La histórica costumbre de bendecir a los gusanos de seda
Cuando llegaba el primer viernes de marzo, miles de huertanos acudían a santificar la llamada 'simiente'
Llegado el primer viernes de marzo para los huertanos, aparte de sus mil quehaceres en el bancal y las cuadras, había que encomendarse al cielo. ... Por un lado, ante el Señor del Rescate en el besapié que impulsara el buen cura Juan Bernal. Y por otro, en la bendición de la seda. Porque el bienestar económico de tantas familias dependía de unos diminutos gusanos que sostenían una de las industrias más productivas del municipio.
Por ello no extraña que, según ancestral costumbre, acercaran a bendecir la 'semilla', los diminutos huevos como granitos de mostaza entre morado y azul, de dónde surgirían los gusanos. El objetivo: librarlos de las mil calamidades que cada año los amenazaban. En sus orígenes, la bendición se hacía ante la imagen de San Félix Cantalicio, obra de Bussy que se veneraba en el convento de los capuchinos y que pasó a la arciprestal del Carmen en la desamortización y fue destruida en la Guerra Civil.
El diario 'El Tiempo', allá por 1915, señalaba el rito que, «como de costumbre el primer viernes de marzo, con toda solemnidad», se celebraba en el convento de Santa Catalina del Monte. La jornada arrancaba con un misa mañanera, a la que sucedía una «corona franciscana» a las tres de la tarde. Desde uno de los balcones la dirigió el fraile Gaspar Ortiz.
De que hubiera buena producción de gusanos dependía el bienestar de las familias todo el año
Esperaba el redactor de 'El Tiempo' que no decayera el entusiasmo de años anteriores, «en que suben en romería desde tiempo inmemorial la mayor parte de las familias de toda la hermosa vega murciana». No era un rito caprichoso. Desde ese día, aquellos humildes productores de seda no vivirían para otra cosa. Por un lado, vigilando los zarzos por si acaso el frío arreciaba. En ese caso, las huertanas metían en sus senos la simiente para mantenerla viva. O debajo de las mantas, al pie de la cama.
Ellas eran, en un matriarcado gusaneril, las garantes del crecimiento de las larvas. Por otro, los hombres escudriñaban si las moreras se cuajaban de botones, que evidenciaran su pronto rebrotar. A ellos correspondía arrancarles las hojas o pagarlas a precio de oro si escaseaban. Luego llegó el avance de las incubadoras, gracias a la Estación Serícola, salvando no pocas pequeñas economías.
El Padre Guardián
Crónicas sobre la bendición en los diarios podemos encontrarlas a espuertas. En 1895, 'La Paz' la describía como «una tradicional y piadosa costumbre». Aquel viernes, desde temprano se poblaron los caminos de huertanos que subían al convento «para que el Padre Guardián les bendijese la simiente del gusano de la seda».
La cosecha de la seda dependía del buen estado de las moreras. El periódico 'Las Provincias de Levante' en 1897 fiaba a la «mucha cosecha de hoja» de esos árboles que la seda fuera «abundante si no hay plagas». Eso remediaría «mucha miseria en la huerta».
No era una afirmación baladí. En 1901, el mismo diario anunció que el dinero de una buena cosecha de seda y de hijuela había caído sobre la huerta «como una bendición». Prueba de ello era que «daba alegría ver la calle de la Platería», atestada de huertanos que compraban cuanto necesitaban.
Y no pocos acudían a las pastelerías y horchaterías, «pues es sabido que en los mercados llamados de la seda, los huertanos gustan de comer pasteles y cabrito asado y de refrescar». Por resumirlo pronto, basta recordar un antiguo refrán que sostenía que «quien tiene buena seda, paga y le queda».
Otros años, como ocurrió en 1921, la humedad por las lluvias arruinó tan ancestral industria. El diario LA VERDAD contó entonces el terrible estado de ánimo de los productores: «millares de infelices que están llorando su desgracias».
La bendición de la simiente dejó de realizarse durante la Guerra Civil y la Central Nacional Sindicalista la recuperó en 1940. La única novedad nada tenía que ver con la tradición ni el buen gusto: incorporar un «gran desfile de las secciones de Falange».
La romería estaba presidida, como destacó LA VERDAD en 1945, por una imagen del Cristo del Perdón y arrancaba en la ermita, como antaño, de San Antonio el Pobre. Desde allí, en vía crucis, centenares de huertanos se dirigían a Santa Catalina, histórico edificio que también fue arrasado en la Guerra.
Tras la bendición, la imagen era llevaba a la Estación Superior Serícola de La Alberca, donde se veneraba y se custodiaba la simiente. También regulaba la distribución de la misma y sus precios. La Cofradía del Perdón de la capital, heredera de aquella que fundara el gremio de torcedores y tejedores de la seda, estaba vinculada a esa tradición. Su remoto estandarte abría la romería y sus más ilustres nazarenos, con el presidente a la cabeza, acudían al monte. A ella la sustituyó otra cofradía de similar advocación con sede en la parroquia de La Alberca.
La tradición fue debilitándose a la par que el antaño pujante negocio de la seda. En 1975, según LA VERDAD, la ceremonia parecía que «tiende a extinguirse» pues solo reunió «escasos asistentes». Ese año, por suerte, se fundó la peña La Seda, que retomaría poco después y con éxito la tradición.
La ermita se cae
En 1977 la ermita de San Antonio el Pobre se caía a pedazos. Y cerró la última fábrica de la seda, la Fábrica Nueva de L. Payén y Compañía, tras 111 años de historia. En 1978 ya no pudo bendecirse. No había simiente alguna. Ni una onza. A Santa Catalina, pese a ello, se acercaron unas 35 personas. Entre ellas andaba Luis Lisón, un joven entusiasta de las tradiciones y fundador del Centro de Estudios Alberqueños. Hoy es reputado cronista y miembro de varias Reales Academias. Lisón explicaría en 'Línea' que aquél día surgió la idea de que la recién creada peña huertana «debía recoger entre sus actividades la recuperación de tan querida tradición». Lo haría por todo lo alto un 3 de marzo de 1979. Al día siguiente, LA VERDAD publicó que era «la primera vez que se celebra desde que se dejó la crianza de la seda». Así fue. Ese mismo año fue el primero en que el acto se trasladó de viernes a sábado para atraer a más gente.
En 1982, el semanario 'Hoja del Lunes', anunciaba que la peña La Seda convocó a los murcianos a la romería para subir al Cristo del Perdón al convento. Tras la bendición se celebró un «festival huertano» que incluía recitales panochos y bailes regionales. Y lo más atrayente para muchos: «La fiesta durará todo el día».
Y hasta hoy continúa tan hermosa e histórica tradición, que es el último suspiro que nos queda de aquel antiguo comercio que hizo tan grande y reconocida a Murcia.
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