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Héctor, Ángel y Pablo comparten pupitre en clase, frente a uno de los formadores del Seminario Diocesano San Fulgencio. Edu Botella / AGM

«Enamorados» de Jesucristo

Tres estudiantes del Seminario Diocesano San Fulgencio cuentan a 'La Verdad' cómo es el proceso en el que se preparan para ser curas

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Domingo, 3 de diciembre 2017, 07:52

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Esta es una historia "de amor". La historia de tres vidas en las que la convicción y la entrega más absolutas se dan la mano hasta fundirse por completo, por la gracia de Dios. Tras la verja del Seminario Diocesano San Fulgencio se detiene la vertiginosidad de la vida cotidiana. Los relojes avanzan al mismo tiempo, pero el sosiego recubre el edificio a modo de placenta, creando una frontera invisible, protectora, flexible, acogedora, gratificante.

Al otro lado de la puerta esperan Pablo Romero, Ángel Antonio Aragón y Héctor Madrona López, tres murcianos que preparan sus mentes y sus corazones para ser sacerdotes. Un camino "que no decides tú, sino que es Jesucristo quien te escoge. En ese aprendizaje, moldear el corazón para seguir su ejemplo es lo más difícil, porque cambiar algunas costumbres, duele", asegura el más joven de ellos, Ángel, de 21 años y en cuarto curso del seminario.

– ¿Cómo supo que Dios le había escogido para ser sacerdote?

– No se sabe, es algo que sientes. Es su gracia. En mi caso, el momento llegó cuando vine un día a rezar al seminario para que Dios enviase sacerdotes a nuestra Iglesia. Al ver las caras de felicidad de los chicos que vivían aquí, sentí que Jesucristo me quería para él. Y ese sentimiento es muy parecido al enamoramiento. Yo tuve novia y puedo asegurar que lo que sentí cuando descubrí que Dios me llamaba era la misma exaltación, pero multiplicada por mil.

«El último milagro»

La edad de Héctor sorprende incluso antes de saberla con certeza. A sus 57 años, este devoto del Señor se ríe de sí mismo y se reconoce como "el último milagro del seminario" cuando hace referencia a su edad. Durante dos décadas se dedicó al periodismo en la Cadena Ser, amarrado a la actualidad y a la rapidez, a la ostentación de lo material como forma de poder, al triunfo social de tener un buen sueldo, una buena casa, reconocimiento profesional. "Pero a pesar de tenerlo todo, yo no era feliz. Dios se me cruzaba cada día, pero yo no me daba cuenta. Entonces me dio por apuntarme a cursos de autoconocimiento, a yoga, a leer libros de autoayuda... Y finalmente en un viaje a la India, lo encontré. Encontré a Dios. Se metió dentro de mí y me llamó. Me dijo que me quería para él y lloré como un niño, no recuerdo durante cuánto tiempo".

Sus palabras pueden sonar a la locura más extrema, pero en su rostro se dibuja la certeza a modo de sonrisa. "Comencé a ir a la Iglesia, a pesar de que siempre me había parecido una cosa obsoleta y fuera de lugar, y me encantó. Me enamoré de Jesucristo entonces y cada día sigo más enamorado. Sé que lo mejor que he hecho en mi vida ha sido tomar la decisión de ser sacerdote", asegura con una frase forjada desde el vientre, allá donde se crea la vida; las palabras florecen y le inundan el pecho y la boca, hasta nacer de sus labios como un árbol de hoja perenne.

Hace unos siete años que Jesucristo 'llamó' a Héctor a sus filas. Entonces se despojó de todo lo que tenía, se desprendió de su trabajo y sus bienes para retirarse a vivir a la ermita de los Hermanos de Nuestra Señora de la Luz, en Santo Ángel. "En ese proceso, le preguntaba a Jesucristo qué quería de mí, para qué me había llamado. Y entonces me dijo que mi labor era comunicar, algo que siempre había hecho. Así que me apunté a los estudios del seminario y comencé mis estudios aquí, mientras vivía con los hermanos de la luz", recuerda.

