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El artista Aitor Lajarín, junto a una de sus obras, en la galería Art Nueve de Murcia.
La ignorancia es la felicidad
CRÍTICA DE ARTE

La ignorancia es la felicidad

MARA MIRA

Lunes, 27 de junio 2016, 10:39

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Flanquea Aitor Lajarín (Vitoria-Gasteiz, 1977) su tercera exposición individual en la galería Art Nueve con un minúsculo jarroncillo que se puede asir con el índice y el pulgar. Tan pequeño contenedor alberga más de un universo. Para ser conscientes de su colosal tamaño tendremos que pegar el ojo a la oquedad de la vasija. En la negrura del espacio esférico del barro cocido resplandece un multiverso de estrellas, diminutos puntitos, vectores de luz de un pasado que, ahora, percibimos en presente.

Si acertamos a frotar bien la lamparilla de Aitor/Aladino podremos concretar su dramaturgia estructurada en ocho cuadros y un montículo de ladrillos de madera. Prendamos mecha y encendamos la hoguera. Sin luz pero con la consciencia dispuesta a descubrir la falsa verdad que nos rodea, leamos los cuadros. Pintados con primor de ilustrador, encontramos sobre muros estrellados, escaleras, cuerdas y oquedades/ventana que, de repente, trasladan la acción a espacios bien lejanos -mares y paisajes caribeños con palmeras a contraluz- que nada tienen que ver con lo planteado en el primer plano del lienzo. El esquema visual dispuesto resulta tan simbólico que la persona que me acompañó, al ver la exhibición, soltó sagaz: esto es 'El show de Truman'. Un diez para Claudia Orellana. Clavó la interpretación de un vistazo asociando los cuadros a la película de Peter Weir (1998). Sorprendente, esta espectadora no tenía ni idea de que Lajarín, desde que gestara 'From Here to Everyw. Profiling Postcity' (Artium, 2010), trabaja las complejas transformaciones de tipo social, cultural y económico sufridas por las ciudades, espacios-señera del neoliberalismo y la globalización.

¿Es la realidad una trampa de la que escapar? ¿Cómo, si nos observan seres invisibles? Lajarín pinta ojos sin rostro camuflados en las composiciones. No hay violencia pero sí palpamos el control sobre el otro (nosotros mismos). Escapar es una conducta de personajes anómalos y conscientes. Solo se largan aquellos que, como Platón en la Caverna, despiertan a un mundo nuevo. Anoto el dato porque el protagonista de las historias de Aitor Lajarín se ha esfumado del lienzo. Solo podemos ver los utensilios con los que ha preparado su huida: escaleras y lianas. La salida siempre está abierta en lo alto. A falta de rastro del personaje a la fuga me lo imagino diciendo las palabras de Truman antes de salir de la ciudad-plató de Seahaven: «Por si no nos vemos luego: buenos días, buenas tardes y buenas noches».

La población se ha asentado en un mundo artificial. Los hombres maniatados de la Caverna de Platón no tenían preocupaciones y la vida de Truman era tranquila. El protagonista de los cuadros de Lajarín ha logrado la libertad. ¿Libertad para qué? ¿Qué ganamos siendo libres? ¿Acaso no es mejor vivir en una burbuja, presos de una realidad artificial que nos distrae y nos da placer? ¿Es mejor conocer la verdad, luchar por la libertad y cargar con el peso de una mente consciente? Somos seres 'rumiantes' que tenemos las preguntas, nos faltan las respuestas. Quizá las claves se encuentren en su próxima exposición en el 'Heritage Square Museum' de Los Ángeles.

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