La agradable Cuaresma murciana
En Murcia, Cuaresmas siempre hubo muchas. Es tiempo de preparar las túnicas, las mismas que vistieron los abuelos y vestirán los nietos
En Murcia, Cuaresmas siempre hubo muchas, casi tantas como parroquianos. Algunas, incluso, muy saludables. Es el caso de la cuaresma del tabaco, que hoy aún ... se practica. Cuarenta días sin fumar. O sin mascar chicle. O sin comer pipas o sin beber vino, que ésta se hacía más cuesta arriba. No se conoce a nadie que hiciera, por mucho que se empeñara, la cuaresma del trabajo, pese a que tuvo gran número de partidarios.
Durante los cuarenta días de penitencia sólo la huerta disfrutaba la bula eterna para enseñorearse, ya floridos los almendros y tapizados de verde los bancales, cuajados de habas en ramillete y mil hortalizas que se disputaban la tierra con el vinagrillo y los cañares de las acequias. Crujían en las tartanas los gusanos de la seda, alivio económico para tantas familias de la huerta. Cómo sería la cosa que a la habitación destinada a la crianza del gusano se la llamaba «palacio».
Era tiempo de horizontes de atardeceres colorados como telón de fondo del inicio de los quinarios en las diferentes cofradías. Los miércoles, a la parroquial del Carmen, con la Archicofradía de la Sangre. Los viernes, a la privativa iglesia de Jesús, con la Cofradía morá, que acaba de estrenar un Sagrario digno de la institución.
Aún en la actualidad, no es raro escuchar en la lejanía, más allá de la autovía y de su endiablado tráfico, los ecos de los tambores sordos y los carros bocinas, ensayando las burlas que luego adornarán el paso de las procesiones en la ciudad.
En las casas, es tiempo de preparar las túnicas, las mismas que vistieron los abuelos y vestirán los nietos. Como última costumbre cuaresmal, cuando llegaba Domingo de Ramos, los parroquianos estrenaban traje, símbolo de que atrás queda el hombre viejo que se adentra en la Semana Santa. Y como él, la Santa Bula pasó a la historia.
La Cuaresma en Murcia siempre fue un tiempo agradable, como su clima. Quizá la Iglesia debiera haber prohibido el consumo de verduras, auténtico placer para muchos feligreses. Y en estos tiempos de dietas, acaso sea más pecaminoso dar cuenta de un buen arroz con pava (pero pava de La Arboleja, ustedes me entienden) y boquerones que saborear una buena olla de michirones. ¿O no? Ya me hacen dudar.
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