerto. Y mejor que así fuera realmente, pues retornaron al paraje de Los Maínes y le prendieron fuego al vehículo con el cuerpo dentro. En este punto existe una contradicción evidente en las declaraciones de la pareja, ya que Natalia sostiene que la idea de quemar el vehículo fue de Agustín y este afirma que lo decidieron entre ambos, aunque admite que fue él quien acabó haciéndolo. «Cogí una bolsa de plástico que había en el coche, le prendí fuego y la dejé sobre el asiento».

«No tenía intención de que las cosas acabaran así», finalizó el muchacho su terrible relato. La crónica de «un hecho más o menos vivo de ferocidad, de bestialidad». De un «caso vulgar», al cabo. Como lo son todos los asesinatos.

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