«¡Si me escuchas, detén el Talgo!»
Se cumplen 15 años del accidente ferroviario de Chinchilla que causó la muerte a 19 pasajeros y dejó 50 heridos
Ochocientos treinta y dos. En Chinchilla, en aquella improvisada sucursal del infierno, cuando se apagaron los últimos alaridos, cuando el asombro se deshizo en llanto y dolor, se habían perdido entre el humo y las llamas, exactamente, 832 años de vida. Si sumáramos todas sus edades, fue el tiempo que vivieron en este mundo las 19 víctimas de uno de los más trágicos accidentes ferroviarios de la historia de la Región. El próximo día 3 de junio se cumplirán 15 años justos.
El Talgo Madrid-Murcia-Cartagena, arrastrado por la locomotora 'Virgen de Begoña', alcanzó la estación de Chinchilla a las nueve y media de la noche, con 86 pasajeros a bordo y cuatro empleados de Renfe: el maquinista, un interventor, un mecánico y un camarero. El trayecto desde allí a Murcia discurría por una vía con un único sentido que no hubiera desentonado en las novelas de terror del siglo XIX, tan diferente a la que enlazaba con Alicante, moderna y electrificada.
Era una vía llamada, más tarde que temprano, a la tragedia. De hecho, no contaba con mecanismos para bloquear a los trenes que circulaban por ella. A ello se sumaron diversos errores humanos que permitieron que el Talgo continuara su viaje mientras un tren mercancías se dirigía a su encuentro por la misma vía. De entrada, la investigación judicial probó que el jefe de estación, el tristemente célebre factor, no había puesto el semáforo en rojo para el Talgo. Y que además creyó, erróneamente, que el conductor no partiría hasta que le diera autorización. Cuando vino a darse cuenta, 89 personas viajaban directas hacia el desastre.
Cinco minutos tardaron ambos convoyes en chocar. Cinco minutos en que ardieron los teléfonos entre estaciones y puestos de control que, en vano, intentaban detener los trenes. Las conversaciones entre el factor de Chinchilla y el puesto de mando de Valencia recogen los momentos escalofriantes para tratar de impedir el choque mortal. «¡Si me escuchas, detén el Talgo!», intentó en vano comunicar el operador valenciano al conductor del tren.
El choque fue brutal. Y en el peor lugar del trayecto, un tramo sin apenas visibilidad, a la salida de un puente. El impacto hizo saltar por los aires la locomotora del mercancías, que cayó sobre los primeros vagones llenos de pasajeros. Veinte de ellos fallecieron en el acto. Otros perecieron entre las llamas. Y otros salvaron la vida porque, de forma casi milagrosa, los últimos vagones del Talgo no descarrilaron. Como por milagro se tuvo que las cisternas de ácido sulfúrico e hidróxido de sodio fueran vacías en aquel viaje. De haber ido llenas, el impacto hubiera arrasado todo en quinientos metros a la redonda. Arrancaba entonces una interminable polémica por el estado de la vía.
Vidas truncadas
Para ya daba igual. Daba igual a las familias que quedaron para siempre destrozadas. Porque sobre la vía maldita no solo murieron quince hombres y cuatro mujeres. Ni tampoco desaparecieron nueve murcianos, un aragonés, otro valenciano, cuatro madrileños, un catalán, una asturiana, una gaditana y un alicantino. Bajo el amasijo de hierros se quebraron las existencias de padres e hijos, de novios jóvenes y nueras, de madres y yernos, de hermanos y compañeros de trabajo, incluso de enemigos.
Juan José González no llegó a conocer al hijo que esperaba su esposa y Ana María Agarrado jamás recibió las caricias de aquel bebé de meses que dejó huérfano poco tiempo después de casarse. Bibiano Conesa nunca cerró el trato de una finca que le llevó a Madrid para no regresar. Y Javier Barroso no volvería a examinarse de inglés.
El maquinista Manuel Castellanos tampoco puedo estrenar su nuevo hogar. Quedó vacío, como el espíritu de quienes lo recuerdan. Como solitaria quedó la flamante casa del interventor Ramón Aglio. José Fernández solo volvería a diseñar edificios en los atrios del cielo mientras María Luisa Barnuevo jamás recibió a más pacientes en la consulta de su esposo, el dentista Guillermo Martínez.
La vida hubiera dado José Luis aunque fuera por volver a sacar la basura con su Bienvenida Pérez, quien ya no volvería a la sección de discos de El Corte Inglés, donde trabajaba. Y Antonio García no destacaría por su temperamento de intermediario inmobiliario, el mismo que ponía Víctor Villegas en cada sonrisa a la puerta del auditorio que hoy lleva su nombre.
El homenaje de 'La Verdad'
Justo un año después, el diario 'La Verdad' publicó, a modo de homenaje y por vez primera desde la tragedia, las historias y fotografías de los fallecidos. Contaba entonces el rotativo que, «nunca, para desconsuelo de quienes los amaron, regresarán el timbre de sus palabras, los suspiros de sus llantos y el tintineo de sus miradas. No es una cursilería. Al menos, para quien ha perdido a un ser querido. Todo acabó pero hoy están más presentes que nunca. Solo en la soledad de sus hogares, en el vacío de sus existencias, estas familias han aprendido a desear la verdad, a perseguirla. El juicio no llega. Aunque eso tampoco les devolverá a los que adoran. Estas víctimas necesitaban toda la vida para aprender a morir. Pero no les dieron tiempo».
El juicio llegó. El factor de Chinchilla fue declarado culpable de haber cometido una fatal negligencia. El fiscal pidió para él durante el juicio una pena de 2 años y 181 días, como presunto responsable de 19 homicidios y 48 delitos de lesiones por imprudencia.
En el año 2006 fue condenado a esa pena. La sentencia atribuyó la causa del accidente a «un error o negligencia del jefe de estación». Los políticos se apresuran a anunciar obras en este tramo, como la variante de Camarillas, que incluiría el desdoblamiento de la vía. Todavía, aunque las obras están casi concluidas, no se ha inaugurado. Y han pasado ya quince años justos desde la tragedia. Quince años.