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Ana y Alejandro

Todo lo que no logramos colectivamente parece posible cuando competimos uno contra uno. Ya sea en el deporte, la cultura o la empresa. Si todo el talento individual se sumara correctamente, tendrían que salirnos unas cuentas bien distintas

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Domingo, 7 de octubre 2018, 07:41

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Como muchos miles de españoles, viví con especial emoción las gestas deportivas protagonizadas el pasado domingo por Alejandro Valverde y Ana Carrasco. Va ser muy difícil olvidar el interminable sprint final del ciclista murciano, sus gemidos de inmensa alegría tras cruzar exhausto la meta, sus lágrimas de emoción al escuchar el himno nacional, el nerviosismo y la felicidad de un padre viendo en televisión cómo su hijo se convertía en campeón del mundo... Y qué decir de Ana, la ceheginera que hizo historia al convertirse en la primera mujer que venció a todos sus rivales varones en un campeonato mundial de motociclismo. Sabíamos de lo que era capaz la 'guerrera rosa' y el domingo lo demostró en una histórica carrera que tuvo un desenlace incierto hasta la última vuelta. Lo más impresionante en ambos casos fue comprobar cómo Ana y Alejandro se habían preparado para luchar hasta el final. Rendirse no era una opción. Ana lo tenía muy complicado. Salía de la posición número 25 y tenía que subir al cajón para asegurarse el mundial. Cualquier otro/otra habría tirado la toalla. Pero ella fue adelantando posiciones hasta alcanzar lo que parecía imposible. Y lo logró, sin ni siquiera ser consciente de que lo había conseguido cuando paso por meta. Valverde siempre está entre los favoritos de cualquier prueba de un solo día. Algunos, sin embargo, pensaron que esta vez no iba a tener muchas opciones. El circuito del Mundial era demasiado duro y parecía que el murciano había terminado la Vuelta desfondado por el esfuerzo. A sus 38 años parecía que conquistar ese maillot arcoíris, que tan cerca había tenido entre sus manos, era misión imposible. Pero algo nos decía que Alejandro no iba a renunciar a su sueño y comentábamos en el periódico en los días previos que esta vez podía culminar la gran gesta. Confiando en que podría darse el histórico doblete mundial de Ana y Alejandro, reservamos con anticipación páginas suficientes. El azar y los méritos del resto de competidores de la elite mundial entraban evidentemente en juego, pero sabíamos que los dos murcianos iban a darlo todo hasta el final para conseguir su sueño.

Sus victorias las vivimos que si fueran nuestras. Igual que otros miles de murcianos. Ana y Alejandro nos dieron a todos una auténtica inyección de autoestima. Era todo un placer contemplar como el mundo del deporte festejaba en toda España la hazaña de nuestros deportistas. Esta vez en los informativos nacionales de televisión éramos noticia de portada... por dos éxitos. Y encima mundiales. Otra vez quedaba en evidencia el enorme talento individual que existe en la Región. Todo lo que no conseguimos colectivamente parece factible cuando competimos uno contra uno. Ya sea en el deporte, la cultura o la empresa. Si sumaramos todo ese talento, toda esa capacidad de esfuerzo individual, tendrían que salirnos otras cuentas bien distintas. Ciertamente, no se corresponde lo que somos uno a uno con lo que conjuntamente proyectamos. Alguien, algún día, encontrará las claves para explicar semejante disfunción. Disfrutemos unos cuantos días más de esta parte luminosa y orillemos su reverso tenebroso. Y aprendamos de Ana y Alejandro. Sus hazañas deportivas están fuera de nuestro alcance, pero su afán de superación, capacidad de sacrificio y voluntad de victoria, incluso cuando todo se pone cuesta arriba, son cualidades que veo en muchas personas, aquí en la Región de Murcia. La ejemplaridad con la que han asumido sus éxitos deportivos, siempre desde la mayor humildad, les convierten en referentes sociales que a buen seguro contribuirán a crear escuela, inoculando la pasión por el deporte en los más jóvenes. Es hora de reconocimientos, especialmente para el más veterano, un ciclista que acumula 122 triunfos como profesional y que sin embargo no tenía una avenida con su nombre en la ciudad que le vio nacer. Una ciudad donde una de sus arterias principales lleva el nombre de Miguel Induraín. Ahora parece que ese merecido homenaje para el de las Lumbreras está en camino. Por su juventud y madera de campeona, a Ana Carrasco le esperan muchos éxitos más. Su carrera acaba de explosionar y ya hecho historia. Sin cuotas, ni ayudas de ningún tipo, ha logrado demostrar que sobre una moto no hay diferencias de género. Que en igualdad de condiciones ellas pueden ganar a cualquier hombre en un circuito de velocidad. Ya no hay quien pueda discutirlo. Es cuestión zanjada desde que ese particular techo de cristal fue hecho trizas por nuestra heroína de Cehegin. Tras ella, seguro, vendrán otras muchas más.

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