La revolución femenina de las cañas verdes de las acequias de Murcia
La Murcia que no vemos ·
Las protestas de las hilanderas de la seda animaron al resto de obreros a secundar una huelga general en 1911Espanto causa descubrir lo que exigían aquellas pobres hilanderas que en 1911 se pusieron en pie de guerra. Solo pedían trabajar... ¡once horas y media ... por dos reales! Hasta que se hartaron. Y protagonizaron una auténtica sublevación que arrastró en 1911 a la mayoría de los obreros de la capital. Ya en octubre de 1900 hubo un conato de protesta en la fábrica de seda de la Puerta de Castilla. Las empleadas pedían una pequeña reducción del horario de trabajo: entrar media hora más tarde y salir otra media antes. No era descabellado. Sus colegas de la llamada Fábrica Pequeña ya disfrutaban de ese horario.
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El ambiente era demoniaco. Las mujeres entraban a las cinco y media de la mañana para realizar turnos interminables. En aquella ocasión, el empresario aceptó la media hora menos para incorporarse. Así que unos meses después volvieron las protestas. Recrudecidas.
Mil personas se manifestaron por las calles, que recorrieron hasta el Gobierno Civil. Sus exigencias habían variado. Ahora querían retrasar a las seis de la mañana y a las seis de la tarde la entrada y salida. Además de media hora para almorzar y una para comer. No lograron nada.
El apoyo de 'El Liberal'
La situación estalló de nuevo a finales de septiembre de 1911, tras otra reducción salarial. El director del diario 'El Liberal' Pedro Jara Carrillo secundó su relato. En un durísimo artículo denunció cómo aquellas hilanderas eran unas pobres niñas que trabajaban once horas y media al día. Y eso, tras recorrer «una legua, dos, media por lo menos, con los pies por el suelo», pues sus sueldos no alcanzaban ni para alpargatas.
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Tras esas infernales jornadas, vuelta a casa a cenar «un pedazo de pan negro y un tomate podrido a las diez de la noche», continuaba el periodista. También anotaba que durante la pacífica protesta ante el Gobierno Civil llevaban «por banderas de lucha las cañas verdes de sus acequias, las que llevan para esperar a la Virgen de la Fuensanta y para pedirle agua para sus bancales secos».
El gobernador, imprudente, les pidió que volvieran a las doce. Ellas aprovecharon para regresar a la Fábrica Grande o de San Diego e intentar que se unieran a la protesta el resto de obreras. Incluso apedrearon el edificio. Tras conseguir su objetivo, se dirigieron a la Fábrica Pequeña, cuyas hilanderas las secundaron. Se había desatado el caos.
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A las doce, el gobernador tenía enfrente a unas «dos mil» trabajadoras, según 'El Liberal'. Muchas contaban entre 12 y 14 años, alguna menos. Cobraban como niñas y realizaban el trabajo de mujeres y hasta de hombres. Súmenle a eso el régimen interior de multas, que reducía los sueldos cada semana, por ejemplo, si hablaban o se distraían durante su turno.
La situación del resto de obreros no era mejor, de ahí que muchos se sumaran a aquella improvisada huelga de las hilanderas. «A las dos de la tarde se inició en esta capital el movimiento huelguista», publicó 'El Liberal'. Comenzó en la Fundición Peña, la primera fábrica de camas de Murcia, cuyos operarios acompañaron a las hilanderas a otras empresas. En ninguna, visto el gran número de piquetes, les pusieron reparos.
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Un grupo de chiquillos marchaban delante de los huelguistas, rompiendo a pedradas los faroles. En el paseo de Corvera y la alameda de Colón no quedó uno ileso. Así que los comercios, ante tal escándalo, echaron sus persianas. Como hicieron los obreros y redactores de 'El Liberal'. Esos pequeños gamberros fueron los causantes de que interviniera la Guardia Civil, «repartiendo sablazos e hiriendo a varios». Al día siguiente, la Benemérita impidió que las hilanderas entraran a la ciudad para prevenir más tumultos.
Solo unos días después, el 27 de septiembre, el director de la Fábrica Grande replicó a la información publicada por 'El Liberal'. Biallet negaba que las 460 obreras ganaran sueldos míseros. De ellas, 67 recibían «de una peseta para arriba». Además, tildaba de incierto que se pegara a las empleadas, que no trabajaba ninguna muchacha menor de 14 años y que las jornadas no superaban las once horas. Nadie lo creyó.
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No lograron casi nada
El empresario se comprometía a no reducir más los sueldos y a mantener solo las multas «indispensables» para el trabajo. Por otro lado, prometió elevar a «los jefes de la casa» la propuesta de que se trabajara una hora menos en horario de invierno, desde el 1 de octubre al 31 de marzo. Además, curiosamente, ofrecía que «el día que se lleve la Virgen de la Fuensanta al monte, sea día festivo para que puedan ir todas las operarias». De trabajar solo nueve horas, ni hablar.
Las hilanderas insistían en sus denuncias. Incluso aportaban más detalles en otra carta al director: «¡Desgraciada la que diga una palabra! Pues es retribuida con un bofetón, o cuando menos con 8 o 15 días de arresto». Las compañeras de la Fábrica Pequeña o de San Isidro también publicaron otra carta de apoyo, aunque reconocían que sus jefes les dispensaban un mejor trato. Al final, como diría un huertano «mil novecientos ná». La documentalista María Luján, en su interesante artículo 'Las hilanderas, bandera de reivindicación obrera', aclara que aquellas murcianas de dinamita «solo consiguieron la reducción de media hora». Así lo comunicaron los empresarios de la seda al gobernador, subrayando que «las hilanderas han vuelto a trabajar, con lo que aceptan lo que hay». Lo que hay. No sería vergüenza, desde luego.
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