Zona de la Plaza de las Flores donde se ubicaba la funeraria.
La Murcia que no vemos

Alboroque en la Funeraria de Jesús

Hubo un murciano avispado que fundó una funeraria llamada a convertirse en otra contradicción murciana

Jueves, 13 de junio 2024, 20:23

Murcia es una ciudad de sorprendentes contradicciones. Pongo por caso que el histórico edificio de los Nueve Pisos solo tiene ocho. O que celebramos la ... Resurrección en la mañana 'morá' del Viernes Santo, pues sabemos cómo acaba la historia, repartiendo caramelos, monas y huevos duros, puñados de habas tiernas, sin contar la algarabía gastronómica de los bares de la plaza de Las Flores, mientras toda la cristiandad anda de ayuno. Y si escarbamos más allá, en el siglo XIX, el muy pío Consistorio autorizaba los burdeles en la Cuesta de la Magdalena, que por eso así llamamos a la calle de aquellas mujeres que, cada Cuaresma, eran recluidas en la Casa de Recogidas para pasar más hambre que el primero que descubrió que los caracoles se comían.

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Pues bien. Por esos años hubo un murciano avispado, de nombre Juan Jesús Albarracín, quien fundó una funeraria llamada a convertirse en otra contradicción murciana. Me explico. Eligió como sede un edificio en la mismísima plaza de Las Flores, acaso el lugar más rebosante de vida de la urbe, para acoger los velatorios. Así que los murcianos pasaban de dar los pésames a echarle el alboroque a los muertos.

Esto del alboroque es otra prueba de la dualidad genética que atesoramos los murcianos. Consiste en acudir, una vez dada tierra al muerto, a alguna taberna cercana para brindar por su memoria. El ritual establece que, servido el primer chato en la barra, alguien arroje unas gotas de vino al suelo mientras exclama: «¡Esta lagrimica por el difunto!». Y del resto del rico néctar jumillano, yeclano o de Bullas ya daba cuenta la concurrencia. A más de uno había que sacarlo por los pelos tras caer de bruces al brazal de vuelta a casa.

Durante muchos años, en apenas unos pocos metros cuadrados de esa plaza, se fundían la vida y la muerte. Y como tal negocio jamás quiebra, pues nunca le faltó clientela fiel a la fuerza, la idea de Albarracín prosperó. Hasta el extremo de que hoy, llamada Funeraria de Jesús como en 1870 cuando se fundó, su tataranieta Natalia, cinco generaciones a sus espaldas, sigue al pie del cañón con similar entrega. Buena maestra ha tenido en su madre Pepa, una auténtica murciana de dinamita, y en su padre, Joan Planas, tan exitoso empresario en otras lides como estiloso en su vestir.

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Cuento estas cosas porque aquél antiguo edificio que fue sede del tanatorio, cuando pasaron los años cayó en el olvido. A la fachada le añadieron una horrorosa estructura de hierro, cosas del modernismo, que afeó tan singular plaza. Y ahora la familia ha decidido acometer una reforma.

El milagro patrimonial reside en que quieren devolverle la misma apariencia que tuvo cuando Juan Jesús lo levantó. Por eso encargaron un proyecto, que sus cuartos les habrá costado y no pocos, respetuoso con la historia. Cosa inaudita en esta ciudad que manda a tomar por saco, salvo alguna excepción, cualquier iniciativa que respete nuestro pasado.

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Muy pronto se verá el resultado, que debería aligerar el Ayuntamiento por lo inaudito del caso. De momento, paseen ustedes por Las Flores para comprobar cómo otra estampa que creíamos perdida recupera ese sabor que siempre atesoró la remota plaza de las Carnicerías, pues allí estaban ubicadas, justo donde se alza la fuente.

Sobre el pretil colocó Amando López Gullón, el maestro fundidor, una escultura de bronce titulada 'La Niña de las Flores' y que imaginó José Fuentes, otro ilustre escultor del barrio. Es una señora con un ramito de flores sobre su regazo y que parece aguardar algo. Quiero imaginarme que espera inaugurar el flamante edificio de la Funeraria de Jesús y luego, por descontado, dar cuenta de unos vinos en las tabernas del barrio.

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