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Andrés Calamaro se entregó, el viernes, durante el concierto en el Parque de Fofó.
Morir el rock
CRÍTICA DE MÚSICA

Morir el rock

Calamaro ofreció un concierto histórico, una representación desbordante de emoción

JAM ALBARRACÍN

Viernes, 20 de junio 2014, 13:04

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Conocemos el concepto, aquél que habla del rock como un estilo que no solo se interpreta sino que también se vive. Algo ético además de estético. Y sabemos igualmente que Andrés Calamaro es de aquellos artistas que con mayor intensidad ha seguido esta máxima. Hoy, con los 50 ya bien cumplidos, el de Buenos Aires supuestamente intenta mantener un equilibrio que nunca fue su mejor aliado. Pero ni vainas. El que vimos en Murcia fue un concierto histórico, dentro de una gira histórica. Y esto fue así porque, más que vivirlo, la noche del viernes Calamaro murió el rock.

Me explico porque fue algo más allá de un concierto, una representación desbordante de emoción. Andrés Calamaro ya no es -no puede serlo- el joven que se fumaba sus canciones mientras paseaba por el filo. Su salud anda justa para una gira tan exigente y su voz, todavía tocada por ese bello timbre de los elegidos, tampoco está para muchas alharacas, lo que solventa bien arropándose con la labor vocal de cuatro de sus cinco músicos. Lo que Andrés Calamaro está reivindicando en este 'tour' es su propia figura, la de un creador sin apenas parangón en el rock en lengua castellana. Quiere trascender, exige el reconocimiento debido y merecido. Seguro que volveremos a verlo en directo, pero Andrés está muriendo en estos conciertos.

Es un suicidio pactado, metafórico y en directo para que nos percatemos de su grandeza. Un asunto tan egocéntrico como justo. Va dando pistas durante todo el concierto, pero de modo notorio en una recta final en la que las pantallas muestran imágenes de diversas etapas de su vida. El colofón es su despedida con 'Los chicos', una canción dedicada a los amigos que se fueron y durante cuya interpretación nos atrapan imágenes de Gardel, Piazzolla, Miguel Abuelo, Pappo Napolitano, Julián Infante, Guille Martín, Enrique Urquijo, Antonio Vega, Morente, Spinetta, Paco de Lucía... El último no aparece en pantalla porque está sobre las tablas y se llama Calamaro, Andrés Calamaro. Reconozco mi incapacidad para reprimir una lágrima rebelde: eres muy cabrón, Andrés, me vas a permitir que te lo diga. Pero te lo mereces, mi lágrima, el insulto cariñoso, la grandeza y pasar a la posteridad. Diste con un mal país, eso sí: aquí cuestionamos a Antonio Vega por yonqui, se nos da mejor ensalzar a Rocío Jurado.

En lo estrictamente musical, al concierto le costó arrancar. Lo hizo casi a la mitad, tras una tediosa 'jam session' instrumental, con 'Las tres Marías' y explotó definitivamente con 'Maradona' -alguien le regaló una camiseta del Murcia y el astro bonaerense recordó que era similar a la de Independiente- y con 'Loco'. A partir de ahí lo ocurrido tuvo que ver más con una comunión, con una ceremonia de exaltación, celebración global y salida por la (figurada) puerta grande. Al público le subió la droga Calamaro y el éxtasis general dominó el espectro. 'El salmón', 'Estadio azteca', 'Sin documentos' -una de las tres que tocó de Los Rodríguez-, 'Flaca', 'Paloma', 'Alta suciedad'... Prueba superada y ascensión a la gloria. Sabíamos que Calamaro vivía el rock, sorprendió más comprobar que también lo muere.

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