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Hogares donde anida el consuelo

Hogares donde anida el consuelo

El cariño y la dedicación de decenas de 'familias canguro' han permitido que trescientos niños evitaran los orfanatos. La figura de estos voluntarios, que acogen a menores en su hogar, sale reforzada en la nueva ley de la Infancia. Todas las familias coinciden en que la despedida es el aspecto más duro. «El dolor es como si fuesen tuyos», recalca Ana. «Es la peor parte, la única»

Alicia Negre

Martes, 25 de agosto 2015, 12:22

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Julio Talón y María Cañete se agachan para tomar en brazos al bebé y el cariño se les escapa entre las manos, a borbotones. El pequeño de apenas unos meses que sostienen entre sus brazos no es su hijo, no comparten con él ningún vínculo de sangre, pero entre ellos fluye una conexión de amor y consuelo que va más allá de cualquier parentesco. Luis -nombre ficticio- es el quinto niño al que esta pareja de jubilados, con tres hijos treintañeros y la vida resuelta, acogen en su hogar. «Se les quiere como si fueran tuyos», remarcan, con una sonrisa de oreja a oreja. Julio y María son una de las 22 'familias canguro' que a día de hoy han encontrado un hueco en sus hogares para acoger a menores desamparados. «La gente piensa que nosotros les ayudamos a ellos», recalca María, «pero es al contrario».

A lo largo de la última década, 300 niños han podido escapar de los centros de menores en la Región gracias a la ayuda de estos voluntarios. Más de 140 familias murcianas se han involucrado en los dos programas que actualmente coordinan estos acogimientos: el programa de urgencia Canguro y el programa de acogimiento temporal Acofamt. En el primero de ellos -que coordina la Fundación Internacional OBelén- colaboran actualmente 12 familias que dan cobijo a sendos menores. Todos los voluntarios que hacen posible esta iniciativa son veteranos ya y conocen de cerca las trabas y compensaciones que acarrea el acogimiento. El récord, por el momento, lo ostenta una de sus familias, por cuyas manos, colmadas de respeto, ya han pasado 12 menores.

Este programa arrancó en noviembre de 2005, hace cerca de una década, y desde entonces más de 70 familias han abierto sus brazos al acogimiento de niños. Gracias a su dedicación, 241 menores -118 niñas y 123 niños- pudieron evitar los centros de menores y comenzaron sus primeros pasos en la vida con el cariño y la dedicación que emana de una familia. La gran mayoría de estos pequeños habían pasado a ser tutelados por la Comunidad porque sus padres habían renunciado a ellos o porque se encontraban en una situación de abandono. Pese a su corta edad, muchos de ellos arrastran ya una historia difícil.

La situación es similar a la que viven los niños que se acogen al programa Acofamt. A día de hoy, 13 menores se encuentran en una decena de familias de acogida murcianas -algunas de ellas cuentan con dos hermanos- en el marco de esta iniciativa que persigue, como principal objetivo, que las familias biológicas de los pequeños puedan solucionar sus problemas y que los niños puedan volver a su entorno. La Comunidad les concede un tiempo para que intenten reponerse de sus problemas -de drogadicción, violencia familiar...- y poder valorar si son capaces de ofrecer al niño un entorno seguro y adecuado. En el caso de que no sea así, se inician los trámites para que el niño pueda ser adoptado por parte de otra familia.

Este programa de acogimiento familiar temporal se inició en el verano de 2010 y 71 familias han participado ya en él. En estos años han prestado ayuda a 59 infantes -27 niñas y 32 niños-. A día de hoy, 233 menores residen en centros de la Comunidad.

La familia de acogimiento es una de las figuras que sale reforzada en la nueva ley de la Infancia. A partir de ahora, con la nueva norma, a todos los pequeños menores de tres años se les buscará una familia como primera opción antes de que acaben en un centro. «Por muy bueno que sea ese lugar, no es igual que la casa de una familia. Siempre son más fríos», afirma Adolfo García, coordinador general de la Coordinadora de Asociaciones en Defensa de la Adopción y el Acogimiento (CORA).

