'MasterChef' blinda el entorno de la Catedral de Murcia

La decepción era patente. Muchos tuvieron que marcharse sin una imagen del trío de conductores del programa formado por Jordi Cruz, Pepe Rodríguez y Samantha Vallejo-Nágera. «¡Jordi! Creo que he visto a Jordi», le comentaba una escolar a otra. «No era él, tía», reponía su amiga encaramada a una de las vallas metálicas instaladas en los alrededores de la plaza del Cardenal Belluga. Un emplazamiento que durante unas horas quedó convertido en un gigantesco plató al aire libre entre camiones y cámaras para la celebración de una prueba de exteriores del exitoso formato televisivo. «'Acho', no se ve nada», se lamentaba otro adolescente junto al edificio Moneo mientras se ponía de puntillas entre el gentío.

'MasterChef' llegó a Murcia con motivo de la capitalidad nacional de la gastronomía que ostenta este año la ciudad. De hecho, Samantha Vallejo-Nágera fue la presentadora de la gala de inauguración en el Teatro Romea.

La popularidad de los cocineros quedó patente. Aunque algunos no tenían muy claro el funcionamiento del rodaje. Dos mujeres de mediana edad que fumaban oteando el horizonte desde la plaza de los Apóstoles, a varios cientos de metros de la acción, conjeturaban sobre la duración del evento. «Luego ponen lo que quieren. Graban mucho ahora y luego emiten lo que les parece bien», le explicaba una a la otra. Junto a ellas, decenas de niños del colegio concertado El Taller de Molina de Segura esperaban ataviados con gorros de cocina y delantales blancos poder conocer a alguno de los jueces del programa. «¿Falta mucho?», preguntaba uno que no podía dejar de moverse, desde el único punto desde el que se podía divisar algo. A lo lejos se adivinaban los participantes, cocinando tras unas casetas con productos frescos e ingredientes para los platos.

Detrás de las carpas blancas, que guardaban el secreto del desarrollo de la prueba, se encontraba también el chef murciano de la Cabaña Buenavista, Pablo González-Conejero, doble estrella Michelin, quien ejerció como maestro de ceremonias en las improvisadas cocinas.

En la plaza de la Cruz, dos hombres observaban la disposición de varias mesas ubicadas tras un cordón policial. «Habrá una boda», aventuraba uno, ajeno por completo a la vorágine de las calles próximas.

De vez en cuando volvía a oírse un grito al viento, un bramido convertido en prueba de fe, entre algunos de los cientos de curiosos que a lo largo de la mañana se dejaron caer por la zona: «¡Pepe!, ¡Samantha!». Sin éxito. El dispositivo de seguridad establecido por la organización lo dejó todo a la imaginación.

Hubo quien no tardó ni un minuto en darse por vencido ante la imposibilidad de acercarse al 'set'. «Total, para ver cuatro casetas...», refunfuñó un joven antes de perderse por una de las calles adyacentes sin un recuerdo que llevarse en la retina. Como tantos otros.