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Un grupo de máscaras, en una foto del Carnaval de Villanueva del Segura. EMILIO DEL CARMELO
¡Que vienen las máscaras!

¡Que vienen las máscaras!

JOSÉ SÁNCHEZ CONESA

Miércoles, 27 de febrero 2019, 08:49

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En las últimas décadas del siglo XIX, el periódico 'El Eco de Cartagena' (13-2-1875) realizó un seguimiento de los bailes de máscaras más distinguidos que se celebraron en el casco urbano, como fueron los organizados por el Casino, el Ateneo, el Teatro Principal y el Salón de la Amistad. Todos ellos estuvieron, según relató, «extraordinariamente concurridos, asistiendo a todos un crecido número de personas disfrazadas. Ayer, último día de carnaval, recorrieron las calles de la población, multitud de máscaras, reinando un orden admirable».

Esa misma publicación, (7-2-1883), se lamentaba del «decadente aspecto que revisten nuestras, en otros tiempos, celebérrimas carnestolendas». El redactor sentía un profundo dolor por la desaparición de costumbres tradicionales, lo que viene a corroborar, una vez más, esa sensación de pérdida constante inherente al género humano. Salvaba de la quema la estudiantina cartagenera que dirigía nuestro paisano señor Ávila, aventajado bandurrista.

También, la revista 'Cartagena Ilustrada' (28-2-1927) manifestaba su queja pública: «Máscaras no faltaron; pero todas cortadas por el mismo patrón, esto es, antiartísticas, antiingeniosas y con una sangre gorda tal, que podría triturarse entre las muelas de un molino. Solamente en los bailes del Principal hubo algo de gusto y mucha de animación (...)». Como si se tratase de un ninot indultado el periodista destacaba «a ese niño vestido de Pierrot, pulsando la mandolina al uso clásico».

De la fiesta de la rebeldía y la osadía se ha pasado a una representación estética coreografiada

La publicación 'Cartagena Artística' (10-2-1891), ofreció a sus lectores un amplio artículo que recorría los antecedentes históricos del carnaval, advirtiendo: «Aprovechemos la ocasión de encontrarnos en pleno período de máscaras o mejor dicho, en el día de las grandes locuras, último del período de Carnaval». Se remontaba al teatro griego, debido al empleo de máscaras en su desarrollo y a las ceremonias religiosas de la antigüedad. Hasta los esclavos tomaban parte en las saturnales romanas, en las que por un día se convertían en señores, dando órdenes y cantándoles las cuarenta a los verdaderos amos. Puntualizando el periodista que se les autorizó para que discurrieran por las calles.

Sociedad del Casino

'La República' (24-2-1933) daba cuenta de los cinco días de bailes en el Casino Republicano Instructivo de Los Barreros, más uno dedicado a los más pequeños, con importantes premios a los mejores disfraces. La aristocrática Sociedad del Casino, de animados bailes de carnaval y piñata. El Ateneo lo hará con infinidad de regalos donados por socios comerciantes. Las Peñas Marrajas y Californias hacían lo propio en el coliseo de la Plaza de la República, con elección de la señorita Cartagena 1933. La simpática sociedad del barrio de San Antonio Abad, Casino Unión Juvenil, de tres grandes bailes de Carnaval. También en el Centro Republicano Instructivo de este barrio tuvieron lugar animados bailes durante las Carnestolendas, que como todos los celebrados de disfraces «se verán concurridísimos». Este castizo barrio completaba una gran oferta con el Círculo deportivo 'Gimnástica Abad' y con la que proponía el Cine Gisbert, con sus bailes de máscaras y piñata. El Casino Industrial de Barrio Peral hacía lo propio, como en Santa Lucía el Casino y el Centro.

Máscaras callejeras

Los testimonios orales legados por nuestros mayores, tanto de la ciudad como de la zona rural, trasmiten un carnaval callejero, en el que los disfrazados empleaban ropas viejas de la familia, guardadas en el fondo del arca. Siempre asociados en pequeños grupos, conocidos como las máscaras, transitaban con alegre algarabía las calles y caseríos. Era muy común escuchar una voz de alerta: «¡Qué vienen las máscaras!», ya que, en el peor de los casos rodeaban al incauto viandante agobiándolo con frases inoportunas sobre su personalidad o episodios familiares nada lustrosos. No eran siempre tan ariscas, ni mucho menos, pues realizaban también bromas inocentes. Otros descuidados viandantes no se libraban de algunos tocamientos indecentes, sin conocer nunca el sexo de la persona que osaba a tales.

Era frecuente el travestismo. Las escobas que portaban les servían para defenderse de aquellos quienes intentaban averiguar la identidad del enmascarado. Tarea nada fácil de averiguar, porque deformaban hasta sus andares característicos o la forma corporal, con la introducción de cabecerones que formaban barrigas, chapas o enormes culos. La voz era disimulada con otra impostada de falsete, formulando reiteradamente la misma pregunta al acosado: «¿A que no me conoces?».

El profesor Emilio del Carmelo Tomás Loba, escritor, etnomusicólogo, trovero y cronista oficial de Villanueva de Segura (Valle de Ricote) impulsó la recuperación de las añejas máscaras en este municipio. En 2017 fueron sus primas quienes mostraron a sus hijos cómo se celebraban estos festejos.

Río de Janeiro de bolsillo

Al año siguiente, el Ayuntamiento se sumó a la feliz iniciativa, siendo un éxito que podemos y debemos incorporar a nuestro acervo, tanto el que se celebra en la ciudad de Cartagena, como en los pueblos del término. También en nuestra tierra se daban por la tarde estas mismas formas carnavalescas, algo toscas si se quiere, pero que rezumaban primitivismo ancestral. Ya por la noche se daba paso al elegante baile de salón con concursos de disfraces, siendo estos más elaborados y distinguidos.

Pienso plantearle a la Plataforma Juvenil de La Palma, que lleva organizando el pasacalles palmesano algo así como tres décadas, esta recuperación de los antiguos usos. Aunque evitando excesos indebidos, porque nos hemos vuelto tan educados y correctos que ni el Carnaval es ya lo que era. De fiesta de la rebeldía y la osadía se ha pasado a una representación estética coreografiada. Río de Janeiro en edición de bolsillo.

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