La consejera de Familia e Igualdad de Oportunidades, Violante Tomás, remarca que «el espíritu de la ley sigue siendo ante todo la protección del menor por encima de todo, indicando que se fomentará y potenciará el acogimiento y adopción de los mismos para facilitar su desarrollo». La titular del ramo subraya que, con esta norma, «se quitarán trabas a estos procedimientos y se facilitará su tramitación».

Una estantería llena de fotos

Las estanterías de la casa de Mazarrón donde María y Julio veranean están repletas de fotografías de bebés. Unos pequeños que ellos recuerdan con un cariño infinito y cuyos nombres repiten con morriña. «La madre de una amiga fue la primera que me habló de este proyecto», recuerda María. «Vimos que era algo que nos podía gustar». Meses después, este matrimonio presentó la documentación y comenzó a someterse al riguroso proceso de selección y formación que se lleva a cabo.

«Tuvimos reuniones con psicólogos, nos hicieron entrevistas personales, visitas a casa...», recuerdan. «Nos investigan». Una vez seleccionadas, las familias de acogida deben realizar un curso de tres meses en el que un grupo interdisciplinar prepara a los voluntarios para afrontar las situaciones más difíciles. «Al principio estás muy nervioso, pero cuando les ves la cara se te van todos los miedos», recalca Julio. «Cuando nace, un bebé necesita toda la atención», subraya María, «y nosotros podemos estar con él 24 horas».

La disponibilidad es uno de los requisitos que las familias deben cumplir para hacerse cargo de un menor. Al menos uno de los cónyuges debe poder dedicarse por completo todo el día al menor. En los voluntarios se valora, además, que tengan solvencia económica, una vivienda adecuada y experiencia en la educación y la crianza de menores de la misma edad. Ese es el caso de Ana y Javi, padres de un niño de 16 años y una niña de 10. En su caso, fue un cartel colgado en una pared cualquiera el que les abrió las puertas de este proyecto. «Al principio mi marido me decía que estaba loca», recuerda Ana, «pero lo fuimos viendo poco a poco y al final nos decidimos».

«Un vínculo muy fuerte»

Esta pareja peleó un año y medio por lograr la acreditación para ejercer de 'familia canguro', pero ambos remarcan que el esfuerzo valió la pena. «Se crea un vínculo muy fuerte», recalcan, mientras abrazan a un bebé de escasos meses. Este pequeño es el cuarto que encuentra en esta familia un hogar en el que empezar a vivir. El primer niño que entró en su hogar fue su acogimiento más largo: un año y medio. El resto han estado unos meses. «Entre uno y otro siempre me tomo un tiempo para recuperarme», explica María. No fue el caso del último de sus bebés de acogida. «Les había dicho que no me llamaran hasta septiembre, pero a veces surgen urgencias». Las familias, pese a estar incluidas en una lista, pueden rechazar el niño que se les ofrece si no se encuentran preparadas en ese momento.

Estos voluntarios reciben una ayuda económica para hacer frente al gasto básico que precisan los menores, aunque el coste inicial lo debe asumir cada familia. El resto lo completan con la ayuda de sus familiares y amigos. «Las vecinas nos ayudan mucho. Nos dan ropa», explican. «La gente enseguida se vuelca con ellos». Aunque el programa exige una cierta capacidad económica, Javi remarca que «para hacer esto no hay que ser rico. Solo hay que tener el corazón abierto a ello».

El trabajo extra y las noches en vela que implica el acogimiento de estos niños no es un freno para estas familias, que remarcan, una y otra vez, que la satisfacción recompensa tanto esfuerzo. «Se pasan algunas malas noches, pero no importa», explica María. A sus 58 años, esta murciana asegura que los desvelos no le pasan factura. «Al principio pensé que no tendría energía, pero lo haces y no pasa nada», recalca. «Cuando eres joven, tienes una visión de la via y lo vives de otra manera. Ahora, si un día no puedes ir al cine o a cenar, no vas y no pasa nada». María y Julio hacen hincapié en que los cinco pequeños que han pasado ya por sus brazos les han enseñado a «valorar más la vida que tenemos».

Jana Simone Kolejakova y su marido se enfrentan este verano a su primer acogimiento familiar: el de dos menores de unos seis años que tuvieron que salir de su casa con lo puesto. Esta pareja, que lleva más de 15 años de convivencia y que no quiere formar una familia, preparaba hace unos meses un viaje a Eslovaquia, la tierra de Simone, cuando una llamada puso su mundo patas arriba. Los menores habían salido de su casa de urgencia y necesitaban un hogar. «Nos dijeron que si no podíamos no nos lo tendrían en cuenta», explican, «pero que tendrían que ir a un centro». Las dudas se esfumaron de golpe.

