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Esculturas de Yagües frente a una flor de Carmen Baena.
La rama dorada
CRÍTICA DE ARTE

La rama dorada

Pepe Yagües y Carmen Baena estrenan La Convalecencia como sala de exposiciones con una combinación creativa que chirría

MARA MIRA

Lunes, 1 de junio 2015, 12:25

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El centenario edificio de La Convalecencia celebra aniversario abriendo un nuevo espacio expositivo que a poco que cumpla una programación rigurosa -la gestiona el Aula de Artes Visuales del Vicerrectorado de Comunicación y Cultura de la UMU- puede convertirse en todo un referente cultural en Murcia. El lugar, una capilla de reducidas dimensiones planas y grandes alturas, rezuma magia. Lástima que para su inauguración se haya seleccionado a dos artistas dispares hasta el delirio en lo creativo, que no en lo personal, pues de todos es conocida su relación como pareja.

Escaso argumento estético imbrica la obra de Carmen Baena (Guadix, 1967) con la de Pepe Yagües (Murcia, 1968). No caben dos titanes creativos en una urna tan frágil como esta recoleta capilla. Se devoran el uno al otro. Tranquilidad, sosiego y espiritualidad rezuman las dos piezas a la pared de Baena, mientras las dos esculturas femeninas de Yagües invocan al exceso del sexo y la ironía gruesa. Ruido y silencio se anulan el uno al otro. Supongo que su comisaria, Rocío Pérez, buscaba el juego de contrarios, pero al tensar la cuerda ésta puede romperse como es el caso. Cuesta concentrarse en la flor de hilo y oro que serpentea el vano de la pared de Baena mientras a tu espalda hay una escultura de madera de una señora metida en una bañera de la que brota perejil recién plantado.

Coincidiendo con esta muestra, Baena también expone individualmente en la galería La Aurora. Paz y recogimiento al entrar en 'Áureo'. Baena cincela con paciencia (in)finita desiertos de mármol blanco salpicados por grietas en las que resplandece el oro. Pero un oro que, como bien apunta el escritor Manuel Moyano en el magnífico texto del catálogo editado para la ocasión: «No era el oro del crepúsculo ni el oro del otoño. Tampoco el metal precioso que arrastra a los hombres hacia la codicia. Era el oro sagrado, el oro de los antiguos, un oro telúrico que surgía como un tumor de las entrañas de la tierra y que no podía ser tocado sin ser contagiado por su belleza».

Lo sacro brota dulce en cada obra de Carmen, de hecho en alguna pieza planta árboles refulgentes que no son sino tomillo que ella misma recolecta en la Sierra de la Pila. Es verlos y a uno le viene el recuerdo del libro 'La rama dorada' de Frazer. No hacen falta más pistas, esta excepcional escultora anda cincelando níveos desiertos a la vez que invoca sortilegios que nos acercan a la magia antigua.

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