El día en que los muertos volvían a sestear en casa
La Murcia que no vemos ·
Hoy era la jornada en que las abuelas deshollinaban cuartos y colocaban sábanas limpias para sus difuntosSi alguno visita hoy a la abuela y descubre una habitación cerrada, cuando nunca lo estuvo, brillante como una patena y donde una vela flamea ... y hasta se adivina algún perfume, que no concluya que la señora ha perdido la cabeza. Será una evidencia de que en esa casa se observa una tradición murciana tan antigua como olvidada, tan sabrosa como desconocida.
Porque en Murcia, tal día como el de 'Tosantos', que así se llama, los muertos retornan a sus hogares para descansar, sino en paz, a gusto. Eso obliga a los vivos a proveerles de una cama con sábanas limpias y, como única precaución, advertir a los niños de que no deben dar voces, que el abuelo, a quien Dios tenga donde se merezca, está descansando.
¿Por qué retornan en su festividad al hogar que habitaron? Vaya usted a saber. Sin embargo, desde antiguo existen curiosas tesis. Una de ellas es que aprovechan para zanjar alguna cuenta pendiente con los familiares. O indicarles algún escondrijo donde el muerto escondía sus ahorros.
Esta pincelada evidencia que Murcia atesora una fantástica tradición en torno a los difuntos. Y que nada envidia al cacareado Halloween americano, esa amalgama de ritos absurdos e incomparables, ni siquiera en lo tocante al terror, a aquellas noches de las Ánimas Benditas en la huerta.
Encomendar un padrenuestro a las ánimas las convertía en despertadores
Los muertos murcianos siempre estuvieron muy cerca de los vivos. E incluso servían como despertadores improvisados. Bastaba rezarles un padrenuestro a las ánimas para que a uno lo despertaran a la hora convenida. Y no menos frecuentes eran aquellas remotas amenazas que se proferían a hijos y nietos si no acataban alguna orden: «¡Cuando me muera, te saldré!».
Primeros de noviembre, días de camposantos, de reunir ramos de crisantemos, rosas o clavellinas, con las insustituibles varas de gladiolos y aquellos amarantos que pasaron a la historia. Como pasaron los bancales de terciopelo donde crecían en la huerta. A esta bella flor encarnada, que en Murcia solo adornaba tumbas pese a su hermosura, siempre se las conoció como mocos de pavo, por la similitud con el apéndice del ave.
Las voces de los auroros
El retablo de costumbres contaba con su propia y espléndida banda sonora. En este tiempo toda la tradición musical de la huerta se condensaba en las gargantas de los auroros. Precisamente el Día de Todos los Santos arranca el llamado ciclo de difuntos.
Es tiempo propicio para rezar por las almas que aún no han llegado al cielo. Se hace a través de misas, pero también entonando antiguas composiciones en el cementerio. «Están las almas metidas / en un fuego incomparable / sacadlas del Purgatorio / Sagrada Virgen del Carmen», cantan los auroros del Rincón de Seca.
El ciclo de difuntos se alargará hasta el 7 de diciembre, víspera de la Purísima Concepción, cuando quedará inaugurada la Navidad con los primeros aguilandos. Entonces las tortas de pascua y los cordiales sustituirán a los tostones que, también desde hace mil años, vienen aderezando los primeros días de noviembre como tributo gastronómico al recuerdo de quienes se marcharon al otro barrio.
Tostones de panocha roja, mal llamados palomitas, que se suman a las exquisiteces de ese mercadillo de sabores increíbles a arrope y calabazate, tan propios de esta festividad de los difuntos. Pocos saben, por la confusión actual del Halloween yanqui que el día de los Fieles Difuntos se celebra, realmente, el 2 de noviembre. E incluso algunos años el día 3, si el anterior cae en domingo.
Una hornacina histórica
En aquella Murcia de callejuelas y revueltas también estuvo siempre presente el culto a las ánimas. Hubo antaño bellas hornacinas que la incultura de los políticos, cuando no el bellaco interés, permitió derribar. Eso ocurrió en la calle Villaleal, donde se veneraba a San Antonio o en la calle del Val de San Juan con la Virgen de los Dolores.
Pero una, quizá las más sorprendente, aguanta aún el paso del tiempo. Y es una vergüenza que no se restaure. Está en el lateral de la parroquia de San Bartolomé y la adorna un letrero donde aún puede leerse: «A las ánimas benditas no pese hacer bien, que Dios sabe si mañana serás ánima también».
El cuadro y su hornacina se conservan de milagro. Como suele ocurrir en esta Murcia desmemoriada. De hecho, en 1873 alguien propuso desmontar el letrero que, «por vía de consejo, suelte el siguiente trabucazo [en referencia a la frase] a todo federal que pasa por aquel sitio», denunciaba la revista 'El Chocolate'.
Por aquellos años ya no se tañía la llamada campanilla de las ánimas que, cada noche, intentaba conjurar las apariciones de muertos en la ciudad. Aunque seguían activas las cuadrillas de ánimas, dedicadas a recaudar fondos para los cultos y las parroquias. Aguantarían hasta entrado el siglo XX y volverían a resurgir con fuerza hasta la actualidad.
También se mantiene la representación del Tenorio en el Romea, a cargo de la familia Pineda y del genio Julio Navarro Albero, pero que ya a finales del siglo XIX era cita obligada en la ciudad. Otra costumbre que se mantiene, pese al desaire de los murcianos, como evidencia del rico patrimonio cultural que perdimos.
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