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No es raro que una pastilla de cloro desaparezca de la fuente en la que se ha colocado, a los pocos minutos y en cuanto el operario de la empresa abandona el lugar. «Nos pasa a menudo, ya nos tienen cogida la frecuencia y no dudan en meterse en la fuente para hacerse con la pastilla», explicó el responsable de STV, José Luis Ródenas. La razón de esta «picaresca» hay que buscarla en el precio, que como otras muchas materias primas ha subido, y que este producto es necesario para desinfectar, por ejemplo, el agua de las piscinas.
«Son conductas potencialmente peligrosas para la salud pública», apostilló Guillermo Fernández, quien enumeró otras conductas prohibidas que se siguen llevando a cabo en las fuentes, especialmente en las que más escondidas o menos al paso están. «La gente lava la ropa, los platos, e incluso se bañan ellos», lamentó: «el detergente anula totalmente el efecto del cloro en el agua».
Recordó el caso de un hombre que el año pasado decidió refrescarse, «como si se tratase de un jacuzzi», en la fuente de la plaza de los Apóstoles; y otros utilizan la fuente del jardín del Salitre, que está bajando unas escaleras, y por tanto no visible al simple paso, para hacer la colada.
En cualquier caso, ambos responsables insistieron en que el control que llevan de fuentes y lagos, se traduce en la anotación de las lecturas que se toman casi a diario de los distintos parámetros (además del cloro, el ph del agua, por ejemplo), y que cada mes son analizados en las oficinas para comprobar su evolución y adecuar el protocolo de actuación a los resultados.
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