«Cura o cocinero»

Héctor comenzó en el seminario al mismo tiempo que Pablo. Hace seis años que son compañeros de clase. La complicidad y la amistad hacen funambulismo entre sus miradas sin caerse. A sus 23 años, la juventud de Pablo hace que en sus palabras solo resuene la voz de Jesucristo, sin experiencias previas en las que cimentar ese amor que siente hacia Dios. "Lo mío viene desde pequeño. Mi abuela siempre cuenta que, cuando era niño, yo siempre decía que de mayor sería cura o cocinero", recuerda entre risas. "Al final, poco a poco Jesús te va encaminando para que sigas sus pasos. Aunque en mi caso, cuando llegó el momento de decidir si empezaba el seminario o no, me ayudó mucho hablar con un sacerdote que llegó a la parroquia donde yo iba. Él se acababa de ordenar y me ayudó a perder el miedo", reconoce.

– ¿Cómo es ese miedo que se siente antes de tomar la decisión?

– Es lo típico. Tienes miedo a equivocarte, tienes miedo a no tener mujer... Pero al final son miedos un poco infantiles. En cuanto empiezas en el camino del Señor, se disipan. Evidentemente todos hemos tenido algún miedo antes de empezar, porque somos personas, pero en cuanto das el paso y sientes la felicidad que te provoca servir a Dios, servir a los demás, cualquier miedo se va. La presencia de Jesucristo hace que ese miedo no nos paralice. Él siempre te llena el corazón de paz.

Este domingo 10 de diciembre, Pablo celebrará su ordenación de diácono. A partir de ese momento, podrá realizar los sacramentos del bautismo, el matrimonio y la extrema unción. Seis meses después, se producirá su ordenación presbiteral y será sacerdote por completo.

Castidad, obediencia y pobreza

Son las palabras que sostienen la vida cotidiana de los curas, ese modo de vivir que aprenden Pablo, Ángel y Héctor en su día a día en el seminario. Allí las jornadas empiezan con la eucaristía de las 7.30 y acaban con la oración de las 22.30 horas. Cada dos semanas, tienen día y medio para disfrutar de sus familias fuera del seminario. "Además de los estudios, cada uno de nosotros lleva un seguimiento personal individualizado que se compone por cinco dimensiones: la humana, la intelectual, la espiritual, la comunitaria y la pastoral", explica Ángel. En esta última, "nos preparan para afrontar los sufrimientos del alma", añade Héctor.

Castidad, obediencia y pobreza. Tres costumbres que Héctor tuvo que adquirir después de una vida "haciendo lo que me daba la gana. Para mí, lo más difícil de adquirir fue la obediencia. Tener que acatar una orden sin saber para qué servía esa orden, al principio lo llevé mal", reconoce. A pesar del cambio radical que experimentó su vida en apenas unas semanas, Héctor todavía guarda la magia de su voz radiofónica y su experiencia con las palabras.

"Dios siempre actúa para dar sentido a tu vida. Nosotros somos felices, aunque no hacemos nada para serlo; sino que hacemos todo para hacer felices a los demás. Es la gracia de Dios, esa que llevas dentro y que vives desde los ojos de la fe. Tienes la certeza absoluta de que hay algo a lo que estás llamado, aunque no veas ni entiendas qué es exactamente lo que te llama", concluye el ex periodista.

Graduados en Estudios Eclesiásticos

Más allá de la naturaleza de su formación, los estudios que cursan los tres seminaristas son muy parecidos a una etapa universitaria. Una carrera hacia el sacerdocio para la que es necesario un aprobado en selectividad y en la que la matrícula anual cuesta sobre los 650 euros al año. Además, tienen derecho a pedir la beca del Ministerio de Educación, como cualquier otro estudiante.

En todos los cursos, los aspirantes a cura tienen una parte de servicio y pastoral que se correspondería a la formación práctica del resto de estudios universitarios. A partir del tercer curso, los estudiantes asisten semanalmente a una parroquia donde empiezan de verdad a trabajar como siervos del Señor. Actualmente, Pablo va de viernes a domingo a la iglesia San Juan Bautista de Archena, Ángel asiste una tarde a la semana a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Molina y Héctor aprende a ser cura en la parroquia Nuestra Señora de las Lágrimas, en Cabezo de Torres.

En estos momentos hay 39 seminaristas mayores en el centro San Fulgencio. La Diócesis de Cartagena, a la que pertenece este seminario, "es una de las que más sacerdotes ordena cada año en España, con una media de siete u ocho por curso", reconoce Sebastián Chico, el rector de esta universidad de Dios. Tras sus seis años de estudios, en su mayoría filosóficos y teológicos, la ley reconoce a los sacerdotes como graduados en Estudios Eclesiásticos.

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