Torpederos 1 a 22: la sombra de la corrupción y el fiasco naval en Cartagena
A principios del siglo XX, los astilleros de la ciudad se convirtieron en el centro neurálgico de una de las decisiones más discutidas y lamentables de la Armada Española
A principios del siglo XX, España intentaba recuperarse de la humillante derrota sufrida en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898. La flota nacional había quedado ... casi destruida y el país se encontraba en una época de reconstrucción en todos los ámbitos, también en el militar. El mar Mediterráneo, como siempre, seguía siendo estratégico para la defensa de las costas españolas, y los astilleros de Cartagena, históricamente vinculados a la construcción naval, se convirtieron en el centro neurálgico de una de las decisiones más discutidas y lamentables de la Armada Española: el encargo de los torpederos 1 a 22.
Estos torpederos, construidos a principios de 1915 en los astilleros cartageneros bajo el modelo británico Vickers-Normand, se pensaron como el punto de inflexión para la flota española. En un momento de renovación de los buques de guerra tras el desastre de 1898, se esperaba que estas naves pequeñas, rápidas y con capacidad de ataque, reforzaran la capacidad de la Armada. Sin embargo, lo que parecía una promesa de modernización resultó en una serie de embarcaciones defectuosas que no aportaron ninguna mejora sustancial a la flota, y cuya construcción estuvo marcada por la sombra de la corrupción, intereses oscuros y una mala elección técnica.

Los torpederos 1 a 22 fueron embarcaciones de relativamente pequeño tamaño, con un desplazamiento de 180 toneladas y una longitud de unos 50 metros. La anchura de los barcos rondaba los 3,20 metros, con una altura sobre la línea de flotación de aproximadamente 1,47 metros. El diseño de estos buques incluía dos chimeneas prominentes y un casetón de mando que les conferían una estética reconocible, pero a la vez indicaban que, en términos de rendimiento y eficiencia, no eran tan avanzados como otras embarcaciones contemporáneas. Su velocidad máxima alcanzaba los 26 nudos, una cifra insuficiente.
En cuanto a armamento, los torpederos 1 a 22 estaban equipados con tres tubos lanzatorpedos de 450 mm y con tres cañones de 45 mm, además de ametralladoras ligeras para defensa cercana. Este armamento debía permitirles realizar ataques rápidos y precisos contra enemigos, sin embargo, la falta de fiabilidad en la construcción y el diseño dificultaron el uso efectivo de estos armamentos en condiciones de combate reales.
La dotación a bordo de cada torpedero rondaba los 35 hombres, lo que generaba condiciones de hacinamiento y una vida a bordo extremadamente dura. Los marineros y oficiales a menudo se enfrentaban a las difíciles condiciones del mar y la falta de comodidad en estos barcos, cuyo espacio limitado y las carencias en términos de infraestructura hacían que la vida a bordo fuera más una prueba de resistencia que una experiencia operativa eficiente.
La historia de estos torpederos no puede contarse sin mencionar a Sir Basil Zaharoff, un personaje que ya era un viejo conocido en Cartagena mucho antes de la construcción de estos buques. La sombra de Zaharoff, un hombre vinculado al negocio de las armas, se alzó también sobre la historia del submarino Isaac Peral, cuando su influencia boicoteó el avance de la tecnología española en la guerra submarina. Zaharoff sabía cómo manipular las decisiones gubernamentales en favor de sus propios intereses, y el encargo de los torpederos 1 a 22 fue un claro ejemplo de ello. El personaje, dueño de una red de corrupción y sobornos que se extendía por Europa, se benefició enormemente de este contrato a través de comisiones ocultas y maniobras que favorecieron a las empresas que le eran afines.

El impacto de este encargo fue mucho más allá de lo que podrían haber supuesto unas naves modernas para la Armada. En Cartagena, el proceso de construcción de estos torpederos resultó en un trabajo titánico para los obreros de los astilleros locales. Los hombres que trabajaron en la Constructora Naval de la ciudad, a menudo sin el reconocimiento que merecían, se enfrentaron a condiciones difíciles para cumplir con un proyecto que, a medida que avanzaba, mostraba signos de problemas técnicos y de diseño.
Los torpederos 1 a 22 pasaron a la historia como un ejemplo más de la influencia negativa de los intereses particulares sobre el destino de la Armada Española. La corrupción, que parecía ser un factor decisivo en el encargo de estos buques, eclipsó la posibilidad de tener una flota moderna y capaz de defender los intereses del país. Y es que, como ya había ocurrido en el caso del submarino Peral, la corrupción y los intereses personales prevalecieron sobre la verdadera necesidad de fortalecer a España en su capacidad militar.
Los torpederos 1 a 22 se mantuvieron en servicio durante algunos años, siendo el último de ellos dado de baja en 1949, pero la huella de su fracaso perdura. A pesar de su presencia en el Mediterráneo y de la valentía de los hombres que sirvieron a bordo de ellos, los torpederos no lograron superar la obsolescencia de su diseño y el fiasco de su construcción.

En Cartagena, la historia de los torpederos 1 a 22 no solo refleja un episodio de fracasos tecnológicos, sino también una reflexión profunda sobre las sombras que han marcado la historia naval de España. La ciudad, testigo de la construcción de estas unidades, no solo fue escenario de la inversión de recursos y de trabajo, sino también de la falta de visión y de la influencia de personajes como Zaharoff, cuyo poder en los despachos resultó más determinante que las necesidades reales de la Armada Española. Así, el fracaso de los torpederos 1 a 22 se convierte en una de esas historias olvidadas que, sin embargo, siguen hablando de la corrupción y los intereses que, por desgracia, aún pesan sobre el destino de España.
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