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El subterráneo partidor de Santa Ana, ubicado bajo la calle Enrique Villar.
Una misteriosa red de acequias bajo las calles de Murcia

Una misteriosa red de acequias bajo las calles de Murcia

La Murcia que no vemos ·

Cinco kilómetros de históricos cauces discurren por el subsuelo y es posible recorrerlos cuando no llevan agua

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Domingo, 11 de noviembre 2018, 08:51

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El huerto del convento de Las Anas, en pleno corazón de la ciudad de Murcia, rodeado por enormes edificios y calles cuajadas de vehículos y asfalto, aún se riega con agua de una acequia. Y no proviene de cualquiera de las cientos que dan vida, a modo de arterias cantarinas, a la huerta murciana. O a lo que queda de ella. El caudal que disfrutan las religiosas fluye de la histórica acequia mayor Aljufía, que riega las tierras de la margen izquierda del Segura, igual que la Alquibla nutre el heredamiento del sur. Las Anas disfrutan de este cauce porque pasa por debajo de su convento, como también lo hace por el cercano de Las Claras y por decenas de construcciones desde su entrada a la ciudad junto al puente de la autovía.

Casi todas las acequias existían desde que los árabes las trazaran hace unos doce siglos, cuando no los romanos, desde antes de que siquiera se hubiera inventado el asfalto que hoy las esconde. Los dos grandes canales que arrancan de La Contraparada se bifurcan en otra veintena de acequias menores. Algunas incluso se cruzan con otras bajo tierra y atesoran restos de partidores y compuertas, puentes y remotos sillares, bóvedas y soportes arruinados de norias que el progreso arrasó.

Para acceder a este laberinto bajo la ciudad, que en parte puede recorrerse a pie y sin agachar siquiera la cabeza, no es necesario descubrir ningún lugar oculto y recóndito en la huerta. Basta con levantar algún registro en pleno corazón de la urbe y disponer de una escalera para descender. Siempre y cuando, claro, observando antes la precaución de cortar el agua que de forma habitual discurre por estos cauces oscuros. De esta tarea se encargan hoy, como desde hace muchos siglos, los llamados sobreacequieros, herederos del antiguo oficio musulmán de «señor de las acequias» y encargados de administrar el sistema de riego. Ya Alfonso X incluía entre las competencias del sobreacequiero «el que oya los pleitos de las aguas».

A un palmo de hondo

La ciudad cuenta en la actualidad con una saga familiar de guardas de la Aljufía que, desde hace ya cuatro generaciones, se dedican a cuidar esta reliquia de los riegos. En su tiempo dependieron como funcionarios del Ayuntamiento de Murcia, hasta que las competencias pasaron a la Junta de Hacendados.

Cuenta Benito Abellán, ya jubilado y a quien sucedió su hijo José, que habrá unos cinco kilómetros de acequias soterradas y cumplen la misma función desde hace siglos. Incluso en algún momento se han desbordado, como aquella vez en que un tapón de cañas hizo reventar la Aljufía por los registros del palacio de San Esteban o el convento de Las Anas.

En algunos tramos soterrados, las acequias discurren a un palmo escaso de la superficie, como sucede en el paseo de Alfonso X el Sabio, donde las raíces de los enormes árboles horadan las paredes de la Aljufía y quien se adentre en el túnel aún puede descubrir restos de los arcos que servían como puente para cruzar el cauce. Allí abajo, además, las temperaturas se disparan cinco o seis grados en invierno y descienden otro tanto en verano.

1. Autorización. La acequia Aljufía, según discurre por debajo del paseo Alfonso X. 2. Cimbrados. Uno de los acuerdos adoptados por el Ayuntamiento de Murcia en 1879 3. Guardas. Los sobreacequieros Benito y su hijo José. LV
Imagen principal - 1. Autorización. La acequia Aljufía, según discurre por debajo del paseo Alfonso X. 2. Cimbrados. Uno de los acuerdos adoptados por el Ayuntamiento de Murcia en 1879 3. Guardas. Los sobreacequieros Benito y su hijo José.
Imagen secundaria 1 - 1. Autorización. La acequia Aljufía, según discurre por debajo del paseo Alfonso X. 2. Cimbrados. Uno de los acuerdos adoptados por el Ayuntamiento de Murcia en 1879 3. Guardas. Los sobreacequieros Benito y su hijo José.
Imagen secundaria 2 - 1. Autorización. La acequia Aljufía, según discurre por debajo del paseo Alfonso X. 2. Cimbrados. Uno de los acuerdos adoptados por el Ayuntamiento de Murcia en 1879 3. Guardas. Los sobreacequieros Benito y su hijo José.

Otro de los lugares más curiosos de esta red oculta está en la intersección de las calles Enrique Villar -por donde también discurre la acequia Caravija- y San Ignacio de Loyola. Es el partidor de Santa Ana. Allí existen dos grandes compuertas a ras de suelo que permiten acceder a tan curioso mundo subterráneo. Y es posible descender mediante una escalera de obra que acerca al curioso a las compuertas que dividen la Aljufía en otras dos acequias. Una, la de Benetuzer, que se dirige en dirección a Puente Tocinos . Y la otra, la Nelva, que se adentra hacia Zarandona y Casillas.

La defensa y puesta en valor de esta red desconocida ha animado a la Universidad de Murcia, la Asociación Huerta Viva y la Junta de Hacendados a proponer al Ayuntamiento capitalino que se destapen algunos tramos de la Aljufía. Incluso señalan que las temperaturas del entorno descenderían unos dos grados. El proyecto incluiría 'destapar' el cauce por la antigua calle de la Acequia, hoy renombrada Acisclo Díaz, Maestro Alonso y Santa Clara, según los tramos.

Permisos municipales

Rastrear la fecha en que estos cauces se cimbraron, que así se denomina aunque la Real Academia no incluya esta acepción, no resulta tarea complicada. Durante generaciones, el Ayuntamiento de Murcia fue el encargado de autorizar las obras. En no pocos casos se permitieron para levantar viviendas sobre las acequias. En otros, el soterramiento conservaría estructuras que, de otra forma, quizá hubieran desaparecido. Muchas se pueden admirar cuando los sobreacequieros cortan las aguas para la limpieza de estos cauces. No es una tarea caprichosa. Antaño era obligado mondar las acequias en marzo para eliminar cualquier obstáculo que dificultara el paso del agua. Y había que hacerlo a conciencia. Porque quien «en marzo bien no monda, en agosto remonda», advertía el antiguo refrán.

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