A la Fama desnuda del Romea le colocaron un discreto bañador
LA MURCIA QUE NO VEMOS ·
El Ayuntamiento aprobó retirar en 1941, por inmoral, la bella escultura de Planes que presidía la plaza del teatroMurcia erigió con acierto, durante la Segunda República, un merecido monumento en la plaza del Teatro Romea al compositor de la tierra y aclamado autor ... de zarzuelas Manuel Fernández Caballero. Pero había, al menos para algunas mentes retorcidas, un grave problema: la obra estaba coronada por una estatua de la Fama que su autor, el gran José Planes, diseñó desnuda. Para qué quiere usted más.
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Ni diez minutos llevaba inaugurada la obra cuando no pocos criticaron tan escandalosa desnudez. De hecho, basta rebuscar en las hemerotecas para descubrir que el autor, a ver si así se calmaban, llegó a cubrirla, ocultando sus sugerentes formas, tan pecaminosas para algunos. Entre ellos, quienes asistían a las «reuniones femeninas de gafas de concha» que obligaron a «cubrir las famosas desnudeces, convirtiendo una bella estatua en una extática bañista». Así lo contaba el diario 'El Liberal' en su edición del 29 de enero de 1936.
No quedaron satisfechos quienes abogaban por eliminar la pieza. Pero, en esas, llegó la terrible Guerra Civil y la polémica quedó silenciada. Al concluir la contienda, ya en 1941 y bajo la Dictadura, las críticas arreciaron. Aquel mismo año, por cierto, aprobó el Consejo de Ministros, con fecha 31 de mayo, la creación del Museo Salzillo.
El hachazo definitivo
El hachazo al desnudo de Planes estaba cantado. En la sesión de la llamada Junta Gestora del Ayuntamiento capitalino, en la primera semana de julio y fuera del orden del día, se acordó «retirar la estatua que remata el monumento a Fernández Caballero, de acuerdo con la petición formulada por Acción Católica». Así lo publicó LA VERDAD.
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El Ayuntamiento en ciernes ordenaba su inmediata retirada. Algún autor asegura que fue, en gran medida, por las quejas de los jesuitas, que residían entonces en el Palacio de Fontanar, aledaño al Romea, y cada día, con solo abrir las ventanas, se encontraban de trompa con aquellas sugerentes formas, por muy de bronce que fueran. El genial Castillo Puche incluso señaló en uno de sus escritos a un tal padre Rodríguez como responsable último de la cruzada contra tan vergonzosa representación.
Contaba el periodista Ismael Galiana, para quien tengo pedida al alcalde una calle en la ciudad pues bien ganada la tiene, que «se cargaron [los jesuitas] la virginal niña Fama. No toleraban inmoralidades en la plaza donde residían». Y añade en su obra 'Insólita Murcia' que contra Planes «tronaban los buenos padres jesuitas cuando se entregaban por las noches en colectividad a lecturas y comentarios piadosos».
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En las actas capitulares del municipio que atesora el Archivo Almudí puede leerse que, siendo alcalde Agustín Virgili, pese a haberse opuesto cuanto pudo, un 4 de julio de 1941, con todo el calor que haría, acordó aceptar la propuesta de la retirada presentada por «los Presidentes de los Organismos Máximos de Acción Católica Diocesana». Y a escupir a la calle.
El tiempo pasó. ¿Y qué fue de la pieza? Pues acabó donde termina la mayoría del patrimonio mueble histórico de este Ayuntamiento desmemoriado: en un almacén. Hasta que, en 1959, siendo alcalde Gómez de Cisneros, el recordado Miguel López Guzmán, secretario entonces de la Cámara de Comercio, propuso que se la cedieran para la Feria de Muestras. Es López Guzmán otro de los murcianos cuya memoria, más pronto que tarde, habría que honrar en esta ciudad olvidadiza con quienes tanto la amaron.
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Gracias a esa iniciativa, la pieza recuperó actualidad. Entonces se conoció que había perdido la corona de laurel y un dedo. Creo que la puso en solfa el célebre escultor Antonio Campillo. El Consistorio accedió a que se entregara a López Guzmán, «en calidad de depósito y por tres meses prorrogables». Allí se expondría mientras duraba la Feria y luego se trasladaba a su despacho hasta el año siguiente. Fue incluso portada nacional del diario ABC.
En 1948, el periódico del régimen 'Línea' denunciaba el mal estado del «antiestético monumento levantado en tiempos de la nefanda república». En 1953, mi recordado antecesor en el cargo de cronista, Carlos Valcárcel, abogó en la prensa por recuperar la estatua de la Fama, «aunque sea preciso completar su vestuario», narraba con no poca sorna y para evitar al censor en el semanario 'Hoja del Lunes'.
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Segundo ataque
El alcalde Miguel Caballero, cuya historia de avances para Murcia aún está por escribir, anunció en 1965 en 'Línea' que también deseaba rehabilitar la estatua condenada. En 1974, el concejal Ortuño exigió en el Pleno municipal que se volviera a colocar. Ese mismo año, el hijo del escultor Planes anunció la restauración del monumento, incluyendo el retorno de la pieza maldita. Eso sí, dos años más tarde seguía todo igual. Las obras se paralizaron por falta de presupuesto. Nada nuevo bajo el sol murciano.
En el año 1977, por fin, la pieza retornó a su lugar de origen, sin que nadie se rasgara las vestiduras. Y allí permaneció hasta que otra desafortunada remodelación de la plaza obligó a esquinar todo el monumento, recortarle su altura inicial y restarle el protagonismo que merece. Pero esa es otra triste historia que, unida al descubrimiento en la plaza de la muralla árabe que enterramos con un par de... decretos, mejor escribirla otro domingo. Por tener este en paz.
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