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Generaciones enteras de hombres de la mar han habitado ininterrumpidamente el barrio cartagenero de Santa Lucía. Enamorados de 'la isla', este enclave a pie de ... puerto podría ser un lugar idílico, un rincón privilegiado para residir en la ciudad y, sin embargo, está muy lejos de ser un sitio perfecto, al menos para envejecer. Las calles del barrio pesquero, tantos años después, siguen siendo un camino de obstáculos y barreras arquitectónicas que le ponen de lo más difícil hacer sus quehaceres cotidianos a los más veteranos moradores de la ladera oeste del Cerro de los Moros. LA VERDAD ha realizado un recorrido de la mano de la Asociación de Vecinos de Santa Lucía por aquellas angostas vías y cuestas trazadas para una sociedad que ni de lejos soñaba con alcanzar las actuales cotas de esperanza de vida.
No son pocas las calles en las que, entre la acera y la calzada, dista un desnivel. En algunos casos de más de un metro y medio. Prueba de ello es una arteria tan principal de Santa Lucía como la calle Francisco Jorquera, la que discurre en paralelo al muelle por dentro de la barriada. Allí mismo, sin ir más lejos, hay viviendas cuyos propietarios deben salvar decenas de escalones para entrar hasta la cocina.
Con las casas en su cota original, en alto, y el camino rebajado para no cansar a los burros, las subidas y bajadas encadenadas siguen hoy, tantos años después de la aparición de los vehículos a motor, sin modificarse. Mientras tanto, la mayor parte de los peatones optan pese al riesgo de atropello por deambular junto a los coches antes que echarse las manos a las piernas con cada repecho.
Otro espacio muy frecuentado es el cruce del bar Santiago. Lugar de paso obligado para llegar al centro de salud y a la Asociación de Vecinos, allí mismo la acera es tan estrecha que, junto al vallado de protección, hace imposible que por allí pase ninguna silla de ruedas.
También hay calles donde las aceras se ven súbitamente interrumpidas para dar acceso a una única vivienda, como la de Pedro López, en la calle del Casino. Más conocido en el barrio como 'El Capitán' por su antigua afición a los barcos y su gorra marinera, cada vez se ve más forzado a quedarse encerrado en la casa en la que lleva viviendo 20 años. Con 75 años acude a diálisis periódicamente y su mujer, Ramona, con 69 años, tampoco está mejor de salud. Para sacarla de su casa, López cuenta que necesita de ayuda y que son usuarios del servicio de ayuda a domicilio los que le echan una mano. «Me da miedo dejarla sola por si se cae. Está muy mal de las piernas. Y a mi también me cuesta cada vez más subir los escalones».
Asegura que han solicitado al Ayuntamiento una intervención. «Me llegaron a proponer un ascensor, pero no quería por si lo rompen o lo roban». Él, dice, quiere convertir su escalera en una rampa. «He ido 20 veces al Ayuntamiento, han venido los técnicos, pero nada», lamenta López, que en su tiempo libre ayuda con sus conocimientos de fontanería a la Asociación de Vecinos.
En los últimos años, se han construido contados edificios nuevos en el entorno próximo del barrio, lo que ha animado a muchos de sus vecinos a mudarse a sitios como la Nueva Santa Lucía. Mientras, los que siguen en su sitio son Rosario Quinto y su marido, Diego Vivancos. Ambos ya están explorando la posibilidad de abandonar Santa Lucía porque, en el camino a su casa, en la calle Remedios, se ven obligados a salvar grandes cuestas y escaleras. Y una vez más, con las aceras sensiblemente más altas que la calzada. En este caso, sin tráfico porque hace años se colocó unos pivotes para impedir el paso de coches y también, con ello, de cualquier otro tipo de vehículo, como podría ser una ambulancia.
Ella tiene 83 años y él 89. 46 años de los cuales han pasado juntos en su pequeña vivienda situada sobre una loma en pleno barrio pesquero. Con su andador, Quinto baja todas las semanas a comprar a la plaza Molina, donde están la mayor parte de comercios. Un camino donde tiene dos opciones: bajar y subir la empinada calle Chocolatero o jugársela a una caída por las escaleras de su propia calle.
«Yo he subido y bajado las silletas de los nietos por aquí y sin problema. Cuando eres joven nunca te imaginas verte en estas dificultades», cuenta Quinto desde la puerta de su vivienda. En lo que dura la visita de este periódico, varios de sus vecinos más próximos dan prueba de lo que dice y salen de sus casas o llegan con el carrito de la compra cargado.
«Mi sobrino presentaba un libro hace dos meses y fue la alcaldesa. Tenía ganas de echármela a la cara. Le expliqué lo que pasaba y un ayudante me tomó nota de los datos. No he vuelto a saber nada», se sincera la señora mientras muestra como se las apaña para subir por los escalones, primero el andador y después a sí misma.
Para los vecinos de Santa Lucía, nacer en este barrio es algo así como ser un pueblo dentro de una gran ciudad. El orgullo de pertenencia se respira en sus calles, donde abundan las marisquerías y los murales que aluden a su castiza tradición marinera. Hasta su principal plaza está presidida por una barca -y así, de hecho, la llaman coloquialmente-, pero este mismo espacio de encuentro se ha convertido en símbolo de ese sentimiento de abandono que cunde en la barriada.
La plaza Molina empezó con árboles y se ha quedado sin ellos. En su lugar, han colocado unas pérgolas que, sin enredaderas que las envuelvan, poca sombra ofrecen. Pero más allá de eso, es la última intervención realizada en un barrio que pide a gritos una reurbanización integral.
Desde la Asociación de Vecinos de Santa Lucía sentencian: «El barrio está cada vez más deprimido por la falta de inversión y renovación», señala su portavoz, David García, que dice no entender como hay espacios como la zona de Héroes de Cavite o Juan XXIII han sufrido tantos cambios en pocos años mientras el maná municipal sigue sin llegar a su barrio.
Este mes pasado, además, se constituía la nueva junta vecinal de Santa Lucía, una garantía de que habrá algo más de inversión, valoran, pero que dicen todavía es insuficiente. «Con lo de la Junta Vecinal apenas da para mantener el asfaltado». Por eso, pide que el Consistorio disponga de un plan de inversión plurianual para ir cerrando esas heridas de inaccesibilidad en la trama urbana.
Ello, reivindican, abriría un nuevo futuro para los vecinos de Santa Lucía. Y es que, para García, el Ayuntamiento no termina de ver todo el potencial que el barrio podría tener. «Tenemos la iglesia, los Pinachos, el Museo del Vidrio y el Castillo de los Moros, que es el único de Cartagena que se puede subir cómodamente andando. Si esto estuviera arreglado, estoy seguro de que muchos turistas nos visitarían y conocerían esa otra parte de Cartagena fuera del casco antiguo», certifica.
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