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Antonio Córcoles hijo, con el pergamino que regalaron los Caballeros de la Fuensanta a su padre y a los otros tres salvadores. Vicente Vicéns / AGM
Así salvaron a la Fuensanta en 1936

Así salvaron a la Fuensanta en 1936

Estuvo tres años oculta en un piso junto a la plaza Fontes gracias a cuatro protectores

Manuel Madrid

Murcia

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Domingo, 15 de abril 2018, 07:51

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Cuando la Virgen de la Fuensanta regrese este martes a su santuario de Algezares, Antonio Córcoles volverá a sacar los papeles que su padre, pintor de brocha gorda del mismo nombre, escribió antes de morir y en los que contó cómo se salvó la Patrona de Murcia de la ira vengativa en la Guerra Civil y dónde estuvo oculta en la contienda. «Fue el primero de agosto de 1936, a las nueve y media de la mañana. Pasé como de costumbre por la peluquería de mi primo Fernando Monerri, situada en Trapería. Mi primo me dijo que hacía media hora que había estado allí Felipe Carrillo, para decirle que Pedro Sánchez le había dicho que la noche pasada habían subido gentes de Algezares y La Alberca, y habían amontonado las sillas y los bancos del santuario de La Fuensanta y le prendieron fuego, quemando también el Calvario de Santa Lucía y San Cayetano, y los altares, y aquello parecía un infierno. Le he preguntado por la Virgen y me ha dicho que se encuentra en la sala de los Canónigos, por eso ha venido a ver si pudiéramos ir con alguien a por ella, pero figúrate cómo están las cosas para ir allí».

Así comienza el manuscrito, siete sobres escritos por las dos caras en bolígrafo azul, en el que Córcoles padre recuerda que con su primo fueron a ver al alcalde, el socialista Fernando Piñuela (1897-1939), que era cuñado de Fernando Monerri. Piñuela les prestó el coche oficial y pidió a su chófer, Griñán, que les llevara a la Fuensanta y que no tardara. En la casa del cura, José Franco, estaba el catedrático Eugenio Úbeda, por entonces secretario de la Escuela Normal. «Al vernos», escribe Córcoles en las cuartillas, «don José se echó a llorar».

Manuscrito de Antonio Córcoles padre explicando lo ocurrido.
Manuscrito de Antonio Córcoles padre explicando lo ocurrido. V. Vicens

En medio de la sala de los Canónigos se encontraba la imagen cubierta con una sábana, «y le tomé las medidas a la Virgen para ver si cogía en el coche, pero no cogía». Antes de volver a Murcia a buscar un coche portaequipajes, Córcoles y Monerri se llevaron en ese primer viaje las coronas de plata, el rastrillo, la bandeja de dar la comunión, la custodia y el Niño («me lo puse debajo de la americana y lo demás en un solo paquete»). Antes de llegar al Puente Viejo, Griñán les solicitó que se bajaran. En la entrada de la calle Trapería vivía su tía Rosario, «y cuando vio lo que llevaba me dijo que si me había vuelto loco», rogándole que se lo llevara a otro lugar donde no le comprometieran. Con el Niño aún en la americana regresó a su casa en Jabonerías, y en un cajón de los Almacenes Gómez metió la Custodia y lo demás.

Dos viajes al santuario

En la plaza de la Cruz, Córcoles vio a un amigo suyo, 'El Moreno', que tenía un Dodge en servicio público con un amplio portaequipajes, y le sugirió que le llevara al santuario, pero éste le contestó que no, «pero como le dije que venía conmigo el cuñado del alcalde, a las dos de la tarde cedió en llevarnos». Eugenio Úbeda había liado la imagen de la Patrona en un colchón, y así la metieron en el vehículo y bajaron a Murcia por el camino de Santa Catalina. Al llegar al Rollo le pidieron a 'El Moreno' que echara por el Paseo de Corvera, donde el 'consumero' -para entrar a la ciudad había que pasar controles- era amigo suyo desde niño, «pues era el hijo de Paco, el campanero de San Miguel, y cada vez que yo traía pinturas nunca me destapó el cajón». A las tres de la tarde el coche se detiene en la plaza Fontes, «y la única persona que nos vio llegar fue la portera de la casa».

Todo se metió en una habitación oscura, en un edificio ya derruido donde hoy está la Fonda Negra. Un día salió en los periódicos, recuerda Córcoles en su escrito, «que iban a hacer registro por las casas y aquella que tuviera dos colchones tenía que dar uno para el frente». Ese piso, en el que vivía Fernando Monerri, se prestó a una familia de refugiados de Madrid, los Acebo. Aprovechando una tarde que no estaban entraron para mover a la Fuensanta de sitio y meterla en un arca que había en una habitación a la que había que acceder por unas colañas hundidas, «pero al llegar faltaba un palmo para entrar en el arca y volvimos a meterla en el colchón y la pusimos donde estaba».

No convencido, Córcoles la metió en un armario al día siguiente, «y la puse en el rincón de la derecha, poniendo encima una cortina y un abrigo viejo de caballero». Delante colocaron otros enredos, sombrereras, garrafas de colonias y un bolillero. «Siempre que había que sacar algo de ese armario era yo quien lo hacía». El piso fue registrado dos veces, pero nunca dieron con la Virgen porque los Acebo siempre decían que era del barbero Monerri, que como todo el mundo sabía era cuñado del alcalde Piñuela, por lo que no fueron ni una sola vez a por la llave.

«Mi padre», afirma Córcoles hijo a 'La Verdad', «nunca quiso figurar. Una vez acabada la guerra, mi padrino avisó a varias mujeres para que vistieran a la Virgen, y a mi padre no le dicen nada. Se la llevaron al Gobierno Civil [Palacio Almodóvar, junto a Santo Domingo] y la asomaron por un balcón». La Patrona, en esa imagen, no lleva al Niño. «Cuando mi padre se enteró de eso fue corriendo a su casa y le colocaron al Niño». Una placa recuerda en el Ayuntamiento, en la calle Arenal, a las cuatro personas que intervinieron en la protección y salvamento de la Fuensanta de 1936 a 1939: Eugenio Úbeda Romero, Antonio Córcoles Romero, Fernando Monerri Córcoles y Pedro Sánchez Ramón.

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