
«Que cuelguen al Peliciego tres horas para escarmiento público»
La Murcia que no vemos ·
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La Murcia que no vemos ·
Dos pastores liquidaron al célebre bandolero jumillano para cobrar la recompensa por su cabezaAndrés Terre y Domingo García lo conocieron al vuelo. Eran gente humilde que pastoreaba por los campos de Molina de Segura; pero la fama de aquel desalmado había superado con creces su Jumilla natal, extendiendo el terror a todo el antiguo Reino. Y allí, desvalido ... y herido de bala, lo tenían frente a ellos. Era Pedro Abellán López, apodado 'El Peliciego'. Su cabeza valía en 1841 una fortuna y, sin pensárselo un segundo, planearon arrancársela aunque fuera a bocados.
El Peliciego, desconociendo que había sido reconocido, pidió a Andrés y Domingo auxilio. Su muslo derecho sangraba. Una herida de bala. También les suplicó que le dieran algo de cenar, que mal percance había tenido con la barriga vacía.
Ellos lo acogieron y curaron, ofreciéndole su última cena. Acaso pensaron en los cuatro mil reales de vellón que ganarían si lo entregaban vivo. O muerto. Así que, en cuanto el bandolero se durmió, se abalanzaron sobre él y lo mataron. De esta forma acabó sus días el terrible Peliciego. Pero, aún muerto, protagonizó su último espectáculo dantesco.
Pedro Abellán nació en Jumilla en 1806, en el seno de una familia pobre. Hijo de un jornalero casi ciego y pelirrojo, de ahí le vendría el apodo. Siendo Pedro el primogénito varón, el sustento de aquella casa que compartía con sus cuatro hermanos recayó sobre él.
Sobre la razón de cómo se convirtió en bandolero existen diversas versiones. Hay quien sostiene que cierto día se le decomisó un carro de sal robada y los carabineros, quienes le habían dado el alto, mataron a sus mulas, lo que provocó que se echara al monte.
Lorenzo Guardiola, autor de 'El Peliciego: Bandolerismo y Odisea', defiende esta teoría. Y añade que Abellán, despojado de todo y en la miseria, se refugió en una cueva. Junto a Pedro Palencia, comenzó sus correrías. Pronto adquirió fama de cruel: robos, asaltos, raptos y asesinatos fueron engordando su nómina criminal.
Señala Pedro Abarca en su obra 'El lobo faccioso: La gavilla de El Peliciego', la más completa sobre el asunto, que Jumilla atravesaba en 1839 una situación angustiosa a causa del alzamiento de una facción carlista. Con la excusa de defender los derechos del pretendiente Carlos, primero Pedro Palencia y luego Pedro Abellán extenderían durante dos años el terror por la comarca.
El Peliciego comandaba una banda o gavilla de hombres, entre los que se encontraban apodos tan curiosos como El Carita, El Tartaja, El Cagarruta, El Zurdo o El Catalán. En 1839 recibieron un duro golpe por parte de las fuerzas comandadas por el brigadier Alejandro Moyolí: tres muertos, siete detenidos, y luego fusilados, y una veintena que se entregó. En Yecla también cayeron otros tres bandoleros.
La persecución a la banda fue implacable. Hasta el extremo de que el comandante general solicitó ayuda a la Diputación Provincial para suplir el «excesivo consumo de calzado» a causa de «la continua y activa movilidad en que se halla la tropa del ejército destinado a la persecución de la gavilla de ladrones capitaneada por los cabecillas Palencia y Peliciego». Así consta, nada más y nada menos, que en el Boletín Oficial de la Provincia fechado el 27 de agosto de 1839.
El capitán general de los Reinos de Valencia y Murcia, Manuel Navarro, advirtió en 1840 a la Regente María Cristina de que la única ocupación del bandolero era «incendiar, robar y asesinar a imitación de las hordas caribes del feroz Cabrera». En cambio, en el otro bando se ensalzaban sus correrías y se le consideraba un buen miliciano carlista. Así es la vida.
Su trágico final también ha despertado diversas versiones. Un descendiente de El Peliciego sostenía que había muerto en la Sierra Larga, en Jumilla, donde lo encontró un pastor que, por supuesto, cobró la recompensa que ofrecía el Ayuntamiento de aquella localidad. Esta teoría propuso Mado Martínez en una artículo en la revista 'Historia de Iberia Vieja' en el año 2012.
Comprobar su error es fácil. El propio 'Boletín Oficial' publicó en su portada del 6 de febrero de 1841 un comunicado del jefe político de Murcia, Ramón Casariego, quien decía que el día anterior había llegado a Murcia el alcalde de Molina Pedro Fernández Plaza con el cadáver del bandolero, «que había sido muerto en su jurisdicción».
El escribano Juan Cascales levantó acta de la identificación del cuerpo por parte de siete jumillanos que había en Murcia e incluyó una descripción del sujeto. En ella destacaba que su estatura era de «más de cinco pies, barba poblada con mucha patilla, vestido con camisa, chaleco acolchado interior, otro exterior de seda morada, chaqueta de pana azul con muchos botones falsos dorados...».
Comunicaba Casariego que tras confirmar la identidad del muerto la población de Molina de Segura lo celebró con «las mayores demostraciones de alegría y repique general de campanas».
Tampoco nadie duda de que el cadáver de Pedro Abellán fue expuesto, para escarmiento público, en la fachada de la llamada Cárcel Nacional de Murcia, ubicada donde después se alzó el Hotel Reina Victoria, en la actual plaza Martínez Tornel. Durante tres horas, como afirmó Casariego en el 'Boletín', los murcianos pudieron contemplar sus restos.
Más tarde fue trasladado al antiguo cementerio de las Puertas de Orihuela. El enterrador Benito Ortega certificó que, con fecha 5 de febrero, había enterrado a Pedro Abellán, «colocando la cabeza al medio día, los pies al norte, a los cuarenta y tres pasos de la puerta por donde se entra, al frente, a los catorce pasos de hondura y doce de largura, y cuatro y medio de ancho». Menudo enterrador, oigan.
Una Acta Capitular del Ayuntamiento capitalino, que se conserva en el Archivo Almudí y corresponde al 18 de marzo de 1841, menciona el pago de una recompensa por su cabeza.
Y así murió El Peliciego, justo diecisiete años después del más célebre bandolero murciano: Jaime Alfonso 'El Barbudo'. Pero esa es otra historia.
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