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La luz y el color renacen en la Catedral de Murcia
El taller segoviano Vetraria, del galardonado Carlos Muñoz de Pablos, finaliza la primera puesta a punto de las vidrieras
Las tres principales vidrieras de la fachada de la Catedral de Murcia ya han recuperado la luz y el color que les dio a finales del siglo XIX el maestro artesano Josep Maumejean, del taller del mismo nombre, un vitralista de origen francés que se afincó en España, y que se convirtió en uno de los más importantes de todo el mundo. Pocas catedrales e iglesias de la época hay en España, Europa o en América del Sur en las que su arte no esté expuesto, y, de hecho, no se descarta que el mismo Josep trabajara al principio en las de la capital.
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Ha sido el galardonado taller segoviano Vetraria, fundado por Carlos Muñoz de Pablos, el encargado de restaurar las cristaleras que adornan la fachada y los laterales de la entrada principal. Muñoz de Pablos fue galardonado con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2023. Actualmente, esta empresa familiar está dirigida por sus hijos, Pablo y Alfonso Muñoz, y en ella también trabaja un tercer Muñoz, Rodrigo.
Las vidrieras no están fechadas, pero no son contemporáneas a la construcción del templo, sino bastante posteriores, ya que datan de entre finales del siglo XIX y principios del XX. De haberlo sido, no estaríamos hablando de coloridas vidrieras sino de ventanales blancos o transparentes, como era habitual en los templos barrocos. «Es lo que tienen la modas, que alteran, como es el caso, el concepto artístico de la época del edificio», apunta Pablo Muñoz, quien indica que ni siquiera la fachada se ha librado del «conflicto de épocas».
El trabajo del taller segoviano comenzó con el desmontaje de estos elementos decorativos que representan a la Virgen y el Niño (la central) y las laterales en honor a San Pedro (en la nave Epístola) y San Pablo (en la nave Evangelio). Estas cubren los tres grandes huecos centrales de los cinco construidos en el imafronte para iluminar el templo. «Son de una gran calidad y muy densas de color», apunta el restaurador.
Bajar las vidrieras fue el primer paso, «nada fácil», de la intervención. «Estos elementos son muy difíciles de manejar por el peligro que hay de que se rompan los plomos que sostienen los cristales individuales que forman el conjunto». Pero es que, además, los laterales son paneles «enormes» para lo que es habitual, explica. De hecho con sus 2 metros por 60 centímetros son tres veces más altos «que uno normal».
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Las vidrieras laterales se desmontaron desde dentro del templo, mientras que para la central tuvieron que utilizar los andamios exteriores que ya estaban colocados de cara al comienzo de la restauración de la fachada, el pasado mes de octubre.
Plomos y cristales
Durante los siguientes seis meses el taller ha estado trabajando en devolver el esplendor original a las imágenes afectadas, tras el paso del tiempo, por las inclemencias meteorológicas -como la humedad y el polvo procedente de las calimas-; y los excrementos de aves, especialmente de las palomas.
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«No ha sido una restauración demasiado complicada; no hemos encontrado grandes faltas ni roturas, ni se ha producido ninguna intervención antes de la nuestra, lo que es importante», explica el vidriero. «Lo hemos cogido en un momento muy bueno, porque una vez que empiezan a ceder las soldaduras que unen los cristales, el deterioro es rapidísimo».
En el taller se han empleado a fondo, sobre todo, en eliminar la pátina de suciedad que cubría los cristales pintados, y que llevada al extremo puede provocar la corrosión de los mismos. «Ha costado retirar las adherencias que impedían ver todas las imágenes». Los vidrios fueron soplados de color 'en masa', pintados con grisallas, carnaciones y amarillos de plata, así como vidrio plaqué grabado al ácido, en la ventana principal. No son vidrios de colores, sino pintados sobre cristales transparentes que se metieron en el horno para que los pigmentos se introduzcan en el cristal.
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La parte más mecánica del trabajo ha permitido reforzar el «encapsulado» de los paneles, con una consistencia nueva que no incide en la visión y va a permitir «una conservación más fácil» de estos elementos.
Las vidrieras ya están restauradas, embaladas y a la espera de recibir el aviso de la empresa Orthem, la encargada de los trabajados de restauración del templo, para viajar a Murcia y volver a instalarlas. «Entramos los primeros y saldremos los últimos».
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Retrocediendo en el tiempo y en la historia de las coloridas vidrieras catedralicias, Pablo Muñoz apunta que su padre, Carlos, conoce muy a fondo la casa Maumejean, ya que se formó en ese taller antes de que cerrara, en los años 70 del pasado siglo, cuando falleció el último de los hermanos Maumejean.
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