Desde la cárcel. El diario nacional 'ABC', cuando la noticia del crimen se extendió, publicó en sus páginas esta impactante fotografía del asesino de Antoñito Zambudio.
La Murcia que no vemos

«Le corté la cabeza porque me dio una mala idea»

España se estremeció en 1935 al conocer el brutal crimen del pequeño Antoñito a manos de otro joven

Domingo, 26 de mayo 2024, 08:13

De angelito solo atesoraba la cara. Aunque solo de aquellos bellos y profundos ojos para abajo. Lo de más arriba, el cerebro, como nadie sospechó ... hasta que dio muerte al pequeño Antoñito Zambudio, funcionaba regular; tirando a mal, muy mal. Hasta el extremo de protagonizar uno de los más aterradores crímenes del siglo XX en Murcia. Es una muesca más en la historia criminal de aquellos años.

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La primera noticia del crimen fue publicada por LA VERDAD un 3 de septiembre de 1935 con un titular que estremeció a la sociedad: «Un niño de nueve años aparece con la cabeza separada del tronco». Ocurrió en un huerto de la pedanía de Llano de Brujas y, según anunció la Guardia Civil, había sido seccionada con una hoz. Cuando el redactor del diario le preguntó al padre si aquél niño era en verdad su hijo, la única respuesta fue: «Será de Dios ahora».

El forense dictaminó que el pequeño había muerto seis horas antes, a las doce de la mañana y en otro lugar, pues no había sangre en el huerto. Murió de pie, según la trayectoria del corte en la yugular. Ese día salió a coger hierba para los conejos. Fue lo último que hizo. Al parecer, el arma del crimen fue un hocete. El mismo que poseía un cabrero que por allí pasaba: Ángel Martínez, de 33 años.

La Guardia Civil interrogó a otro muchacho, Juan Hernández Marín, quien culpó al cabrero del atroz crimen. Eso provocó que el hombre fuera detenido pues, al insistirle en que confesara, «se mostró lleno de zozobra e intranquilidad».

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La descripción del periódico sobre el cabrero, mientras era sometido a careo con el chiquillo que lo acusaba, es sobrecogedora. Contaba LA VERDAD que «daba muestras de ser un inconsciente, más bien un cretino o degenerado». Al salir del interrogatorio, muchos vecinos de Llano de Brujas lo increparon al grito de «¡Criminal! ¡ Su cabeza, su cabeza! ¡Que se lo entreguen a su madre!».

Solo. Incluso la mujer del cabrero llegó a dudar de su inocencia.

El juez dudaba. De hecho, zanjó las declaraciones con la prensa con otro titular para la historia: «Ahora, señores, vayamos a almorzar, que ha sido un día intenso». Entretanto, varios indicios acusaban al cabrero. Días antes del crimen, el niño Antoñito lisió con una piedra a su hijo. Hubo sus más y sus menos entre los padres. Además, las cabras del padre del asesinado le habían comido las parras al detenido. Otra desavenencia.

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Juan Hernández declaró haber visto cómo Ángel le cortaba la cabeza al pequeño. Y entonces le advirtió de que nada de aquello contara o «te degüello a ti. Si callas, te doy veinte duros». Esa declaración echó por tierra la hipótesis que la gente barajaba: no había sangre en el lugar del crimen porque se la habían absorbido.

¿Vampirismo?

Como lo leen. Por eso LA VERDAD concluyó en su crónica días después que «Se descarta el caso de vampirismo». Eso concluyeron unos policías llegados de Madrid, quienes aseguraron que el huerto había sido regado, arrastrando así tierra abajo la sangre del niño. Los agentes desconfiaron de Juan, que entonces tenía 17 años, acusándolo de encubridor. El juez Ferreira decretó prisión para ambos, si bien detectó que el joven incurría en muchas contradicciones.

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Lo que sufrió el pobre cabrero, apodado 'El Cirilo', es inenarrable. Todo Llano de Brujas lo acusaba, como también los diarios que publicaban terribles declaraciones de su acusador. Entre ellas, que «comenzó a cortarle [el cuello] por el lado izquierdo. ¡Yo solo veía sus ojos rojos!».

La prensa compró su versión. «Se trata de un normal», advertían las galeradas. Su familia le brindó una coartada. Y el cabrero insistía interrogatorio tras interrogatorio en que su acusador «miente. Soy inocente». Nadie le creía. Murcia entera bramaba contra él.

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El suceso se convirtió. Hasta el 13 de septiembre cuando, por sorpresa, el joven Juan Hernández confesó el crimen ante el juez durante el último interrogatorio, donde incluso llegó a acusar a otro huertano, que también fue detenido el día antes. Pero se derrumbó. «Los dos detenidos son inocentes. Yo maté al hijo de El Pava».

La única justificación de su crimen fue igual de inquietante. Ante la pregunta de por qué lo hizo solo respondió un tanto airado: «Porque me dio una mala idea». Tan mala que, después de ahogarlo con una soga, observó las marcas en el cuello del niño y decidió ocultar esas señales. «Con la corvilla comencé a cortar el cuello, pero procurando hacerlo por el mismo sitio», dijo. El diario 'Levante Agrario' destacó que «lo mate, porque sentí la necesidad de matar». Menuda pieza. Incluso quien entonces dirigía el manicomio de Murcia, el doctor Román Alberca que hoy da nombre al hospital psiquiátrico, concluyó que él, «como director, no querría tenerlo».

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La sentencia fue de solo catorce años de prisión por aplicarse la atenuante de la minoría de edad. Desde aquél día los periódicos no volvieron a escribir sobre Juan Hernández. Ni tampoco se disculparon con la familia del pobre cabrero. Hasta ahí podían llegar.

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