De la calle de la Cagarruta a la de Mayonesas y Poco Trigo
El callejero histórico atesora aún curiosas denominaciones que hunden sus raíces en la Edad Media
Hace unos días, el Ayuntamiento anunció que piensa rehabilitar la calle Mahonesas, que mucha falta le hace. Casi tanto como recordar, como tantos me han ... preguntado, de dónde procede denominación tan curiosa a una vía en la ciudad. Y para rebuscar su significado, entre otras cosas, estamos. La calle de las Mahonesas, ahí donde ustedes la ven, es una de las más antiguas del callejero murciano. Ya figuraba en el padrón municipal de 1809. En aquel año la situaba entre la calle de la Sal, renombrada después Federico Balart, y la del Mesón, que hoy se dedica al pintor Sobejano.
Ningún cronista aporta nada creíble sobre su origen. Nicolás Ortega Pagán, en su obra 'Callejero murciano', aventura que igual fue antaño habitada por una familia de Mahón que se asentó en esta ciudad huyendo de las revueltas ocasionadas en aquella plaza fuerte cuando se la disputaron ingleses y franceses en el siglo XVIII.
Ese libro de Ortega, espléndido donde los haya, fue el resultado de las crónicas que el ilustre sabio publicó en el semanario 'Hoja del Lunes', más tardes recogidas con interesantes puntualizaciones por sus hijos Nicolás y José. Es la Biblia para descifrar los mapas antiguos. Sea como fuere, la denominación sería respetada por el Consistorio, siempre dispuesto a respetar la opinión del vecindario en reconocimiento a algún oficio popular o a un personaje conocido, como destacó en su día el erudito Díaz Cassou. Pero bien puede presumir nuestra urbe de callejero singular y curioso.
Hubo una calle, por citar un ejemplo, de nombre magnífico: la del Aire. Estaba donde aún puede encontrarse, en el barrio de San Nicolás, aunque la renombraran en 1917 de Obdulio Miralles, otro gran pintor totanero hoy olvidado, como tantos hijos preclaros de la Región. La llamaban del Aire, cuentan algunos autores, por lo desapacible y fría que era en invierno.
Existió otra vía llamada Juan de la Cabra. No lo fue porque mantuviera un rebaño de tales bestias, sino en homenaje al capitán del mismo nombre que, a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, formó parte de una valiente leva murciana que fue enviada a luchar a Milán. Eso destacaba Díaz Cassou, quien también recordaba en 1895 en 'El Diario de Murcia' la calle Árbol del Paraíso, en San Antolín, así llamada pues las ramas de unos de esos árboles, «salvando la tapia, salían a la calle». En 1894 le cambiaron el nombre por San Luis Gonzaga. No pocos lugares recordarían alguna planta que en ellos creciera, como ocurrió con las calles del Laurel, la Parra, el Junco, el Rosal, la Olma, la Hiedra o el Jazmín.
Callejón del Bruto
La calle de Baraundillo, otra registrada desde antiguo, surgió tras la deformación de «Val Hondillo», esto es, una pequeña corriente de agua que circulaba por el centro de la vía. La de Basabe, que ahora lleva acento pero jamás lo tuvo, en la plaza de Santo Domingo, honra a la estirpe de mecenas de apellidos Zabalburu y Basabé desde 1894.
La actual calle Peligros, durante algunos siglos, se la conoció como callejón del Bruto. Nadie recuerda a qué bruto honraba; pero los parroquianos la renombraron más tarde por ser tan angosta y peligrosa cuando caía el sol. Igual de inquietante era el tránsito por la calle de la Brujera, en San Nicolás.
Según el diario 'La Paz de Murcia' era, allá por 1874, «en no lejanos tiempos, nido de los brujos y brujas y de la ciudad». Otros creen que de allí se extraían las arenas brujas, el limo más fino depositado en las acequias y que las murcianas empleaban para limpiar el menaje. Vaya usted a saber. O el callejón del Cabrito, antiguo del Horno hasta que el pobre zapatero Juan cargó una noche con el demonio a coscaletas y se renombró la vía. Esa es otra historia tan singular como la del Azucaque.
El origen de otras denominaciones resultan desconocidas. Eso sucede con la popular calle Marengo, en pleno barrio de Santa Eulalia. El rótulo recuerda a Juan Gerardo Marengo, un militar genovés afincado en Cartagena y que pasó en ella sus últimos días al trasladarse a la capital en el primer tercio del siglo XIX.
En el mismo barrio, ya en 1697, como lo prueban las Actas Capitulares de aquél año, se describían unas balsas para aseo del personal y lavado de ropas, que luego dieron nombre a la vía, aunque antes se la llamó calle de la Mona. No era la mona un simio, sino más bien el nombre que se le daba, según Díaz Cassou, a un impuesto que impusieron los árabes.
Nombres tan cristianos como remotos abundan. Pongo por caso la calle de las Ánimas, en la parroquia de San Juan, que recordaba como en 1794 allí existía un edificio en cuya fachada campeaba un cuadro de la Virgen del Carmen, como afirma el cronista Fuentes y Ponte.
Otra dualidad murciana
En tantos casos, los nombres históricos fueron desechados pues a los vecinos les incomodaban. Así ocurrió en la calle carmelitana de La Greña, conocida por las trifulcas que protagonizaba un día con otro. O la de Poco Trigo, que la renombraron de Isabel la Católica para olvidar que la ocupaban hidalgos con tan «poco trigo» para comer como mucho orgullo de nobles venidos a menos.
Sin contar aquellas numerosas que aún evocan oficios remotos tales como Frenería, Turroneros, Vidrieros, Jabonerías, Trapería y Platería, Espaderos, Caldereros...
Luego restan otras cuyo nombre fue necesario cambiar, casi a la fuerza. Una de ellas es posible que fuera la calle de la Concepción. Ortega Pagán dice en su 'Callejero' que allí mantenían sus hatos los cabreros, aunque elude situarla sobre plano. De ahí vendría el nombre. Pero es más probable que fuera la antigua calle de la Cagarruta. Para Díaz Cassou ese nombre correspondía al apodo de una pequeña mujer que todos tenían por santa. Otra sabrosa dualidad murciana. ¿O no?
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