«Hace falta una banca pública potente»
ha sido invitado por el Foro Ignacio Ellacuría y la HOAC | Ayer reflexionó en Murcia sobre cómo intentar salvar el planeta con alternativas ecológicas
Antonio Arco
Martes, 6 de mayo 2014, 11:24
Mucho cuidado, advierte Jorge Riechmann (Madrid, 1962), porque avanzamos velozmente hacia un planeta transformado en un infierno: estarán las llamas, desaparecerán los hombres. Poeta, ensayista, profesor, matemático y militante ecologista, el autor de 'Biomímesis. Ensayos sobre imitación de la naturaleza', y de poemarios como 'Poemas lisiados', estuvo ayer en Murcia, invitado por el Foro Ignacio Ellacuría y la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), para participar en el ciclo de conferencias 'Más allá de la crisis: democracia económica y cultura de la solidaridad'. La suya se tituló '¿Salir de la crisis destruyendo el planeta? Alternativas ecológicas'. Hay algo que a él le encanta y que ha convertido en poema: contemplar cómo «De repente el olor de las mimosas / como una antorcha que respira o como / una ola inmemorial que besa / la desnudez expectante de la playa. / No es más que la puerta / que se abre, pero pone en movimiento / un aire donde cuaja / toda la dulzura de este precario otoño».
Publicidad
«Estoy perdido. / La falta de imaginación me condenó. / Ya todo el tiempo restante se lo descuento a la muerte»
-
Unos versos de Jorge Riechmann
-
Cuando se siente así, se adentra desnudo en la poesía. Allí combate, encuentra consuelo, aprende, arde, respira, crea, vence, busca
«Estamos ante un abismo y corremos el riesgo de echar por la borda lo que han sido conquistas culturales muy valiosas desde hace siglos y echar por la borda a millones de seres humanos, buena parte de la Humanidad, en los decenios que siguen», dice Riechmann. Sin alterarse, tranquilamente, mirando la tormenta sin perder el control.
No parece usted tener muchas dudas sobre lo claramente amenazada que está la presencia del hombre en la Tierra. ¿Nos aproximamos al fin de la especie?
Las señales de alarma proceden de muchas disciplinas científicas a la vez, de muchas voces alarmadas de reconocidos expertos, y tenemos que hacerles caso y disponernos a cambiar porque, de lo contrario, las alternativas son espantosas.
Pues mucho caso no parece que les estemos haciendo.
No. Es muy significativa la manera en la que estamos ignorando las advertencias de los científicos, cada vez más desesperadas, sobre el calentamiento climático. Las últimas malas noticias llegaron, estas últimas semanas, con la publicación del quinto de los informes de evaluación del IPCC (grupo intergubernamental de expertos sobre cambio climático). Están avisando de que, con una probabilidad del 95%, vamos hacia un mundo en el cual, a finales del siglo XXI, dentro de pocos decenios, la temperatura promedio global puede haber subido entre cuatro y cinco grados. Y eso significa no sé si el fin del mundo, pero desde luego sí el fin de nuestro mundo. Ni los sistemas agropecuarios, ni los ecosistemas se pueden adaptar a un mundo cuatro grados más cálido en el promedio de temperatura. Vamos hacia un planeta convertido en un infierno, en el que la producción de alimentos se derrumbará; si no hacemos nada, estamos condenando a muerte a la mayor parte de la Humanidad, y eso lo sabemos.
¿Qué cambios son más urgentes?
Si hubiera que mencionar un par de medidas necesarias para construir formas eficientes de economía -y hacerlo ya nos da una idea de la dificultad del asunto-, está claro que es preciso socializar el sistema financiero y el sistema energético, porque sin eso no hay manera de ver de qué forma vamos a poder avanzar sin resistencias, por ejemplo, hacia un sistema energético basado en fuentes renovables de energía, algo que sería fundamental en la transformación ecológico-social que necesitamos. Y, para eso, nos hace falta ser capaces de disponer de un volumen de inversiones, sostenido a lo largo del tiempo, para las cuales no se puede esperar un tipo de rentabilidad al que están acostumbrados los capitales privados en esta clase de sociedad; hace falta una banca pública muy potente y un sistema energético, básicamente no privado, para llevar a cabo esos cambios.
Publicidad
Individualmente, ¿qué propone que hagamos?
Está en manos de cada cual cambiar de hábitos. Si analizamos los componentes de la huella ecológica individual típica de los ciudadanos y ciudadanas en las urbes de los países industrializados, los dos componentes que destacan, con diferencia, son los que tienen que ver con la alimentación y con el transporte. Y ambas cosas dependen de cada uno de nosotros. Debemos reducir la ingesta de carne y de pescado, e ir hacia dietas vegetarianas o semivegetarianas; y por otra parte, podemos renunciar al automóvil privado y desplazarnos en transporte colectivo, en bicicleta o caminando. Ambas cosas serían muy importantes. Seguimos sin actuar frente a esta crisis ecológico-social sin precedentes porque, en realidad, lo que está en tela de juicio es toda una manera de organizar la producción, el consumo y los vínculos sociales.
¿Qué no logra entender?
-Por ejemplo, ver de qué manera, sin que sepamos utilizarlos del modo más adecuado, disponemos en la actualidad de mucho más conocimientos científicos e instrumentos heurísticos de exploración del futuro de los que nunca ha dispuesto la Humanidad. No nos cansamos de llamarnos a nosotros mismos sociedad del conocimiento, y así es; pero, paradójicamente, parece que eso fuera absolutamente inútil frente a la tarea de desviar un poco a nuestras sociedades de las catástrofes hacia las que avanzan a paso de carga.
Publicidad
¿Qué posibilidad descarta usted?
La de tirar la toalla, eso sí que no. Y no hacerlo implica no seguir como hasta ahora: aprendiendo con una mano y olvidando, con la otra, lo que aprendemos.
Frente al desánimo, ¿qué es saludable?
¡Ustedes tienen el hermoso Valle de Ricote para caminar sin prisas por él! Siempre creo que es interesante conversar con nuestros muertos; es decir, leer a los clásicos. Volver, por ejemplo, a los autores estoicos como Marco Aurelio, que es siempre una buena medicina para el alma. También es un consuelo, y el mejor de los refugios, encontrar en nuestra vida grupos de gente no sometidos a relaciones de dominación. Hablo de comunidades sanas de seres humanos en las que no impere eso de que el pez grande se come al chico.
Publicidad
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión