«Es la más bonita posada que habíamos visto en España»
Comprado por unos veinte vecinos y ahora declarado BIC, el histórico edificio de Librilla aguarda su restauración
Fue considerada una de las más notables posadas del Levante. Tanto, que encandiló a algún estirado viajero inglés, quien quedó cautivado de su belleza. Y ... de sus casi setenta metros de fachada coronada por el escudo del duque de Alba, su primer dueño. Se trata de la histórica posada de Librilla o del marqués de Villafranca, levantada a finales del siglo XVIII y que amenaza ruina desde hace años.
La elección del enclave no fue casual. La localidad está ubicada en un lugar estratégico, camino de Lorca y de Granada. Para conocer su valor patrimonial es interesante leer la tesis que dedicó al monumento el cronista de aquella villa, Fernando José Barquero.
Aquella oleada de obras públicas que adornó la segunda mitad del siglo XVIII, en gran medida de la mano del murciano, primer ministro y conde de Floridablanca, se tradujo en Librilla en la construcción de tan singular edificio.
García Blázquez, Muñoz Clares y Sánchez Pravia dedicaron un interesante estudio al edificio. En él, publicado en la 'Revista Murciana de Antropología', recuerdan las primeras referencias a la posada. Entre ellas, la visita de sir John Carr, abogado y escritor de viajes que recaló en Librilla en 1809. Carr describió aquella «pintoresca posada, [como] la más bonita que habíamos visto en España». Y destacó, detalle de suma importancia por lo espeso que eran tantos posaderos, que disfrutó de una «excelente comida servida en una mesa de limpísimo mantel». El constructor de la posada fue el duque de Alba, José María Álvarez de Toledo, sucesor de la Casa de los Vélez y señor de Librilla. Ahí mantenía varios negocios, entre ellos unos hornos, una almazara, alguna propiedad y un mesón, que con el tiempo se quedaría pequeño para la villa. Sin olvidar no pocas rentas y diezmos. Existe un documento, fechado a comienzos de 1784, que menciona un «mesón nuevo», que estaba ubicado «extramuros de esta población». De aquellos años debe datar, por tanto, la construcción.
El cronista de Librilla apuntó el inicio del proyecto en 1764, según la correspondencia que se conserva entre el marqués de Villafranca y el administrador de la localidad, quien le advierte a su empleado que la posada debe ser la mejor de España. La obra estaba terminada en 1779. Fue entonces cuando el marqués añadió al conjunto una almazara, que ya no interrumpiría sus labores hasta poco antes de la Guerra Civil.
El conductor fue el duque de Alba José María Álvarez de Toledo, sucesor de la Casa de los Vélez y señor de la villa
La almazara, una joya
La distribución de la casa de postas, pese a su estado ruinoso, resulta aún evidente: un edificio principal unido a otros que forman un gran patio central, más tarde dividido en dos mitades, con sendas puertas de acceso de carruajes a cada extremo. Cuatro aljibes proporcionaban el agua necesaria.
Respecto al edificio principal, en la planta baja se instalaron recepción, cocinas y comedores. En la primera planta, las habitaciones. Once de ellas eran las principales, con amplia ventana a la fachada. Y una, la central, la más lujosa y espaciosa de todas. Como enorme era la almazara: trescientos metros cuadrados.
Esta almazara es una de las joyas etnográficas de la posada. A duras penas se conservan los restos del molino de aceite, un horno, tres presas de viga y dos grupos de alforines, que son espacios donde se deposita la aceituna de cada cosechero. Curiosamente, se conserva una torre de contrapeso, inexistente en la tradición aceitera murciana pero omnipresente en la andaluza. Fueron sevillanos los maestros que se trasladaron a Librilla para construir la almazara.
En el resto de construcción se distribuían las caballerizas y la cochera para carruajes. Sucesivas reformas trocarían el estado inicial de la posada, reduciendo cuadras unas veces o añadiendo viviendas con accesos propios otras. El edificio mantendría en parte su uso hasta 1930. Más tarde se reconvirtió en almacén de frutas, fábrica de suelas de alpargatas, granja de pollos y hasta corral de ganado.
La historia de su reconocimiento como patrimonio protegido es enrevesada y similar a la de cualquier otro edificio antiguo que se precie. Y, según costumbre, entre los principales enemigos de la protección se encuentran sus dueños.
Eso ocurrió en 1985, cuando se incoó un expediente para declarar la posada Bien de Interés Cultural. Poco más de dos años después, a solicitud de los propietarios, se dio marcha atrás. Al menos, se 'escapó' el escudo de la portada, que es el del duque de Alba, y el inmueble fue reconocido como edificio singular por el Plan General de Ordenación Urbana de Librilla. En abril de este año ocurrió casi un milagro. Una treintena de vecinos compraron en una subasta a la Agencia Tributaria el histórico edificio. Lo hicieron tras crear la llamada Plataforma en defensa de las Posadas y reunir en apenas un día hasta 250.000 euros.
Protegida al fin
El Consejo de Gobierno de la Comunidad Autónoma, entretanto, aprobó por fin el pasado 27 de julio, hace apenas unos días, la declaración de Bien de Interés Cultural, bajo la figura de monumento, «de la Casa de Postas o Casa de las Posadas de Librilla». Se cerró así una antigua demanda de los librillanos y de cuantos amamos el rico patrimonio cultural de la Región. Ahora falta abordar un pequeño detalle: restaurar el edificio antes de que se desplome.
No es, con todo, el único edificio histórico librillano. Aún se conserva el caserón del marqués de Camachos, donde moriría en 1909 el exalcalde de Murcia Pedro Pagán, del mismo linaje que da nombre a la famosa plaza del Carmen. Pero esa es otra historia de la que daremos cuenta, visto lo visto, dentro de algunas décadas.
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