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María Campillo y Sonia Medina, en la sede de Columbares en Beniaján. Nacho García/ AGM

El dolor invisible de los migrantes quebrados

Sonia Medina dejó su Cuba natal en 2009, pero todavía se rompe al recordar la partida. Una investigación nacional, liderada por Columbares y la UMU, rastrea los efectos del proceso migratorio en la salud mental: «Murió mi padre y no pude despedirme»

Lunes, 20 de mayo 2024, 01:26

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Fue hace ya 15 años, pero la cubana Sonia Medina recuerda hasta los detalles más pequeños. Por ejemplo, qué hora era: las once y veinte de la noche. Ese era el momento exacto en que daría el paso que llevaba tiempo madurando y que ya no podría deshacer: abandonar su país para construir su vida en otra parte; despedirse, con cariño y dolor, de sus familiares y sus amigos más cercanos; decir adiós a su casa, a su trabajo, a sus lugares favoritos, sin saber si para siempre. Tampoco ha olvidado cómo se sentía. «Anestesiada», señala. «Como si estuviera dormida. En ese momento, no te das cuenta de lo que estás haciendo».

Las once y veinte de la noche era la hora a la que debía despegar el avión que la llevara a España en un viaje solo de ida, o eso marcaba su tarjeta de embarque. Sin embargo, los paneles informativos del aeropuerto notificaron un retraso en el vuelo y, a las once y veinte de la noche, Sonia seguía rodeada de los suyos, esperando el desgarro que no llegaba, como un niño al que alguien amenaza con la mano y que ha cerrado los ojos para aguardar el golpe. El avión partió 4 horas y 20 minutos más tarde; las 4 horas y 20 minutos «más difíciles de mi vida», reconoce hoy desde Murcia; porque las despedidas duelen, pero las despedidas que no acaban abrasan. «Recuerdo a mi familia, a todo el mundo durmiendo en el aeropuerto... Fue un momento...», y mientras lo dice, se ve obligada a hacer una pausa para escoger entre mirar al techo y llorar, y elige el techo. «Creo que el proceso migratorio comienza en el momento en que piensas en irte por primera vez, y se hace más duro cuanto más tardas en realizar el viaje –continúa cuando se recompone–, cuanto más largo es el trayecto, más complicado se hace, porque tienes más tiempo para pensar. Yo tuve 11 horas».

En ese tiempo, no dejó de darle vueltas a lo que estaba pasando. «Hasta que no crucé la aduana, no me di cuenta. Es ahí cuando miras atrás y ves a tu familia, y sabes que han hecho un esfuerzo para pagarte el pasaje, te ponen el sello en el pasaporte y sabes que ya no puedes decir que no».

«Nos dimos cuenta de que estas personas pasan por procesos que afectan directamente a su bienestar», asegura la ONG

Todo migrante esconde una fractura invisible, una huella emocional que se hunde en la tierra con el peso de los dolores que causa partir: el duelo de dejar a los seres queridos atrás, el aislamiento, el miedo, la incertidumbre, los nervios ante lo desconocido. La historia de Sonia es una de miles. Y ella es consciente, porque como psicóloga de la ONG Columbares, también ha tenido que atender a muchos que, como ella, han sufrido el mismo impacto.

La investigación

La organización murciana lidera un proyecto a nivel nacional para analizar la realidad de los problemas de salud mental asociados a la migración. El estudio, denominado 'Migrants' Health', y cofinanciado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y por la Unión Europea, surge de esa experiencia. «Nos dimos cuenta en nuestro contacto directo con estas personas de que pasan por procesos que afectan directamente a su bienestar y a su salud mental; hemos visto el deterioro que causan los problemas a los que se van enfrentando», explica María Campillo, trabajadora social y técnica del proyecto.

A través de esta investigación, que cuenta con la colaboración de la Universidad de Murcia, Columbares espera generar la base científica para que en el futuro puedan surgir proyectos que atiendan las necesidades detectadas. El próximo 30 de octubre, coincidiendo con el Día Mundial de la Salud Mental, se harán públicos los resultados tras el análisis de las encuestas que se están realizando entre migrantes mayores de edad de primera y segunda generación.

Ahí se verán las diferencias y puntos en común de personas procedentes de distintas culturas y países de origen, que han llegado por distintos motivos y medios, que han atravesado periplos diferentes... «Y tampoco es lo mismo ser una mujer que un hombre», subraya la trabajadora social.

Expectativas y realidad

Sonia pudo llegar por aire y con un visado de estudios bajo el brazo. «Tengo claro que no habría sido lo mismo si lo hubiera hecho en patera», reconoce, aunque cree que, independientemente de las circunstancias, todos los que abandonan su país siguen un proceso común, por lo menos en los primeros momentos. «Al principio, tienes mucha energía positiva. La parte complicada llega después, a partir de la primera o la segunda semana, cuando empiezas con el duelo migratorio», explica. «Es cuando comienzas a plantearte preguntas: 'Dejé a mi madre, ¿cuándo vuelvo a verla?, ¿y si no vuelvo a verla? ¿Tengo casa? ¿No tengo casa?'», cuenta.

Muchas de esas cuestiones las fue contestando Sonia de la peor manera. Perdió su residencia y no pudo regresar al país durante años, lo que le impidió despedirse de su padre antes de su fallecimiento e incluso tuvo que perderse su funeral. «No tenía documentación y no pude volver hasta cuatro años después», relata.

A ese tipo de padecimientos se suman el choque cultural y los desajustes que conlleva establecerse en un nuevo país, que traen consigo un cúmulo de emociones difíciles de gestionar sin ayuda. Y la ayuda no suele abundar. Como tampoco, los ahorros para buscarla en los profesionales. «Te sientes muy mal, pero no tienes dinero para ir a un psicólogo», lamenta Sonia.

Las causas de ese malestar son acumulativas. «Primero, dejas seres queridos. Y eso causa estrés. Segundo, puede haber una fricción entre el estatus social que hayamos tenido en nuestro país y el que podamos tener aquí. Si hay mucha diferencia, eso también afecta mucho», asegura. Es otro de los problemas habituales: las expectativas se confrontan con la realidad. «No son solo las que tú te creas, sino las que te generan los demás. El extranjero no suele decirle a la familia que aquí está mal. Todo lo contrario, queremos transmitir la mejor idea porque sabemos que ellos están peor. Muchos ahorran para volver a su país con la mejor ropa, y a lo mejor aquí ni se la pueden permitir».

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