Simone y su marido -prefieren no revelar algunos datos en aras a la protección de los niños- siempre habían participado en programas de voluntariado hasta que el acogimiento familiar llamó a su puerta. Con una preciosa casa de campo, con animales y piscina, y un torrente de cariño por ofrecer, el suyo es el hogar perfecto para estos niños, que arrastran una difícil experiencia. «Ellos solo necesitan amor y cariño», recalca Simone. «Son supervivientes».

Pese a la urgencia con la que su proceso se llevó a cabo, la pareja logró escolarizar a los pequeños y buscarles un hueco, de cara al estío, en una escuela de verano en la que aprenden a relacionarse con otros pequeños. «Donde vamos y explicamos la situación nos abren las puertas», recalcan. «No nos han puesto ninguna pega». En las semanas que llevan bajo su techo, los menores han aprendido la importancia de seguir un horario y normas básicas de educación. «No hace falta que les digas nada. Ellos te ven cómo coges los cubiertos y te copian. Son fotocopiadoras».

En solo unas semanas, Simone y su marido han enseñado a estos niños un mundo nuevo. «No habían ido nunca al cine», explica su esposo. «En el Mac Donald's no sabían cómo actuar y les daban microataques de ansiedad». Han celebrado, incluso, algún cumpleaños. «Le pregunté a uno de ellos qué quería para su cumpleaños», recuerda Simone, «y me dijo que todo lo que siempre había querido, ya lo tenía».

Estas familias no reciben ninguna información por parte de las asociaciones sobre el pasado de los menores que acogen, quiénes son sus familiares, sus experiencias... Con el paso de los días, sin embargo, la confianza entre los niños y su familia de acogida crece y, en ocasiones, son ellos mismos los que revelan sus vivencias. «Poco a poco te lo cuentan todo», susurra Simone, que custodia con dolor ese secreto confesado.

«Es la peor parte»

Todas las familias de acogida coinciden al señalar el aspecto más complicado y doloroso de este proceso: la despedida. Transcurridos unos meses, lo habitual es que el pequeño pueda regresar con su familia o que encuentre un hogar de adopción. «Cuando se van, el dolor es como si fuese tuyo», recalca Ana. «Es la peor parte, la única». El curso de formación que los voluntarios reciben aborda directamente ese duelo e incide en la necesidad de que las familias entiendan que se trata de un proceso temporal y no de una adopción. «Te lo dejan muy claro desde el principio», remarca Simone, «pero nuestra máxima inquietud es lo que ellos van a sufrir».

Una vez que los menores vuelven a su familia o pasan a una de adopción, estos voluntarios tienen prohibido tratar de ponerse en contacto con ellos. «Tu corazón te dice que vayas a buscarlo, pero es lo mejor para él», explica Javi. «Te dicen, incluso, que si lo ves en un semáforo o en un centro comercial no te acerques, no le saludes, porque puede confundirlo». La familia adoptiva sí puede, sin embargo, si lo ve adecuado, dar el paso y mostrar su deseo de que el pequeño pueda mantener el contacto con la familia de acogida. «En el último caso estuvimos presentes en el momento del acoplamiento -cuando el niño pasa de la familia de acogida a la de adopción- y fue un momento maravilloso», recuerda Ana. «El niño les sonrió y fue algo mágico». Esta pareja explica que, además, en estos encuentros las familias pueden intercambiar información y resultan de gran utilidad.

María y Julio no han tenido por el momento la posibilidad de mantener el contacto con ninguno de los bebés que han acogido, pero se resisten a que éstos pierdan esa etapa de su vida. Para evitarlo preparan lo que ellos llaman la maleta del recuerdo. Un pequeño hatillo en el que cuelan su primer chupete, su peluche preferido y fotografías de esos primeros días de su vida. Unos pasos amortiguados por el cariño de una familia.

María Cañete besa al pequeño que tienen en acogida desde hace unos meses ante la mirada de su marido, Julio Talón.

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