Por la Purísima arrancaba la sabrosa Navidad murciana
La Murcia que no vemos ·
Aguilandos, matanzas de cerdos y bullicio en los mercados anunciaban la próximidad de la PascuaHay fechas que llegan sin necesidad de que nadie las anuncie. En la huerta murciana, por ejemplo, basta con que amanezca diciembre para que los ... hornos viejos vuelvan a bostezar bocanadas de humo. Huelen a masa tibia, a almendra molida y a esas conversaciones que solo ocurren cuando una familia entera se reúne alrededor de una mesa para amasar dulces.
Por la Purísima, que será mañana y como mandaba el almanaque popular, empezaba el prólogo de la Navidad. En muchas casas aún se conserva esa costumbre de preparar, con paciencia de siglos, los dulces que deberían llegar (si no se consumían antes) hasta la Candelaria.
Son días en los que el amanecer tiene su propia banda sonora. Sonarán las campanas de los auroros, confiadas en que su canto mantendrá vivas tradiciones remotas. Antaño, algunas cuadrillas empezaban a ensayar por San Andrés, cerrando el ciclo de difuntos para abrir otro más luminoso. Otras, famosas ya en la posguerra, se preparaban para las misas de gozo, donde cada copla sumaba un hilo más en el fantástico tapiz de la Pascua.
No faltaban tampoco las rondas de aguilandos, que recorrían casa por casa con ese descaro festivo que obliga a los vecinos a tener lista la mesa y la generosidad: uvas del parral, habas recién cogidas, embutidos de la tierra y un porrón siempre lleno.
Los periódicos de hace un siglo se llenaban, por estas fechas, de anuncios que hoy leeríamos como arqueología del paladar. En la calle Frenería se ofrecían «tortas bastas» y «tortas finas», mantecados de Laujar, que es un pueblo de Almería, mazapán de Toledo o sequillos.
En Platería, la Confitería Madrileña presumía de turrones de Jijona enviados por un proveedor de la mismísima Real Casa y vendía frutas en almíbar con nombres que hoy parecen sacados de una novela de viajes: acerola, limoncillo, batata dulce...
Enviando 'presentes'
Y mientras unos compraban dulces, otros entraban a los almacenes vinícolas en busca de un fondillón alicantino que templara el invierno o una botella de anís que, según los mayores, servía para casi todo: brindar, cantar y hasta curar.
Nada anunciaba la Navidad tanto como la matanza del cerdo. El humo de las morcillas y el olor a caldera competían con el del pimentón recién molido y siempre había una sartén de migas o de gachas para que nadie pasara hambre mientras el día avanzaba.
De la matanza nacía también un rito solidario: el presente. Era un paquete de carne o embutido que se enviaba a las casas más humildes. Ese gesto significaba, en tantas ocasiones, un respiro para alimentar a toda la familia.
Y mientras tanto, en los corrales, se extremaba la vigilancia de pavos y pavas —de las que graznan y de las otras—, no fuera a ser que amaneciera una Navidad sin ave en la mesa por culpa de algún ladrón.
Decía un refrán antiguo que «cada cosa en su tiempo y los nabos en Adviento». Nabos y oreja de cerdo que daban carácter al arroz con habichuelas, plato de cocina pobre que, sin embargo, hacía rica cualquier mesa invernal.
Contaban los más viejos que, por estas fechas, era costumbre visitar algún naranjal amigo para probar los primeros frutos. «Es mano de santo para la garganta», aseguraban, convencidos de que una naranja temprana protegía de catarros y afonías hasta que llegaran los fríos más duros.
La devoción por la Inmaculada Concepción en Murcia, que hoy se mantiene muy viva, hunde sus raíces en la mismísima proclamación del dogma. Uno de sus más fervientes promotores fue el obispo de Cartagena, Antonio de Trejo. Apenas tomó posesión de la Diócesis cuando fue comisionado para impulsar en Roma la declaración de la Virgen como Purísima. No lo consiguió, aunque ordenó que se instalara en la Catedral de Murcia uno de los primeros retablos históricos sobre esa advocación, ubicado en el trascoro.
Un lienzo histórico
Desde esa época, en torno a 1626, la ciudad se aplicaría en la devoción a la Inmaculada hasta el extremo de nombrarla Patrona de la Diócesis. Y el Consistorio incorporó a sus fondos un lienzo de dicha advocación. De hecho, durante la predicación del capuchino fray Diego José de Cádiz en Murcia, a finales del siglo XVII, el fraile pidió a los regidores que colgaran de la fachada del Ayuntamiento un cuadro de la Santísima Trinidad.
Pero como no había ninguno a mano, según las crónicas, se expuso otro de la Purísima. ¿Y se conserva? Desde luego. El lienzo, obra de Francisco Martínez Talón, presidió durante casi dos siglos la Sala Capitular del Consistorio hasta que se reubicó en otras dependencias. Luego acabó en su sitio natural visto el poco cariño que le tenemos al patrimonio histórico: un almacén.
Bien lo sé porque yo mismo lo encontré en 2013 e impulsé su restauración. Pese a ello, habría que esperar una década hasta que el concejal Diego Avilés retomó la propuesta. Ahora se conserva en la Cárcel Vieja. Es otro pedacito de la ya cercana Navidad que, enciendan las luces cuando las enciendan, en Murcia siempre comenzó llegada la Purísima.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión