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Marina acaricia a una de las yeguas del centro ecuestre de El Valle. M. Bueso

Caballos para recuperar las riendas después de la violencia machista

Más de 140 madres víctimas de maltrato han pasado por el centro ecuestre de El Valle para abordar sus secuelas y acabar con el bloqueo emocional: «Rompí a a llorar y no sabía por qué»

Domingo, 3 de noviembre 2024, 07:37

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Marina no va a olvidar nunca la primera vez que cruzó la mirada con 'Cali', un caballo marrón de gran porte que participa en una terapia de apoyo a madres víctimas de violencia de género en el centro ecuestre de El Valle. Un caballo que, después de aquel día, la ha visto llorar muchas veces.

Había llegado hasta allí rota, tras sufrir años de maltrato psicológico por parte de su exmarido y atravesar un largo y tortuoso recorrido judicial en la lucha por sus hijos que terminó con el resultado que más temía: la custodia compartida con su maltratador. Marina, identificada con un nombre ficticio para preservar su seguridad, no esperaba grandes cosas de aquel primer encuentro con los animales del centro de El Valle, más allá de un rato de evasión y la posibilidad de participar en una actividad «interesante». Pero nada más empezar, supo que estaba equivocada. «Nos dijeron que eligiéramos un caballo, y estaba observándolos cuando se me acercó. Nos quedamos mirándonos fijamente un buen rato, y me encontré conectando con él de una forma increíble. Era como si fuera él el que me hubiera elegido a mí. Luego me contaron su historia y me sorprendió que coincidía en muchas cosas con mi propia trayectoria vital y con el momento que estaba atravesando. Entonces te dices: 'Ostras, ¿qué ha pasado aquí?'», recuerda esta mujer, sentada en una de las sillas del complejo, que se ubica entre las montañas del parque regional, mientras la psicóloga Mavi Alcántara, que dirige este proyecto del Servicio de Atención Psicológica para Menores Expuestos a la Violencia de Género (Sapmex), acicala a uno de los animales.

Este programa de equinoterapia para víctimas de violencia de género, que la Consejería de Política Social, Familias e Igualdad puso en marcha en 2018, ha atendido ya a 142 mujeres en la Región, todas madres, ya que la intervención pretende actuar sobre los procesos de ansiedad, depresión y estrés postraumático que sufren con el fin último de mejorar a su vez la vida de sus hijos.

«Cuando sufres esto, te pones una coraza para no sentir, porque si sientes te destrozas», afirma una de las mujeres

«Realizamos una evaluación muy rigurosa del resultado, y hemos visto que las participantes registran mejoras en estos procesos», apunta la psicóloga.

La historia de Marina comienza, como suele ser habitual en la violencia de género, con unas señales de alerta que pasan inadvertidas en los primeros compases de la relación. Las actitudes controladoras y machistas de su pareja, que condicionaban sus decisiones y que la fueron aislando de sus amistades y de las actividades que disfrutaba, estaban ahí desde el principio, pero ella prefería no verlas para evitar el conflicto. «Las mujeres que sufrimos maltrato tenemos un perfil común, con baja autoestima y una empatía alta -señala-. Por eso llega un momento en que te anulas para ponerte en el lugar de la otra persona y dejas de darle importancia a cómo te sientes para intentar que las cosas vayan bien. Poco a poco vas amoldándote y plegándote a la forma de ser que te pide el otro».

Aquel control derivó pronto en un maltrato psicológico creciente que la dejaba sin aire. Cada vez más desprecios, palabras más gruesas, más insultos. Un día, en mitad de una discusión, dio un fuerte golpe a la pared al lado de su cara. «Para no darme a mí».

El embarazo de su segundo hijo fue el punto determinante. Un momento de gran vulnerabilidad marcado por las complicaciones médicas donde no encontró más que violencia cuando necesitaba cariño y apoyo. «Me maltrataba incluso en el hospital, me decía que le tenía hasta los huevos, pero yo no podía decirle nada a mis padres porque no quería preocuparles», cuenta con un repentino temblor en la voz.

De ahí sacó las fuerzas para separarse. Pero todavía llegaría lo peor de ese maltrato, lo que más dolor le ha causado: el distanciamiento afectivo que en estos años ha experimentado con su hijo mayor debido a una combinación de secuelas psicológicas y manipulaciones.

Tardó tiempo en ponerle nombre a lo que le estaba sucediendo: violencia vicaria. Pero cuando lo hizo se decidió a denunciar. Ya no era ella, sino sus hijos. «Fui a la Guardia Civil pero el chico que me atendió me recomendó que no lo hiciera», lamenta. «No me sentí nada cómoda. Me sentí abandonada por el sistema. Tampoco me gustó el trato de mi abogado en el juicio. Hay que reivindicar que en estos casos sea obligatorio que los abogados sean de familia y los fiscales estén especializados en violencia», defiende.

«He aprendido a conectar con mi emoción, a no tener miedo, y ahora afronto la relación con mi hijo de otra manera»

Otra cosa que tiene clara es que, si pudiera volver atrás para advertirse a sí misma o ponerse frente a una mujer en su misma situación le diría que lo más importante es «elegir bien al padre de tus hijos», ya que, a través de los menores, se crea un vínculo «para siempre». «No tienes por qué quedarte con alguien que te anula».

Al margen del recorrido judicial, lo que más le importa ahora es recuperar esa conexión que quedó dañada con su hijo, un cable que temía que pudiera romperse. «Me he dado cuenta de que yo tenía una coraza, porque cuando sufres violencia y eres una persona sensible, te la tienes que poner para no sentir, porque si sientes te destrozas».

Las ocho sesiones que Marina ha tenido con los caballos de El Valle le han servido para dejar caer esa protección. «Nunca pensé que el tratamiento podía tener un efecto tan potente. Al segundo día, yo llegaba aquí y rompía a llorar y no sabía por qué. Era como si se me cayera la capa. Sentía que estaba en un lugar seguro», explica.

«Con el caballo sentí un vínculo que me recordó al que debía tener con mi hijo -subraya-. Aquí he aprendido a quedarme y sentir, a ser capaz de conectar con mi emoción, a no tener miedo, y eso ha permitido que afronte la relación con mi hijo de otra manera».

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