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Retrato del alcalde Bartolomé Spottorno, estos días en proceso de restauración. ANTONIO GIL / AGM
Los Spottorno y Cartagena

Los Spottorno y Cartagena

JOSÉ SÁNCHEZ CONESA

Miércoles, 20 de febrero 2019, 03:47

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La vida de José Ortega Spottorno (Madrid, 1916-2002) es sumamente interesante, debido a su carácter emprendedor. Hijo del filósofo José Ortega y Gasset y de una cartagenera, Rosa Spottorno y Topete, continuó la labor editorial de su padre, exiliado entonces, en la Revista de Occidente. Más tarde funda Alianza Editorial, que supuso a partir de 1965 un revulsivo intelectual para la juventud universitaria. Trabajó para sacar a la calle el diario 'El País' en 1976, de cuya sociedad fue presidente y articulista, ganando por uno de sus textos el premio de periodismo González Ruano.

Autor de relatos, decidió en 1992 publicar 'Historia probable de los Spottorno', una obra que dedicó expresamente a Cartagena. El término «probable» obedece a la escasez de datos sobre algunos personajes, situación ante la que el autor buscó la explicación más probable sobre su actuación. Hablamos de una saga de genoveses enraizados en nuestra ciudad desde 1801, representantes paradigmáticos de la burguesía liberal y progresista.

Los hermanos Juan Bautista y Bartolomé eran profesionales de la construcción naval que dejaron atrás la tierra natal debido a la invasión napoleónica para poner la mirada fuera de sus fronteras. Bartolomé Spottorno piensa en Cartagena, donde le valdría mucho su experiencia laboral. Aquí encontró familias genovesas, francesas y maltesas que organizaron las primeras Casas de Comercio, entidades dedicadas al tráfico comercial y a la banca. Entre ellos los Ferro y los Vilarino, poseedores de media docena de embarcaciones propias en un puerto que registra una entrada de más de 2.500 barcos anuales.

El alcalde Bartolomé Spottorno no logró la provincia ni la vuelta del obispo, pero sí un subgobernador civil

Ante la ocupación francesa no duda el recién llegado en formar parte de la milicia que organiza la Junta Local de Defensa ante el invasor. Integrado en la comunidad, su hijo Juan casará con la cartagenera Sebastiana de María y Soler. De esa unión nacería Bartolomé, bisabuelo del autor, quien llegaría a convertirse en alcalde de la ciudad portuaria. Hoy nos centraremos en este personaje, que continuaría el despacho de comercio de su padre, sabiéndose por la tradición oral familiar que conoció a la que sería su mujer en 1834, en el trascurso de un baile en el Coliseo, a beneficio del Hospital de Caridad. Juntos danzaron un rigodón y él le comentó que en Francia estaba de moda la polka. Pronto la disfrutarían aquí. Era un gran lector de Dickens y Verne, brillante orador en las reuniones de salón y torpe jugando a las prendas. Se le declaró en la casa de verano que la familia de la novia poseía en San Pedro del Pinatar, celebrándose la boda en Santa María de Gracia, siendo oficiada por el anciano cura Rolandi. No hicieron viaje de novios, pasando unos días en la finca familiar de La Palma porque la fiebre minera ocupaba los afanes del recién casado.

Burgués progresista

Entusiasta del porvenir, una parte de su ocio lo destinaba a la Sociedad Económica de Amigos del País de Cartagena, llegando a ser en 1868 su director. Apoyó los proyectos del Canal de Huéscar y del pantano del Estrecho de Fuente-Álamo destinados a regar el Campo de Cartagena. Pero ambos se quedaron en eso, proyectos.

Durante la Regencia del general Espartero fue concejal del Ayuntamiento, compaginado tal labor con los negocios mineros y navieros. Sería nombrado vicecónsul en la ciudad de los Países Bajos, Portugal, Suecia, Noruega y Prusia, más tarde Imperio Alemán. Ingresó como hermano de la cofradía de los Cuatro Santos y en 1848 como vocal de la Junta del Hospital de Caridad, institución sin la cual las epidemias hubieran dejado deshabitada la ciudad. El Casino lo nombró socio permanente por ser uno de los más veteranos y los californios lo hicieron su hermano mayor en 1849.

Siendo alcalde interino fue concedido al Ayuntamiento el tratamiento de Excelencia mediante Real Decreto de 28 de febrero de 1855 por ser «la primera población de esta parte de España que dio la señal de guerra en la de la Independencia». Fue accionista, como los Rolandi, Pedreño, Valcárcel, Dorda o los Calandre de la línea que unía Madrid y Cartagena de la Compañía MZA.

Gran admirador de Prim, cuando fracasó su intento de sublevación contra los Borbones lo refugió en la casa palmesana durante dos días, hasta que gestionó que un barco de pescadores lo llevara exiliado a Orán. Finalmente triunfó la revolución democrática de 1868 y Prim entró triunfal por el puerto de Cartagena. José Ortega atisbó indicios de que su antepasado fuese masón, si es dato cierto que asistió a una sesión de Las Cortes en la que se aprobó la libertad religiosa por parte del eminente Castelar, cuyo discurso le provocó un llanto emocionado. Fue elegido concejal en las elecciones y más tarde nombrado alcalde. En las elecciones de 1870 no se presentaría alcanzado mayoría el partido republicano federal.

Contrario a los cantonales

Tres años más tarde se proclamó la I República, concurriendo para ser derrotado junto a Prefumo en la candidatura «benévola» de los republicanos, adversaria de los cantonalistas. Deseó que el presidente Castelar acabase con la sublevación cantonal, permitiendo que el general Martínez Campos, sitiador de la plaza, se estableciese en su finca del campo.

Fue vocal de la comisión que marchó a Madrid para exigir indemnizaciones por los daños causados tras los bombardeos y se vio elegido nuevamente alcalde de Cartagena en 1881, teniendo que afrontar numerosos problemas con determinación. A consecuencia de las inundaciones de El Algar, dio 72 horas para que los propietarios de construcciones que obstruían el paso del agua las destruyesen. Le faltó conseguir la provincia para Cartagena, logrando, eso sí, que hubiese un subgobernador civil. No alcanzó el retorno del obispo, a pesar de tener aprobado el proyecto de restauración de la antigua catedral de Santa María. Enfermo del corazón, logró que le aceptasen la dimisión al año siguiente de su nombramiento. Tres meses después fallecía, quedando la ciudad conmocionada con el triste hecho.

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