«La cárcel es un buen sitio para empezar a ser buena persona»
El padre Antonio es uno de los tres capellanes de la prisión de Campos del Río, donde acude cada día «para sembrar valores»
El padre Antonio se sorprendió, y no suele hacerlo, aquel día de noviembre del año 2013, cuando acudió al módulo de mujeres del centro ... penitenciario de Campos del Río y se dio de bruces con un tumulto de gente protestando de forma acalorada. Ese día, una terrorista del Grapo salía de la cárcel en libertad, a raíz de la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que anuló la retroactividad de la 'doctrina Parot'.
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'Encarni', como la conocían, había sido condenada a 98 años de prisión por diversos delitos relacionados con la actividad del grupo terrorista, entre ellos su participación en el asesinato del empresario coruñés Claudio San Martín. En la puerta de la cárcel había gente que protestaba airadamente por su excarcelación. Mientras, en el recinto penitenciario se vivía una algarabía. Cuando se fue, la despidieron con lágrimas de alegría y cantándole canciones. «Decían: '¡Encarni, Encarni, Encarni es cojonuda...!'». Antonio cuenta que el tiempo que estuvo en prisión, la terrorista ayudó a muchas internas: «Les leía cartas familiares, las invitaba a café y cigarrillos. La querían mucho. Eso me hizo pensar», recuerda el religioso.
Algo similar le ocurrió con otros terroristas. Los etarras. Esos que eran capaces de volarle la cabeza a un desconocido por sus ideas políticas, eran los mismos que redactaban recursos judiciales para defender los derechos de algunos internos a los que no conocían de nada. «Se fueron todos, los trasladaron. Eran amables, cultos y con buena conversación mientras no tocaras su tema», advierte.
«Hay grupos de internos que son familias enteras, desde los abuelos hasta los nietos. Son vidas rotas, pero recuperables»
De curar animales a sanar almas
Veterinario de profesión, Antonio Sánchez, de 53 años y natural de Cieza, ejerció durante tres años, pero al ingresar en el seminario diocesano con 27 años tuvo que decidir entre curar animales o sanar almas; y decidió lo segundo. El religioso no es un cura al uso. Practica 'running' dos veces al día, lleva una biblia en su móvil y responde con una imagen del papa Francisco con un dedo pulgar hacia arriba para responder que 'de acuerdo' a un mensaje de WhatsApp. Acabó su formación sacerdotal e inició su camino en la parroquia de Torre Pacheco; luego en la de José María Lapuerta, en Cartagena; desde hace once años es el cura del Espíritu Santo, en el barrio de Espinardo.
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De su iglesia se queja de que no hay manera de quitar el olor a marihuana de la parroquia. «Ni con el incienso más intenso se va el hedor». Por el tipo de negocios a los que se dedican algunos de los vecinos de la barriada, ve a muchos de ellos entrar y salir de prisión. «Me buscan y me llaman: '¡Padre, padre, qué alegría verle. Deme su bendición!'». Es, además, uno de los tres capellanes que se ocupan del servicio religioso en la cárcel de Campos del Río.
–¿Por qué la cárcel?
–Porque cuando se inauguró, nadie quería venir y me ofrecí. Aquí hay muchas más oportunidades para sembrar valores.
El sacerdote defiende que esas personas que le cuentan sus penas en el patio de la cárcel y a las que machaca con la palabra de Dios, están pagando por el dolor que han causado. «Asesinos, violadores, traficantes... mi labor es intentar hacerles ver que pueden ser de otra manera. Toda persona que se ha equivocado, puede, una vez cumplida su pena, asumiendo su culpa y pidiendo perdón, dejar atrás su pasado y reinsertarse en la sociedad. La cárcel puede ser un buen lugar para empezar a ser buena persona», subraya.
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«Asesinos, violadores, traficantes... mi labor es hacerles ver que pueden ser de otra manera»
Explica que le causó una gran turbación el caso de una mujer, «a la que quiero mucho», que fue condenada por el homicidio de un hombre. Apareció con el cuello rebanado en su casa. Exconvicta, cocainómana y prostituta, fue el centro de las sospechas y fue condenada por homicidio.
«Ella defendió que dormía cuando lo mataron; pero ha sido juzgada y eso ya no importa. Ahora está purgando su pena e intenta salir de la enfermedad de la droga. Suele acudir a la enfermería por los trastornos que sufre, porque quiere dejar eso atrás. La mujer que yo conozco es buena, muy buena, un pedazo de pan que choca con la mujer homicida. Eso me hace reflexionar».
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Víctimas de su entorno
Eso que hace al cura cavilar se repite desde hace muchos años. Situaciones contrarias a la lógica con las que el sacerdote fue afianzando la idea de que la percepción de la realidad es a veces más potente que la realidad.
Cuenta que la mayoría de los internos son víctimas del entorno en el que han crecido. Un ambiente ausente de cultura y educación, donde la normalización del tráfico de drogas y la delincuencia llega a atrapar a grupos familiares. «Hay grupos de internos que son familias enteras, desde los abuelos hasta los nietos. Son vidas rotas, pero recuperables».
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Explica, no obstante, que hay casos loables, «como el de un hombre que asumió la culpa de un delito que no había cometido para librar a su hijo de entrar en prisión». O muy injustos, como el de un anciano de 90 años con alzhéimer cuya familia había usado su firma para hacer una estafa y acabó en prisión. «Estuvo interno unos meses hasta que fue trasladado a una residencia de ancianos».
«No juzgar al que se acerca»
En la terraza de una cafetería, el religioso cuenta susurrando, para no alarmar a la mesa de al lado, que en prisión hay una población reclusa muy numerosa de ancianos: «La gran mayoría están ahí por pederastia». Cuenta el caso de uno de ellos, un pedófilo que estaba muy marcado por el resto de internos y no se relacionaba con nadie; pasó tanto tiempo en la cárcel y estaba tan acostumbrado a ese ámbito, que cuando pudo disfrutar de permisos no salía por miedo. «Un pastor evangelista y yo logramos que cruzara la puerta de salida. Nunca olvidamos que son presos, que son delincuentes, pero también son personas, y eso está por encima de lo anterior».
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–¿Qué ha aprendido dentro de esos muros?
–A no juzgar a la gente, aunque sigo evitando saber el delito que han cometido.
Al principio de iniciar su labor en la cárcel, hubo algo que lo convenció de esto. «Había un joven, muy cercano, amable, que sabía tocar la guitarra y canciones de misa y empezamos a tener muy buena sintonía. Un compañero se enteró del delito que había cometido. Conocía a amigos cuyos hijos habían sido abusados sexualmente por ese interno. Cuando me lo contó, no pude mantener esa cercanía y corté la relación. Eso me hizo pensar», concluye.
Faltan sanitarios en el centro penitenciario»
Como ocurre con el puesto de capellán de la cárcel, el padre Antonio señala que no hay médicos que quieran ocupar esa plaza. «El sistema médico en prisión hace aguas. Es muy difícil encontrar sanitarios, porque está muy mal pagado». Lo mismo pide el cura para los funcionarios. «Llevan años reclamando un aumento de sueldo que es justo, porque su labor es muy dura; lo veo todos los días». El religioso pide asimismo que se vacune a los miembros de las entidades que colaboran en el centro penitenciario. «Han vacunado a presos y funcionarios, pero no a aquellos, que están igual de expuestos».
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