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Fabiola, pasando junto a Salvador, segundos antes de iniciar su declaración.

«La cárcel no es tan mala como se dice; es mucho peor el peso de la conciencia»

La acusada de inducir a su amante a degollar a su marido sostiene en el juicio, que ayer comenzó, que no imaginaba que aquel fuera a asesinarlo

Ricardo Fernández

Martes, 27 de octubre 2015, 03:39

Si el lenguaje corporal sirve para explicar aquello para lo que quizás no existan palabras, el cuerpo de Salvador gritaba ayer que aborrece a quien fue su novia, Fabiola. La mujer por la que supuestamente fue capaz de cortarle el cuello, a sangre fría, a un hombre a quien ni siquiera conocía.

A lo largo de toda la primera sesión del juicio, que se está celebrando en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial, Salvador no se permitió mirar a su examante ni por un segundo. Y para evitar que ello ocurriera, siquiera fuera por accidente, permaneció con su silla girada en todo momento, ofreciéndole su perfil y su indiferencia -cuanto menos- a la mujer con la que ahora comparte cargos de asesinato.

Algo que no impide que quizás entre ambos, que es algo que hoy se conocerá durante su declaración, pueda existir alguna comunión de intereses en un aspecto estrictamente legal, pues sus estrategias de defensa no son incompatibles y hasta coincidir en algunos extremos.

Los hechos que se juzgan son sobradamente conocidos y, en lo básico, existen pocas dudas acerca de lo ocurrido en la madrugada del 28 de abril de 2013. Un vigilante de seguridad, Ángel Navarro Monteagudo, vecino de Aljucer, de 43 años, fue conducido por su esposa, Fabiola M.B., de 26 años, hasta la acequia de Benetúzer de Puente Tocinos y allí, mientras le practicaba una felación, fue degollado a traición por el amante de esta, Salvador H.C., de 32 años.

Queda por establecer la responsabilidad penal de cada uno de los dos acusados, aunque la estrategia de defensa de cada uno de ellos quedó ayer de manifiesto en la primera sesión del juicio. La defensa de Salvador H.C., para quien el fiscal reclama 17 años de prisión, tratará de demostrar que actuó bajo el efecto del alcohol y las drogas y que su capacidad de razonar estaba afectada por años de adicción a ambas sustancias.

Por su lado, el abogado de Fabiola tratará de convencer al jurado popular de que la mujer no imaginaba tan trágico desenlace, ya que sostiene que se había llevado a su esposo a ese lugar apartado con el mero afán de permitir que Salvador pudiera hablar con él.

En esa línea trató de orientar ayer toda su declaración esta ciudadana boliviana, para quien el fiscal reclama una pena de 20 años. Otra cosa bien distinta es que lograra o no convencer al tribunal popular, pues su relato estuvo plagado de incoherencias, que dieron lugar al fiscal a lanzarle algunos reproches cargados de ironía.

Así ocurrió cuando la acusada, después de relatar cómo su esposo la maltrataba, la humillaba, la golpeaba, la forzaba sexualmente y hasta la obligaba a contemplar cómo él tenía sexo con prostitutas, admitió haberlo convencido de que la llevara hasta un descampado, en un lugar oscuro y apartado, para poder hablar de esas cuestiones.

-«¿Me está hablando de un hombre que le acaba de pegar y que la viola, y no se le ocurre mejor sitio para hablar con él que un descampado?», le espetó el fiscal.

-«¡Claro!», respondió ella con espontaneidad.

-«Pues será que no me he levantado yo muy despierto esta mañana, pero la verdad es que no entiendo nada», dijo con chanza el fiscal.

Ya unos minutos antes, el representante del Ministerio Público había mostrado su estupor -«no debo ser yo muy listo...»- cuando la mujer le insistió en que se llevó a su marido a un lugar apartado solo para permitir que éste y Salvador hablaran.

-«¿Y no podían haber quedado en un sitio público?», insistió.

-«Es que, como estábamos tan drogados y borrachos, no pensábamos muy bien», acertó la mujer a esbozar lo que sonó a burda excusa.

La misma explicación -«íbamos muy drogados»- ofreció la acusada cuando el fiscal la interrogó acerca de si es «necesario llevar un cuchillo cebollero para hablar con alguien».

Las aparentes incoherencias de Fabiola fueron especialmente llamativas cuando comenzó a relatar lo que ella y Salvador hicieron en los momentos y en los días posteriores al crimen. De hecho, admitió que se dedicaron a sacar dinero del cajero del fallecido para adquirir alcohol y drogas, y explicó que consumían tanto para suicidarse, ya que no aguantaban los remordimientos. «La carga de la conciencia es peor que la cárcel, que no es tan mala como dicen».

-«Y si querían suicidarse, ¿porque avisó a una ambulancia cuando Salvador sufrió una sobredosis?», la interrogó el fiscal. Y añadió: «¿Y por qué quería suicidarse usted, por qué ese cargo de conciencia, si dice que no sabía nada ni hizo nada?».

-«Es que lo vi todo», fue la única explicación que se le ocurrió.

Tampoco parece cuadrar mucho con esa versión de que ambos habían pensado quitarse la vida el hecho de que, en los días siguientes al asesinato, se acercaran a centros oficiales para informarse de los trámites para traer a España al hijo pequeño de Fabiola, que vive en Bolivia, y para arreglar los papeles de la pensión de viudedad de la mujer.

-«Ya hay que tener cuajo!», exclamó el fiscal, refiriéndose a la circunstancia de que el propio asesino estuviera ayudándola en ese trámite.

Hoy será el turno de que Salvador ofrezca sus explicaciones.

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