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CLAUDIO CABALLERO
Cieza
Domingo, 4 de agosto 2019, 10:13
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No debemos extrañarnos cuando leemos u oímos que nuestros antepasados eran bastante más cuidadosos con nuestro entorno natural que nosotros. Ni siquiera deberíamos sorprendernos si nos dicen que hace cien años se hacían algunas cosas con bastante más gusto y dedicación que ahora. En ambos argumentos podemos reafirmarnos si conocemos un poco la historia del Menjú de Cieza, un paradisiaco lugar enclavado en las entrañas del Segura que anuncia por el norte la inminente entrada al impresionante Valle de Ricote.
Es un rincón de cinco hectáreas de terreno bañado por el Segura y que, después de décadas de extraordinaria belleza, afronta ahora la mayor de las incertidumbres. Los sucesivos incendios que viene sufriendo y el manifiesto abandono al que está sometido hacen que este recoveco natural se encuentre en claro peligro de desaparición.
Aunque el Menjú, por ubicación y clima, debió ser siempre uno de los parajes con mayor fauna y flora de la Vega Alta, fue a finales del siglo XIX cuando este imponente enclave comenzó a mostrar su mayor biodiversidad. En aquellos años se hizo levantar lo que aún hoy se conoce como 'fábrica de la luz', puesta en marcha por Juan Marín Marín para abastecer de electricidad a Cieza. Hay incluso una fecha: el 3 de marzo de 1896, la luz eléctrica llegó a algunas calles y casas ciezanas.
A partir de entonces, el Menjú se fue enriqueciendo hasta convertirse en hermoso jardín botánico en cuyo interior había plantas exóticas, hilera de columnas de mármol, estatuillas y placetas. En sus fértiles tierras crecieron álamos, sauces, chopos, pinos y cipreses que llenaron de vida el entorno. En 1908, la finca fue adquirida por Joaquín Payá López, que supo adornarla aún más y convertirla en un auténtico lugar de ocio y divertimento para la alta burguesía de la época.
En una reciente tesis doctoral realizada por la documentalista y universitaria ciezana María Dolores Piñera se recoge hasta la definición que la prensa de la época hacía del Menjú. «En pleno valle ciezano y casi aprisionándola el rumoroso Thader, que forma una atrevida península, surge el famoso Menjú en las estribaciones de la titánica Atalaya. En aquella finca encantadora, que hace tangible el milagro del Edén...» ('El Tiempo', 1918). «Un divago remanso pintoresco que forma en el Menjú bello paisaje bajo el ramaje fresco donde los cisnes con delicia bogan esponjando en el agua su plumaje sus cuellos a los astros interrogan si es verdad que Dios quiso hacer en este valle el paraíso» ('El Tiempo', 1930).
Pero en la actualidad, cuando el visitante se introduce en el lugar, la sensación de encontrarse en un auténtico vergel se entremezcla con la desolación y con la miseria que ha dejado el fuego. Aun así, tal y como destaca Piñera en su tesis, todavía puede verse alguna especie exótica como los plátanos de sombra o plátano oriental, eucalipto rojo y palmerales canarios y mexicanos. Junto a éstas, aparecen otros ejemplares propios de las riberas murcianas como el álamo, la palmera datilera o el pino carrasco.
María Dolores Piñera recuerda que la fábrica de la luz, también denominada fábrica de San Antonio, fue declarada Bien de Interés Cultural en 2018 junto a las norias de Abarán. Sin embargo, desde entonces se han producido varios incendios, y una tormenta con vientos de más de cien kilómetros por hora, ocurrida a principios de este verano, derribó varios árboles de gran porte.
Sin embargo, «el elemento escultórico más conocido de la finca era la Fuente de Aretusa, que se encuentra actualmente en un estado de abandono lamentable y de expolio absoluto», señala la doctora. La estatua fue encargada en 1919 por el propietario de la finca al escultor valenciano y profesor de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Sevilla, Francisco Marco Díaz-Pintado, junto a otras obras para la casa y fuentes para el jardín. Lamentablemente, todo ha desaparecido.
En definitiva, «la finca del Menjú fue un ejemplo de buen gusto modernista en las primeras décadas del siglo XX. Un lugar de encuentro de la clase alta de la época pero también con visitas de los futuros ingenieros industriales, que tenían, en la fábrica de luz, un ejemplo de buen hacer en el tema eléctrico. En la actualidad, el Menjú no ha perdido parte de su encanto a pesar de los incendios que se suceden cada verano. La protección del lugar depende tanto de autoridades como propietarios y población», señala la investigadora.
Para Piñera, «una forma de proteger ese patrimonio es darle nuevos usos, y ejemplo de ello lo tenemos en el mismo Valle de Ricote, donde el Ayuntamiento de Ulea ha adquirido la fábrica de luz para convertirla en un aula ambiental; o en Blanca, que en la actualidad es un centro de interpretación».
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